La dinámica política democrática se fundamenta, entre otras cosas, en la representatividad electoral, limpia y libre, y en la negociación. Hoy, los alemanes están negociando la formación de un gobierno, después de elecciones democráticas. En todas las democracias reconocidas y respetables es así. La gobernabilidad democrática es inseparable de la negociación politica. Y eso es muy positivo.

Pero, ¿qué pasa en el dominio de una hegemonía despótica y depredadora? Por definición, no puede ser lo mismo el concepto democrático de negociación. Una hegemonía de tal naturaleza tiene que ser superada para que puedan abrirse sendas democráticas: cambios democráticos de verdad.

De lo contrario, la negociación tiende a favorecer el continuismo de la hegemonía. El caso venezolano lo demuestra hasta la saciedad. ¿Qué se negocia entonces? Algunas parcelas de poder formal para la oposición formal que no desafíen el continuismo de la hegemonía, sino que más bien le dé apariencia de «legitimidad», sobre todo en el exterior.

Para Maduro y los suyos la llamada «negociación», sea en México o donde sea, es un negocio redondo. Pura ganancia.

En la situación precaria de la oposición formal, la «negociación» le da oxígeno para tratar de sobrevivir bajo las reglas de la hegemonía. Por otra parte la dimensión impresentable de algunos factores de la oposición formal, se conoce al menos en la punta del iceberg.

Para negociar con una hegemonía hace falta mucha fuerza política, interna y externa. Hace falta que el masivo rechazo a ésta sea la fuerza de la negociación.

De lo contrario, la negociación se transmuta en negocio o negociado. Ojalá y en este aspecto, como en otros, esté equivocado. Pero no lo creo.


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