El Napoleón de Ridley Scott registra un antecedente viejo, estimable y afortunadamente visible en una muy buena copia en YouTube. Se trata de Waterloo, un filme de 1970 producido por Dino de Laurentiis, uno de los productores más audaces, desaforados y grandilocuentes de la historia. No hay forma minimalista de contar la saga napoleónica y por este motivo, el proyecto iniciado en 1965 para ser dirigido por John Huston, sufrió sucesivas posposiciones. Finalmente, en 1969, las piezas cayeron en su lugar. La coproducción fue de Italia y la Unión Soviética, que aportó 15.000 soldados del ejército rojo como parte de los 17.000 extras que registra la historia (o la leyenda del filme). El aporte soviético incluyó una estrella del cine de la época, el director y actor Sergei Bondarchuk, ucraniano de Kherson que acababa de dirigir para Mosfilm una versión multipremiada de La guerra y la paz (muy interesante y también disponible en YouTube). El elenco se completaba con un como siempre sobreactuado Rod Steiger, en el papel estelar, un joven Christopher Plummer como el atildado Wellington y una breve aparición de Orson Welles como Luis XVIII. El rodaje duró 28 semanas y el costo total, siempre según la invalorable Wikipedia, fue de 38 millones de dólares de la época. Un dineral, aunque ahora parezca risible.

La película, de 2 horas 13 minutos, concentra la historia en el último tramo de la aventura del célebre emperador, desde su regreso triunfal de su exilio de 10 meses en la isla de Elba hasta la derrota de Waterloo, y la batalla en sí, toma una hora del metraje. Vista 5 décadas después de su estreno la película sorprende gratamente, en especial en comparación con su emergencia del 2023. En primer lugar porque, aun sobreactuado, el Napoleon de Steiger es un ser torturado, obsesionado por el poder y la consolidación de una gloria que perdió una vez y volverá a perder. (Y Josefina no aparece). Pero en ese marco, pautado por soliloquios en off, tiene un papel no menor su rivalidad con Wellington. Una rivalidad que, por cierto, no solo es mutua sino incubada en un desprecio de clase. Wellington se sabe noble, y depositario del honor y la historia de una cultura y un ejército para quien Napoleón es un “parvenu”, un plebeyo oportunista, acaso genial militarmente, pero en última instancia despreciable. Para Napoleón, Wellington es todo aquello que desprecia y que su historia personal ha buscado suprimir, un noble privilegiado que busca doblegar a la Francia que él encarna. La película es la típica superproducción de la época y acordemos que en la concepción de superproducciones, capitalistas y comunistas coincidían. Waterloo es maximalista, operática, dispuesta a mostrar en la pantalla el poderío y la inversión involucradas en la empresa. Una típica campaña militar. La mano segura de Bondarchuk logra escenas de inusitado lirismo, la caballería atacando en cámara lenta, un camafeo en la mano de un oficial caído hundiéndose en el barro. Reserva para lo mejor la batalla final de una hora, recreada con meticulosidad, y desplegando todos los recursos a su alcance. La puesta en escena no escatima violencia, se regodea en el barro como factor militar y expresivo, sabe dibujar caracteres secundarios con pequeños trazos y logra un filme contundente.

La historia que sigue es triste. El filme costó 38 millones de dólares de la época y no recuperó sus costos. Señal de cómo cambiaban los tiempos y los gustos del público en los setenta. Una raya más para De Laurentiis que tuvo en sus carreras más altos y bajos que una cordillera. Hubo, sí, una baja mayor que lamentar. Consagrado por su 2001, odisea del espacio en 1968, Stanley Kubrick había dedicado los dos años siguientes a una investigación mayor sobre Napoleón. Este esfuerzo está recogido en un libro también paquidérmico llamado Napoleón, el más grande filme jamás filmado, editado por Taschen. Alarmados por la mala recepción de la taquilla, los estudios cortaron el combustible y el filme nunca se hizo (aunque ahora Spielberg amenaza con una miniserie basada en el libreto original). Es concebible pensar que hubiera sido un gran filme, jamás lo sabremos. Démonos por satisfechos con La naranja mecánica y Barry Lindon.


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