«Perdóname, no sé decirte nada más, pero tú comprende que yo aún estoy en el camino.” (JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO)

El aire apesta a odio. Ya hace falta estar podrido por dentro, ser malnacido, para mofarse de una persona por capricho. Hacer el coro a la burla, meter ruido, lanzar otra piedra más escondiendo la mano, no es algo sano salvo para el canalla. No entiendo ni comparto el ataque a la apariencia física de un personaje público o privado. No está bien ofender a un ministro, no está bien insultar a nadie. Estas pequeñas cosas como, por ejemplo, los comentarios en las redes sociales sobre el baile del alcalde de Madrid el día de su boda, las críticas hirientes sobre el aspecto físico de un individuo, y cualquier detalle acerca de los invitados que pretende hacer daño y ser ofensivo no ayudan a nadie. Esos amigos y familiares que acuden a la celebración para mostrar su cariño y se encuentran cara a cara con enemigos invisibles a las puertas de la iglesia no merecen sufrir este tipo de maltrato.

¿No aprecia usted, amable lector, que el mundo necesita hombres buenos? ¿No le parece que tenemos que aprender a vivir en paz? ¿No cree que la ignorancia y la crueldad no hacen falta en la sociedad? Creo que hay que dar la vuelta y mirar hacia atrás. Recordar. Es posible que el mal proceda de pequeñas acciones a las que no damos importancia. Una mentira para salvar el pellejo, una desatención, un mal gesto. La estúpida actitud de quien no devuelve el saludo. La impertinencia, la mala sangre, la soberbia del engreído. La falta de tacto, hacer amigos por interés, la deslealtad y el olvido. Acelerar el paso cada vez que vamos a cruzarnos con el vecino, torcer la cara, ignorar a ese que consideramos enemigo. No querer aclarar las cosas de una vez por todas (no tener voluntad sincera de hacerlo). El terror y el fanatismo, el odio y el terrorismo, el desgobierno y las guerras. El mundo al revés. Todos enemistados con todos.

Nadie quiere esto. Y, sin embargo, mientras unos ven pasar la vida y la muerte en modernos dispositivos electrónicos, opinan de todo sin saber de casi nada, se creen los más sabios y suponen que tienen la solución a cualquier conflicto armado, otros pelean, sobreviven, matan o son víctimas de guerras en las que nunca imaginaron verse involucrados. Los niños no quieren morir. Los hombres y las mujeres no quieren morirse tampoco.


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