Maradona
Una fan de Maradona llora su muerte. Foto: Ronaldo Schemidt / AFP

Murió Maradona. Se desató una locura de tal magnitud que no puede dejarse pasar sin al menos una reflexión.

Este columnista era estudiante, viviendo en Nueva York aquel 22 de noviembre de 1963 cuando a mediodía fue asesinado el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, quien encabezaba la caravana de vehículos –el suyo descapotable– durante un acto político en Dallas, Texas. El país entero entró en shock  dado el gran carisma y popularidad del joven mandatario. La gente lloraba por las calles, etc. Quien esto escribe, junto con algunos amigos, nos trasladamos el día 25  a Washington y nos instalamos en la acera de Pennsylvania Avenue 12 horas antes para ver pasar el cortejo fúnebre con el féretro y la bella  viuda Jackeline caminando detrás del mismo con sus hijos, seguida de la mayor concentración de altos dignatarios mundiales jamás reunida antes ni después. Aun hoy mantenemos vívida las imágenes y las vivencias de aquellos inolvidables días.

Otros fallecimientos también han marcado hito, tales como el del papa san Juan Pablo II y el de Fidel Castro, pero en estos casos se trataba de acontecimientos previsibles dada la avanzada edad y precario estado de salud de los personajes. La muerte de Chávez, para los venezolanos de una u otra parcialidad, constituyó asimismo marca en nuestra historia tanto por la personalidad del difunto como por el presagio de la difícil herencia política que nos dejaba.

Ahora fallece Maradona, tenía solamente 60 años y pese a su muy deteriorada imagen física, nada permitía anticipar su rápido deceso ni mucho menos el estado de conmoción que este generó no solo en su Argentina sino en el mundo en general, dada la controversial trayectoria del personaje en la que confluían uno de los mejores futbolistas de la historia paralelamente con lo más criticable del comportamiento humano.

Se interrumpen programas de televisión, gente llora en las calles, los fanáticos se concentran a las puertas del estadio de Boca Juniors donde el Pelusa gestó algunas de sus glorias. El club italiano Napoli resuelve bautizar su estadio con el nombre de su otrora jugador estrella. El gobierno argentino decide velarlo en la Casa Rosada (sede de la Presidencia de la nación) a cuyas puertas se concentran miles de personas en plena pandemia, sin mascarillas, desafiando la estrictísima normativa de confinamiento vigente, etc. Se decretan tres días de luto oficial con bandera a media asta. Se preguntaría uno: será que falleció el Papa argentino (Bergoglio) o alguno de los premios Nobel de esa nacionalidad? No, falleció un individuo cuya trayectoria fuera del fútbol puede calificarse de vergonzosa, amoral, trágicamente sometida a la droga que acabó por vencerlo. Maradona: el peor ejemplo posible para ofrecer a nuestra juventud y que al mismo tiempo era explotado por políticos –siempre de izquierda– que se beneficiaban con su cercanía a cambio de también darle a él la ventaja de hacerlo ídolo intocable. Fidel, Chávez, Maduro y toda esa fauna se pavonearon en su compañía y al hacerlo comunicaban a nuestros jóvenes la impunidad de ser padre irresponsable, maltratador de mujeres, cocainómano irredento, tramposo y mala persona.

Maradona permitió e instó a millones de argentinos a enorgullecerse del histórico gol anotado ante Inglaterra en el Mundial de 1986 utilizando su mano para generar el tanto. A eso se le llamó y  se llama aún “la mano de Dios”, convirtiendo la viveza criolla y la trampa en virtud propia del Olimpo y a su protagonista en ídolo planetario y casi talismán de grandes sectores del pueblo argentino llano.

Convenimos en que la saga Maradona es el dilema de miles de personas que habiendo conseguido éxitos resonantes no pueden liberase de la problemática, las carencias y los conflictos que arrastraron desde su vida intrauterina y nacimiento en una sociedad excluyente, cruel y anómica. Al mismo tiempo, todos sabemos que si algo tenemos que enseñar a nuestros hijos y nietos es “no sean igual que Maradona”.

Un reconocido y muy ácido conductor televisivo de Argentina, Jorge Lanata, despachó en tweet en el que invitaba a no caer en la costumbre de que del muerto no se puede hablar mal. Maradona fue una mala persona aunque tal vez no tuvo toda la culpa. Alfredo Di Estefano, Fangio, Muhammad Alí y otros grandes del deporte o el espectáculo transitaron hacia el más allá dejando un recuerdo y un ejemplo  digno de imitar y tener en cuenta. Messi no es menos futbolista que Maradona y sin embargo es un ciudadano bien portado con un entorno familiar estable, sin escándalos.

Como cristianos que somos, lo anterior no impide que de todo corazón elevemos una plegaria ante nuestro Señor para pedirle que donde sea que lo tenga a Diego mientras espera el día del Juicio Final,  le otorgue la paz que el pobre Pelusa nunca tuvo mientras vivió su agitada y controvertida vida.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!