Curaduría y justificación

No es una nueva ironía mía ni un capricho artístico, posiblemente tenga algo de sátiro, pero tampoco me mueve la burla en mi intención de crear el museo antropológico del chavismo. Mi interés –aunque tiene algo de estético– es pedagógico. Creo que la reunión de fenómenos sobrenaturales que nos ha concedido el chavismo merece un museo que los adquiera, conserve, estudie y exponga al público como las repugnantes rarezas que son.

Vestíbulo

Todo museo inicia con una sugestiva figuración de la exhibición que atenderemos. En el caso del museo antropológico del chavismo no creo que exista curador o museógrafo en el mundo que se atreva a debatir conmigo que su vestíbulo debe ser un espacio donde ventosidades pestilentes emanen de todas partes y el espectador vaya anticipando lo que está por observar (y experimentar).

La sala antropológica de la barbarie

La primera sala con la que iniciaría el recorrido del museo sería una sala introductoria que explicase el origen de la barbarie chavista, de su corrupción, de su ambición desmedida, de su crueldad, de su criminalidad, de su ebriedad para dañar, mostrando que proviene de nuestros ancestros los piratas del Caribe, famosos por llegar a nuestras tierras ofreciendo espejos mágicos socialistas, violar a nuestras mujeres, esclavizar a nuestros nativos, asaltarlos, robarles el oro y torturarlos hasta la muerte si no se sometían a su cruel mandato.

La sala Hugo Chávez y sus especímenes

La siguiente sala sin duda sería la de Hugo Chávez y su familia. Mostraría todas las transformaciones que el dinero fácil, la corrupción, el nuevorriquismo y el más patético de los gustos causan hasta en el más primate de los seres, que, aunque se vista de oro y seda, primate se queda. Siento que sería una sala interesantísima conceptual y plásticamente: la transformación desde el humilde y “tierrúo” raquitismo (que se muere de hambre), hasta el celulitoso y marrano sobrepeso de la corrupción.

La sala del heredero

El elemento kitsch del chavismo tiene que ser representado en el museo, yo la destinaría a la sala del amigo íntimo, del predilecto, del heredero: Nicolás Maduro. Sería una sala cursi (como él y como el chavismo), pretenciosa, de mal gusto e infantiloide. Yo mostraría una alcoba sadomasoquista, repleta de juguetes eróticos, látigos, esposas, antifaces con los ojitos de Chávez, pajaritos habladores, lunas llenas; sería el único espacio rosado de la muestra. Habría que determinar qué tipo de pájaro le hablaba a Maduro y cómo se divertía con él.

La sala de la fealdad

En un museo antropológico del chavismo no puede dejar de resaltarse su fealdad. Estos engendros son de un feote asqueante. Creo que jamás ninguna tiranía a lo largo de la historia de la humanidad había tenido representantes tan repugnantes o atroces. Esa peculiaridad del chavismo debe ser advertida en un letrero antes de iniciar el recorrido de esta sala, sobre todo para niños y personas con deficiencias cardiacas. Un espacio que reúna a Delcy Rodríguez, Cilia Flores, Iris Varela, Erika Farías, Pedro Carreño o Rafael Lacava puede ser aterrador o mortal.

La sala de la crueldad

Los despreciables métodos empleados por el chavismo para hambrear, enfermar, encarcelar, torturar y asesinar al pueblo venezolano merecen su propio ambiente. Un museo chavista debe exhibir la comida podrida, las pocilgas médicas, las inhumanas cárceles, los tortuosos Helicoide, Dgcim y La Tumba; debe mostrar la gente escarbando la basura, agonizando en hospitales, torturada hasta la muerte, lanzada de un décimo piso por diversión. Los “ojitos” de Chávez serían la insignia de esta sala, su esvástica.

La sala de la corrupción

Sin duda, una sala crucial en el museo antropológico del chavismo. Lo que en el Louvre es La Gioconda de Da Vinci o en el Reina Sofía El Guernica de Picasso, en el museo del chavismo es el espacio destinado a su verdadera obra maestra: la corrupción, realizada con un desparpajo y malandraje únicos. Los asaltos más descomunales y descarados de la historia de las Américas se verán en esta sala. Esta sala debe ser muy grande, grandísima, para intentar completar la cifra de lo que robaron.

La sala de la traición

Son muchas las salas que he considerado en la creación del museo de la podredumbre chavista, tantas que no tengo espacio suficiente en un artículo de opinión para enumerarlas, pero mencionaré también una importantísima, la sala de la traición. Es decir, el infame espacio del colaboracionismo, de la cohabitación, de la cobardía y de la cooperación, en la que los Carlos Fermín, Henri Falcón, Felipe Mujica, Luis Parra, José Brito y tantos otros serán recordados con el baboso asco que merecen.

¿Museo o cárcel vivencial?

Si los académicos desean que el museo además sea una cárcel experimental de vanguardista arte conceptual, yo no tendría objeción, lo importante es crearlo. Sería magnífico –por ejemplo– ver en una sala-celda a Diosdi Cabello vestido con taparrabo, encuevado, amenazando estúpida e inútilmente a los visitantes con su mazo. Yo pagaría lo que fuese por entrar ahí, le lanzaría uno que otro maní para alimentarlo y para que –otra vez– me grite mientras me río de él.

Posdata diseñadora

¿Qué otra sala agregarías tú?

@tovarr


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