Lo más reciente, álgido, tema de todos, de intensas discusiones en cualquier reunión familiar, o de amigos, con profusa difusión en las redes sociales de quienes se consideran rectores de la última información, sabios de la más firme opinión, analistas que llevan –algunos– veinte y más años divagando, equivocando argumentos, con explicaciones novelescas e inverosímiles y conclusiones ausentes.

Lo del bloqueo, dicen entendidos, es cosa de días, semanas, “nada entra, nada sale”.

Supongamos, es verdad, que las autoridades estadounidenses –sin ellos sería un mal chiste– van a imponer y liderar un cerco a Venezuela, con el apoyo de otros países. Parece bonito, emocionante, heroico, pero no es tan sencillo.

Imaginemos que al presidente Duque se le atraganta finalmente la piedra; ordena cerrar la complicada y larguísima frontera con Venezuela. No se podrán cruzar puentes para escapar de la tragedia castromadurista, ir por un rato a Colombia, comprar medicinas, alimentos y regresar. Se llenarán las trochas y, se sabe, mal de muchos, felicidad de pícaros, sus bolsillos se atiborrarán cobrando ilegales derechos de paso, esa inmundicia que llaman alcabala; y como el negocio crecerá desmesurado, no serán solo los narcoterroristas, corruptos militares recolectores de peajes y guías de cruce, otros acudirán, nuevos caminos surgirán. ¿Cuántos soldados y policías pueden repartir para que nada salga ni nada entre?

Supongamos –por un instante– que el primer mandatario Donald Trump ordena al Comando Sur o a quien corresponda bloquear las costas venezolanas, barcos modernos y poderosamente armados, los tiene de sobra. ¿Qué harán portaaviones, submarinos, fragatas, destructores, portahelicópteros cuando se acerque o salga un carguero ruso o chino? ¿Lo van a hundir? Sería un acto de guerra.

La misma pregunta habría que hacerle a la marina brasileña si decide bloquear las bocas del Orinoco, ¿a cuáles barcos interceptarán, a cuáles tendrán que dejar pasar les guste o no? Y bloquear la frontera entre Venezuela y Brasil es tan complejo, o más, que hacer lo mismo con la que nos separa tanto como nos une con Colombia. Para no hablar de Guyana, que sin duda sacará provecho ayudada por las poderosas empresas petroleras, mineras a las cuales ha venido facilitando, y seguirá otorgando, concesiones, espacios de inversión y trabajo en el territorio que Venezuela venía reclamando diplomática, jurídica e insistentemente hasta que Chávez cambió el reclamo por apoyo en el Caribe de habla inglesa.

Presumamos que además la Casa Blanca ordena suspender transacciones a través de bancos, ni un dólar entra, ni un dólar sale. ¡Que se frieguen bolichicos y demás alimañas corruptas que ahora empiezan a raspar también la olla del oro, diamantes, coltán y otros!

Pero un bloqueo bancario también impediría a la familia venezolana que huyó, que ahora lava platos o hace trabajitos para ganarse la vida en Estados Unidos, Canadá, Colombia, Chile o tantos otros países, enviar cada vez que puede 50 o 100 dólares para que coman algo los hijos que dejó. Ya las llamadas remesas suman millones de dólares, quienes medio comen no lo hacen gracias al petróleo y sueldos de miseria, logran agradecidos al dinerillo que remiten amigos y familiares. Todos ellos estarían sancionados, sean maduristas o entusiastas de Guaidó.

Un bloqueo serio, implacable, se produce principalmente en dos oportunidades: cuando faltan días para una invasión militar o para asfixiar a un país. Una cosa son las sanciones, incluso algunas que para presionar al régimen afectan también a quienes no lo son, y otra el bloqueo.

Vale la pena que todos lo pensemos en detalle, con cuidado, y que el presidente interino deje de lloriquear llamando a cohabitar en un insostenible gobierno paritario de transición, una inviable incorporación militar, que no pueden o no quieren hacerlo –para ellos el “lado correcto de la historia” es la disciplina, obediencia, línea de mando–, perder el tiempo con la oferta engañosa e ilusoria de defender un Plan País para un país que no tiene y termine de actuar. Que esta vez lo haga bien, con coraje, pecho a la calle, no como cuando la Asamblea Nacional impuso la Ley que rige la transición a la democracia, que hoy ellos mismos violan, o en el momento que prometió alegremente una ayuda humanitaria “sí o sí”, que jamás pudo entrar; ni cuando se fue a pasearse en solitario por la autopista, y aquel maravilloso mantra, hoy un mal recuerdo, de cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres.

Se es o no se es, afirmaba aquel personaje de Rómulo Gallegos, y es lo que Guaidó tiene que decidir y manifestarle convencido con plena sinceridad a Venezuela y sus aliados. Es el presidente o solo un dirigente temporal de oposición. O bloquea de una vez por todas al castrismo madurismo usurpador, o la gente lo bloqueará a él.

En esta oportunidad, con un bloqueo las fieras se aferrarán más al poder, agarradas con fuerza homicida al islote que les queda. Y ante lo que sería una operación determinante, también podría pasar que, desilusionados, apáticos, sin esperanzas, los venezolanos comiencen a cambiar la percepción, se agarren obligados por la circunstancia a lo único que les queda, el empecinado, nefasto y maligno castromadurismo.

Un bloqueo al régimen que no sea destituido en poco tiempo podría generar el crecimiento del conocido refrán: más vale chavista torpe y corrupto conocido que bloqueador extranjero por conocer. Si el bloqueo no produce con rapidez fulminante el cese de la usurpación, seremos sancionados.

Y quienes dijeron que la libertad y la democracia son fáciles de alcanzar, los convencidos convenientes en la creencia de que es realizable, se hundirán en la dependencia, vasallaje y servidumbre.

@ArmandoMartini


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