Demos respuesta a una interrogante para poder contextualizar la idea que expondremos: para usted, ¿qué naturaleza tiene el régimen que enfrentamos?

Sí, me refiero al mismo que decide sin ningún respaldo científico, cada semana y de manera alternativa, encerrarnos en nuestras casas y liberarnos en la otra, o que intempestivamente, decide prohibir importaciones privadas de vacunas para el covid-19 y al mismo tiempo, permitir el ingreso de vehículos deportivos y de lujo extremo con bajos pagos arancelarios. Me refiero al mismo que mantiene al día de hoy, 320 presos políticos, civiles y militares, muchos de ellos torturados o en condiciones infrahumanas; que envía al estado Apure a jóvenes soldados a enfrentar contingentes irregulares extranjeros, mientras meses antes, había consentido la manutención del  guerrillero colombiano alías Santrich, libre y custodiado por colectivos armados del 23 de Enero, en barriadas caraqueñas del oeste, antes de aparecer abatido.

El mismo que ha sido denunciado por seis países (Argentina, Chile, Colombia, Paraguay, Perú y Canadá) ante la Fiscalía de la Corte Penal Internacional, por delitos de lesa humanidad cometidos contra nuestra población, principalmente contra jóvenes universitarios; y el mismo cuyos representantes más conspicuos tienen órdenes de captura internacional por haber estado vinculados a actividades de narcotráfico, incluso con recompensa económica a quien materialice o ayude a concretarla.

Si usted considera que estamos frente a un gobierno electo democráticamente; o, frente a un gobierno que atiende a una naturaleza política, incluso con degeneradas variantes tales como autocrático, totalitario, hegemónico o hasta dictatorial; lamento decirle que usted no entiende lo que ocurre en su país. Probablemente, usted aún se mantenga en una de las pocas burbujas privilegiadas de las que abundan en Venezuela, en la que falla poco la electricidad, el Internet es “medianamente” estable y el agua, parcialmente limpia.

Nuestro país perdió las condiciones existenciales que permitirían concebirlo como “Estado”, empezando porque no existe institucionalidad que de manera estable y general, asuma su conducción, nacional e internacionalmente; y, desde el ángulo constitucional, no hay quien válidamente represente a la “República”: Maduro y su gabinete, son usurpadores, según el “Estatuto para la Transición” que dictó la última Asamblea legítima; y Guaidó carece de la autoridad material para hacerlo y su errático desempeño, ha hecho que se desvanezca su auctoritas. Venezuela es un territorio sobre el que mayoritariamente convive una población abandonada, con servicios públicos fallidos y acechada por fuerzas irregulares de distintas nacionalidades y con distintos fines, cuyo único elemento en común, es sostener la permanencia en el poder del régimen que se encuentra por detrás de Maduro.

Para desgracia de todos los venezolanos, pero principalmente de los “electoralistas” –aquellas personas que solo ven en la negociación y las elecciones, los únicos módulos de acción política-, el régimen madurista, no es esencialmente un “ente político”, (aunque el abordaje para entenderlo, asumirlo y combatirlo si lo sea), sino un conglomerado criminal o masa amorfa, compuesta  por fragmentos de variadas fuerzas, nacionales y extranjeras de distinto orden, composición y naturaleza, donde lo político es un componente más de esa “masa”, pero no el predominante ni exclusivo.

Con estas premisas, vale entonces preguntarse: cuando se habla en el seno de la oposición democrática de buscar un acercamiento con Maduro para negociar,  ¿para qué, cómo, con quién y qué?

Negociar, ¿para obtener la libertad o solo para lograr, mejores espacios de reclusión en la prisión como un grupo de reos en choque en una penitenciaria?, ¿como si fuéramos un sindicato de presos que aspiran beneficios o mejores espacios de reclusión en la prisión?

Negociar, ¿sin tener un plan que  signifique un propósito compartido por la mayoría de los ciudadanos?  Existe una falsa idea de creer que, por el solo hecho de que logremos “sentar” al régimen en una mesa de negociación o diálogo, ya habremos alcanzando un triunfo. Esto no solo es falso, sino que al contrario, el régimen ha perfeccionado una asombrosa habilidad para lograr, cada vez que ha aceptado negociaciones, los mejores beneficios políticos –en términos de ganancia de tiempo y de suavizar tensiones-, a tal magnitud que, hoy asombrosamente, aparece siendo él, el principal promotor del dialogo y el encuentro.

Negociar, ¿con quién? en vista de su naturaleza inorgánica y multifactorial, no hay forma de precisar con detalle quiénes dentro de sus componentes, gozan de las cualidades mínimas para poder emprender con la máxima crdibilidad representativa, un proceso de negociación, que haga plausible esperar resultados que se cumplan. ¿Quién tendrá más autoridad dentro de ellos, Maduro o Diosdado?, ¿todos los sectores del chavismo, obedecen a uno u otro?, ¿alguien respeta hoy a Maduro?, ¿si negocias con Maduro, el otro cumplirá?,  y ¿quién representará más legítimamente a aquellos: Padrino o los Rodríguez?

Negociar, ¿con qué?, ¿cuál es nuestro instrumento de presión?, ¿cuál es la herramienta de la oposición para crear una situación con la que se pueda, sino obligar al régimen, al menos que valore la conveniencia de un acuerdo? En pocas palabras,  ¿dónde está la amenaza creíble que provoque en la voluntad del régimen, la necesidad  de arribar a un acuerdo con la oposición? La triste realidad es que no la hemos construido porque la dirigencia opositora que hasta ahora ha guiado nuestros destinos, nunca ha sentido la necesidad de obligar al régimen a ceder, sino solo ha querido obtener de él, áreas de entendimiento, en los que pueda obtener para su beneficio, espacios más confortables y menos rudos, para seguir ejerciendo una resistencia opositora, pacífica, democrática y constitucional.

Negociar, ¿qué?, ¿la libertad o espacios de libertad?; ¿qué estaremos  dispuestos y capacitados a entregar por la libertad?, o ¿serán solo espacios de comodidad dentro de la jaula que nos ha diseñado el régimen los que aspiramos recibir?, ¿negociaremos solo para obtener una mayor dotación de alpiste dentro de la jaula, solo con la esperanza de tener una mejor posición cuando en algún momento, el cancerbero de turno, deje abierta la puerta y podamos escapar?

Volver a una mesa de negociación sin tener estos preceptos claros, es servir de cómplice a la extensión del sometimiento que pesa sobre nosotros; es servir de instrumento al régimen, olvidando que, el diálogo y la negociación, son utilizados por los tiranos y dictadores para su consolidación, para obligarnos “legítimamente” a convivir  con ellos.

@PerkinsRocha


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