Alexéi Navalny, que a menudo describe a Putin como un “viejito escondido en un búnker” por sus contadas apariciones en público, sabe sin embargo que detrás de esos muros se mueven los hilos de uno de los aparatos represivos más crueles del mundo.

Por eso la burla contra Putin supone también un desafío sin tregua de su adversario más feroz. “Quieren asustarlos a ustedes, no a mí, y privarlos de su voluntad de resistir”, expresó Navalny el viernes 4 de agosto, cuando fue sentenciado a otros 19 años de prisión por “extremismo”.

Lo han juzgado también por supuesta “estafa” y “desacato” (el 24 de mayo de 2022 confirmaron su condena a nueve años de cárcel en régimen severo), pero las investigaciones del enemigo número uno del Kremlin han corrido el cortinaje de una historia turbia de sobornos y entramado de empresas fantasmas y de financiación que involucran a un club de íntimos de Putin.

En la cárcel desde el 17 de enero de 2021 tras volver de cinco meses de convalecencia en Alemania, Navalny también ha enfurecido a Putin al denunciar la invasión rusa de Ucrania, que no duda en sostener que está basada en una mentira.

Su caso acaparó la atención de todo el mundo después de que el servicio secreto de Putin lo envenenó el 20 agosto de 2020 en Siberia, en plena campaña para las elecciones regionales.

Casi tres años después, Estados Unidos sancionó el jueves 17 de agosto a cuatro agentes del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB), heredero de la KGB, por su implicación en el envenenamiento del líder opositor ruso.

La inteligencia estadounidense estableció que Navalny fue seguido por agentes del FSB durante las visitas que llevó a cabo en las ciudades siberianas de Tomsk y Omsk, irrumpieron en su hotel, impregnaron sus pertenencias con novichok -un agente nervioso desarrollado en los tiempos de la Unión Soviética- e intentaron borrar cualquier rastro de evidencia.

Para Washington, el intento de asesinato contra Navalny demuestra el desprecio de los “verdugos del Kremlin” por los derechos humanos. Curiosamente esta declaración fue difundida seis días antes de sucesos escalofriantes en Rusia que involucraron la muerte misteriosa de Yevgeny Prigozhin, el jefe de los mercenarios del Grupo Wagner, cómplice en desgracia de Putin en el crimen de guerra en Ucrania.

Navalny afronta una condena “larga y estalinista” sembrada de peligros en el camino. Pero afirma que nunca se rendirá. “Desprecio su tribunal, su sistema”, dijo en el juicio exprés de 2022 con el sello de venganza política de Putin. “Su tiempo terminará e irán a quemarse en el infierno”. Y esto parece algo capaz de traspasar muros en busca del viejito escondido en un búnker.

 


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