Por Alejandro Luy, gerente general de Fundación Tierra Viva

Dedicado a mis amigos Edgardo y Carlos

A partir de una mezcla terrible de desinformación, ignorancia y falso orgullo en todo el mundo muchas personas –algunas de ellas de gran exposición mediática– simplifican el origen de la pandemia del covid-19 en que “los chinos comen murciélagos”.

Para explicar el origen del problema, en un artículo titulado «Los murciélagos son amigos, no comida… (ni plagas)», Fundación Tierra Viva explicaba:

“Todos los organismos vivos poseen virus que los infectan. Cuando el humano usa con fines de alimentación o medicinales la carne u otras partes del cuerpo de los animales corre el riesgo de adquirir ese virus para el cual no tiene defensas naturales.

En muchas regiones de Asia, África y América Latina existe un consumo legal o ilegal de animales silvestres, incluyendo algunas especies capaces de transmitir enfermedades.

Eso es lo que ha sucedido con otros virus como el que causa el ébola, o lo que ocurrió con el responsable de la enfermedad covid-19. Según se conoce, los murciélagos nariz de herradura portadores del virus se comercializaban en el mercado de Wuhan para su consumo. La carencia de condiciones sanitarias del mercado, donde abundaba el hacinamiento de los animales, produjo que el virus de este murciélago “pasara” a otro animal, posiblemente el pangolín. En China usan las escamas del pangolín con fines medicinales, y por eso fue peor el remedio que la enfermedad”.

De lo anterior debería quedar claro que:

  1. El uso de animales silvestres y parte de sus cuerpos con diferentes motivos –alimento, medicina, mascotas– no es exclusividad de los chinos.
  2. La enfermedad de nuestra pandemia actual no surgió por el consumo de murciélagos.  No quiere decir que nos parezca una práctica que se debe justificar, pero no fue esa la forma de transmisión inicial.

En el contexto venezolano lo anterior es muy importante porque somos uno de los 10 países con mayor biodiversidad del planeta, lo que significa que poseemos una gran variedad de reptiles, aves y mamíferos que suelen ser capturados vivos o muertos en todo el territorio; algo que muchos han olvidado.

En una entrevista publicada recientemente en Mongabay Latinoamérica la bióloga venezolana Yurasi Briceño señala que pescadores del lago  de Maracaibo capturan delfines para el consumo de su carne; y pudo constatar que en un día de este año se cazaron 17 ejemplares.

Investigadores venezolanos que están trabajando con la recuperación de las poblaciones de caimán del Orinoco, una especie en peligro de extinción, han documentado desde hace muchos años la cacería de ese reptil para consumir su carne.

Tampoco es desconocido el consumo de carne de tortugas marinas en toda la costa venezolana, tortuga del Orinoco, báquiro, iguana, picure, venado, rabipelado y lapa, para hacer una lista corta. Por otra parte, loros, guacamayas, cardenalito, turpial, monos, culebras son adquiridos en nuestras vías o en mercados para tenerlos en casa como mascotas.

En Venezuela todas esas especies, y muchas otras más, son extraídas ilegalmente de la naturaleza, sin medir el potencial riesgo de enfermedades que puedan transmitir y afectando a la conservación de sus poblaciones.

Vemos la paja en el ojo ajeno, “los chinos comiendo murciélagos”, pero ignoramos la viga que tenemos en el propio cuando justificamos y defendemos el “derecho” de comer venado, porque no es tan feo como los murciélagos y solo vemos su carne en el plato, o a tener guacamayas como mascotas.

Las reales causas de las zoonosis (enfermedades transmitidas por animales) tienen que ver con la extracción de animales de su ambiente y la invasión de sus territorios. Mientras el ser humano no comprenda esta relación y modifique sus hábitos seguirán apareciendo enfermedades como el ébola surgida en África, el MERS identificado en Arabia Saudita en 2012 o el covid-19 procedente de China.

No es acusando a ciudadanos de otras naciones, cortando árboles en la ciudades o quemando murciélagos en sus cuevas que vamos a poder escapar de próximas pandemias. La ciencia y los científicos han sido muy claros y contundentes sobre el real origen de estas enfermedades: el ser humano y su modelo de desarrollo. Hay que detener la deforestación y la modificación de los hábitats como ocurre en la Amazonía venezolana, restringir si no prohibir el comercio legal e ilegal de fauna silvestre en todo el planeta, sustituir los sistemas intensivos de producción agrícola y pecuario, y combatir seriamente el cambio climático.

Quiero pensar que el alto costo en términos tanto económicos como en vidas humanas de la pandemia obligará a los líderes mundiales a repensar el desarrollo del planeta a partir de este sorprendente inicio de 2020.

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