Este modelo político ha hecho cosas que eran imposibles, por ejemplo: dejar las panaderías sin pan, las farmacIas sin medicinas, los anaqueles vacíos, las estaciones de servicios sin gasolina y ahora los hogares sin comida, sin recursos y sin gas doméstico.

Ante la extensión de la cuarentena los venezolanos viven los tiempos de la «nada». Ya no tienen nada en los bolsillos, porque dejaron de trabajar hace dos meses debido al aislamiento social, no tienen nada de nada en sus neveras porque ya se acabaron los víveres que habían adquirido, no tiene nada de gasolina para salir a solucionar y, para rematar, no pueden cocinar lo poco que les quedaba porque ya se les terminó el gas doméstico.

Nicolás Maduro está condenando a los venezolanos a vivir una tragedia social que nunca se había visto; se ampara en la crisis mundial del covid-19 para ahorcar con más fuerza a los ciudadanos que se encuentran confinados en sus hogares, y desesperados ante la improductividad y la imposibilidad de reabastecer sus dispensas y sus botiquines médicos.

La «nada» es el resultado de la gestión de la usurpación. Desde Miraflores están condenando al calvario a las madres que ya no tienen nada que darle a sus hijos, están condenando al sufrimiento a ese padre que se lleva las manos a las cabeza por no poder conseguir como satisfacer las necesidades de su familia.

El régimen actúa con tal maldad y deshumanización que no les importa que los pacientes diabéticos se queden sin sus medicinas, que los enfermos de hipertensión se queden sin sus pastillas y menos les interesa que los cardiópatas sufran un infarto o que los pacientes renales colapsen por la falta de tratamientos.

El concepto de la «nada» no solo se limita a los servicios básicos, donde no hay agua, energía eléctrica, gas doméstico ni nada para los venezolanos, sino que se extiende más allá y afecta la integridad física de los venezolanos.

Ni salud tienen los venezolanos y lo más alarmante de esta situación es que, tal vez, al término de la crisis de la pandemia, los venezolanos sumaremos más fallecidos por las consecuencias sociales, devenidas de una mala gestión de la usurpación, que de la misma enfermedad.

Como reacción ante esta grave realidad, los venezolanos están cada vez más decididos a protestar en las calles y expresar su inconformidad y su deseo de vivir en mejores condiciones. Y esto no significa una rebelión contra la lucha por el coronavirus sino una respuesta al drama que se está viviendo al otro lado de miles de puertas, en las casas de millones de venezolanos que padecen de hambre, sed y desesperación.

En Miraflores siguen creyendo que una bolsa de comida cada dos meses, o más, conformada por 7 u 8 productos puede satisfacer más necesidades de una familia venezolana. Y ahora creen que con cisternas, que sabrá Dios cómo funcionarán, en el nuevo invento «del Clap del agua», solventarán la crisis hídrica en 80% del país.

Hagan lo que hagan los usurpadores, ellos siguen ofreciendo la «nada» a los venezolanos.

Ellos siguen allí, enchufados y chupando lo que resta de los recursos  del país, mientras el venezolano de a pie sigue sin comida en su nevera, sin medicinas, sin gasolina en su vehículo y sin posibilidad de vivir mejor. Queda sin salud, sin vida, sin nada.

 


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