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La posible reanudación de las conversaciones en México entre el régimen y las fuerzas democráticas genera todo tipo de comentarios y reacciones en el mundo político y en los medios de comunicación social.

Referente al inicio de las mismas, se han enviado desde el oficialismo señales contradictorias: hubo de inicio una declaración conjunta de los respectivos jefes de delegación, Rodríguez y Blyde, que presagiaban el inminente comienzo de una nueva ronda de conversaciones; más adelante desde el oficialismo volvió a reivindicar la concurrencia de Alex Saab como delegado del chavismo, cuestionó de forma cuasi dilemática el papel de facilitador de Noriega y propuso una mayor injerencia de Rusia en el proceso. Solicitudes que dificultan la reanudación de las conversaciones.

Esas señales contradictorias han reforzado el criterio de algunos de que el gobierno Maduro no está por facilitar la reanudación y continuidad de los encuentros dirigidos a forjar acuerdos destinados a buscar soluciones eficaces  al diferendo político venezolano. Sin embargo, no debe inferirse que ese proceso esté cancelado definitivamente.

El posicionamiento del régimen en la materia tiene que ver con dos motivaciones:

1.    La concepción dictatorial del ejercicio del poder lo hace poco propenso a negociar sobre temas que puedan suponer el cese o reducción de su control del Estado a despecho de que eso pueda ser conveniente para el país.

2.    La coyuntura política. El régimen se siente lo suficientemente fuerte y asentado; entiende que aunque existe un enorme descontento con su gestión y una amplísima demanda de cambio político su gobernanza y gobernabilidad no están amenazadas. A lo interno las fuerzas que lo adversan están débiles, dispersas, en horas bajas en cuanto a sintonía y capacidad de representación del sentimiento nacional de cambio político. En el campo internacional, si bien la invasión a Ucrania ha sido un revés para Rusia y la coalición internacional autoritaria y un estímulo ya materializado en una concertación de los Estados democráticos para defenderse, eso no se ha traducido en un aumento significativo y real de la presión hacia el régimen venezolano para que se siente a negociar con la oposición democrática. Además, en Latinoamérica los amigos del régimen están ampliando su poder y su influencia; si finalmente gana Petro en Colombia (lo cual no puede descartarse) y Lula en Brasil estaremos ante un escenario en cual los Estados más importantes de Latinoamérica (Brasil, México, Argentina y Colombia) serán conducidos por amigos del chavismo, lo cual supone oxígeno para el régimen, un descenso significativo en su aislamiento internacional, un respaldo activo contra toda presión supranacional que supere lo declarativo. Y por tanto nuevos impedimentos desde fuera para el regreso de la democracia en Venezuela.

En definitiva, el oficialismo no tiene, en el presente, incentivos lo suficientemente fuertes e ineludibles para negociar en serio, lo cual no descarta un eventual regreso del sector a unas conversaciones para descomprimir una eventual situación que lo amerite, una maniobra dirigida a la galería internacional (incluidos sus socios y amigos) para generar falsas expectativas, ganar tiempo.

Por tanto, no pareciera que una negociación régimen-fuerzas democráticas sea inminente.

Respecto al escenario anteriormente descrito el sector democrático no debe agotarse ni resumir su acción a unas conversaciones inexistentes o infructuosas; tiene que avanzar en el proceso de construcción de una coalición democrática lo más amplia y representativa posible, en convertirse en portavoz y defensor de los intereses y reivindicaciones de la ciudadanía en el terreno de la política, en lo económico social, en fin en todo aquello relativo a propiciar el cambio político.

Biden acertó al no invitar a la Cumbre de las Américas a Cuba, Nicaragua, Venezuela y  al no ceder a las presiones para revertir su posición original. Nada tienen que hacer en ese escenario esos regímenes dictatoriales violadores y desconocedores de los derechos humanos, civiles, políticos y sociales de sus connacionales y de instrumentos como la Carta Democrática suscritas por Nicaragua y Venezuela. Máxime cuando las inobservancias referidas están en progreso y en los casos de Nicaragua y Cuba están en marcha procesos judiciales contra la disidencia que nada tienen que ver con el Estado de Derecho; en el caso venezolano la renuencia del oficialismo a facilitar el restablecimiento de un proceso de negociación que derive en la restauración de la constitucionalidad. Pero Biden se equivoca al no invitar al presidente del gobierno interino porque es una concesión innecesaria e infructuosa  al chavismo en estos momentos, también es un potencial daño colateral a la posición de la  delegación de las fuerzas democráticas frente a un eventual reinicio de las conversaciones con el régimen.

Hay quienes argumentan que la política de aislar a esos regímenes dictatoriales es y ha sido infructuosa; pero tampoco  funciona obviar lo que son y la amenaza que representan incorporándolos a escenarios a los cuales no pertenecen y cuya presencia los legítima y blanquea.

 


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