Antes de consagrarse con Alien (1979) y Blade Runner (1982), Ridley Scott dirigió Los duelistas en 1977, basado en un cuento de Joseph Conrad. Cuento y película narraban la historia de dos oficiales que a lo largo de décadas mantenían sucesivos duelos, que en realidad eran solo uno y que de alguna forma espejeaban el auge y la caída del emperador al cual servían. Es inevitable no evocarla al ver esta versión de la vida del muy ilustre corso.

La clave de toda biografía, en especial una biografía política, está en ubicar el eje esencial que gobierna una vida y perseguirlo a través de las sucesivas peripecias. En el caso que nos ocupa, ese eje es la voluntad de poder, sin duda, pero aderezada por la audacia con la cual Napoleón era capaz de identificar las oportunidades de asegurarse un triunfo, cuanto más contundente mejor. Audacia se requería para repeler al enemigo en Toulon y preservar la Revolución francesa y el estado mismo, o para triunfar en Austerlitz, por citar dos eventos. La contracara de esa audacia, o su prolongación lógica era la arrogancia, la hubris griega, que lo llevó a la desastrosa campaña de Rusia, su regreso triunfal y la debacle de Waterloo. La película pasa revista a estos eventos con la maestría narrativa que ha hecho famoso a Ridley Scott. Al principio pinta muy correctamente a Napoleón, joven capitán como un producto típico e inevitable de la Revolución francesa. También es hábil en ir describiendo las fases sucesivas con las cuales el evento más importante de la Europa de fines del siglo XVIII, va abandonando sus banderas iniciales para caer en el terror primero y en autoritarismos que la precipitarán hacia el Imperio. Pero el gran reproche que hacerle a la película está precisamente en tratar esos aspectos medulares, ambición, audacia, confianza ciega en sí mismo, como meros datos laterales. Para Scott, Napoleón es gobernado por su pasión por Josefina, un dato no menor sin duda, pero difícil de asumir como eje de su vida. Si las 2:36 horas que dura la película se hacen a veces un poco largas no es porque la historia no los amerite. Es más bien porque las apasionantes luchas de poder, la trama geopolítica que un movimiento político tectónico provoca y las fuerzas que se mueven en torno al que consideran un advenedizo, se disuelven por momentos en interminables escenas de sexo obsesivo con Josefina. Un dato, repitamos, importante, pero no medular.

Para rescatar estas digresiones están las escenas de batallas en las cuales el talento de Scott brilla como nunca. Es cierto que los medios visuales de hoy en día hacen posibles imágenes de un poder difícilmente alcanzable hace unos años, pero son pocas las oportunidades en el cine en las cuales podemos ver la fuerza desmedida de la batalla en el hielo de Austerlitz. Y el episodio inicial de Toulon o la derrota de Waterloo, no le van en zaga. Es en estos momentos en los cuales se manifiesta visualmente la clave de poder que gobierna esa línea de fuego histórica que es la gesta napoleónica. Un despliegue monstruoso de ambición política complementada por un descollante genio militar. Pero, esa compleja aleación está fundamentada por un elemento no suficientemente explicitado en la película. Napoleón es un “parvenu”, un plebeyo sin título que, gracias a esa grieta histórica que es la Revolución Francesa ha logrado colarse en los intersticios del poder político europeo. Y es ese sustrato, el de un arribista talentoso de baja estatura que busca el poder como forma de alejarse de sus orígenes geográfica y socialmente marginales, el que constituye la esencia de la historia. Ese núcleo, apasionante, sin duda es sacrificado y diluido en la historia de amor con Josefina, lo cual opera en el pasivo de la película.

El balance a pesar de todo es positivo porque la puesta en escena puede más que el libreto y la actuación de Joaquin Phoenix, contenido, a veces inescrutable, cargado de una energía volcánica en muy pocos , pero claves, momentos es el vehículo perfecto para una película irregular, pero muy interesante. Un dato final es la concepción de lo que hoy es una superproducción. El esfuerzo productivo desplegado, no por apalancado en la tecnología digital es menos intenso o más económico que hace unos años. Pero ese esfuerzo creativo y expresivo es no solo una operación artística (y comercial, que duda cabe). Es además, por sus dimensiones, sus intenciones y los recursos puestos en juego y coordinados, un reflejo no tan lejano de una empresa militar.

Napoleón. EE UU, 2023. Director Ridley Scott. Con Joaquin Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim

 


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