La unidad de la oposición democrática enfrenta un nuevo desafío, luego de veintidós largos años, unas de cal y otras de arena, a todo evento incapaz de convertirse en una real alternativa de poder frente al régimen, primero de Chávez y ahora de Maduro.  Oportunidades perdidas, que han dejado dolor y un trágico devenir a un pueblo que sin duda es merecedor de un destino mejor. Diversos factores han intervenido en la falta de eficacia en el trabajo de la oposición. En algunos casos, por egos desbordados, en otros  por estrategias fallidas en coherencia  o visión, sea por el exceso de pasión y carencias de razón, sea  por ausencia de partidos fuertes o liderazgos consecuentes,  como la penetración de los llamados “alacranes”, y su grado de infección  sobre los cuadros auténticamente democráticos y libertarios, que constituyen la mayoría. Diversas razones en fin, unidas o compartidas, que han  hecho daño a la resistencia democrática,  pese a su innegable esfuerzo y sacrificio en aras del tan ansiado cambio político que el país reclama.

No ha sido fácil en este ya largo período la tarea emprendida, más aún frente a un adversario que se ha autoproclamado el enemigo, sin que nadie se lo solicitase, sin consideraciones éticas de ninguna naturaleza, utilizando cualquier tipo de instrumentos, violentos o no, recurriendo a las posverdades y la guerra híbrida, con el objetivo central de perpetuarse en el poder, y así impedir el libre juego democrático, al doblegar, corromper, desanimar, dificultar de mil maneras el desenvolvimiento de la oposición.

La actual coyuntura es propicia para reconquistar la unidad hoy bastante quebrantada ante el pesimismo de algunos, el desinterés de muchos, la suerte de apatía que se ha apoderado  de sectores de la vida nacional, para impulsar un derrotero de unidad entre todos los factores de la resistencia democrática, lo cual debe confluir en la definición electoral a más tardar el año 2024, como lo pauta la Constitución. En un país de la tradición centralista y presidencialista como Venezuela, la designación de nuestro candidato presidencial por el método de primarias abiertas a la ciudadanía sin distingos de ningún tipo, incluidos los compatriotas aventados a emigrar, es la fórmula  adecuada para resolver nuestras diferencias.

Ya habrá tiempo para el natural debate y la confrontación de ideas y proyectos, cónsonos con una democracia sana. La tan necesaria unidad de hoy debe convertirse en un ejemplo al mundo de que los venezolanos no nos hemos doblegado. En nuestras venas corre la sangre de nuestros libertadores. Recordemos a Bolívar en Pantano de Vargas: ¡Salvad la tierra natal! No defraudemos las esperanzas de un pueblo que merece redimirse. Cada quien ofrezca su granito de arena.  Todos los sacrificios, personales y grupales, son válidos en aras de la unidad, pues ella constituye una necesidad impostergable.

Digamos con José Martí:

“Dos cosas hay que son gloriosas: el sol en el cielo y la libertad  en la tierra. La esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo. La grandeza es el poder de embridar las pasiones y el deber de ser justo y prever. El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente”.


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