La novela Mundo raro de Manuel Domingo Rojas incursiona en niveles plurales de narración que encuentran su punto de fuga, su convergencia, en un final súbito por imprevisto, con una latencia nerviosa sostenida. Y representa para mi una suerte de parentela con Nocturno indiano, donde el extraordinario escritor italiano que fue Antonio Tabucchi despliega una búsqueda identitaria inútil, revelada también al final, e impredecible, como toda eficaz intriga que se pondere.

Solo que en el caso de Manuel Domingo Rojas el destino de sus personajes pasa por un juego de espejos que multiplica una voluntad de existencia onírica y de deseo sensual, jugando con reencarnaciones en vida. No se asusten, no contaré el cuento. Más bien les confundiré un poco para sembrarles algo de curiosidad felina.

Decir capas de cebolla sería banal, aunque adecuado para describir un “despellejamiento” entre ficción y realidad. La novela va deshojando en su fibra nerviosa una historia de sensibilidades extremas que tejen una trama de tiempo-espacio históricos. Pasa de la Guerra fría y sus miserias de espionaje y traición, a la incidencia literaria del genio que fue don Gabriel García Márquez y sus influjos sobre la política cultural, y la política a secas, del régimen de Fidel Castro.

En este renglón, para quienes hemos tenido la fortuna de gozar la magia de esa otra perla caribeña que es Cuba, y más aún en tiempos de festivales de cine, conocer detalles detrás de los telones es un placer rayano en la fruición de anécdotas secretas. Y mucho de lo que pasa en la novela transcurre en una Habana de connotaciones antropológicas y literarias que viajan de la gastronomía a la dimensión sociopolítica de la isla, pasando por el ejercicio de un periodismo de rigor.

Y aunque es obligado no aportar información en la presentación de una novela a la que hay que respetar para inédito júbilo del lector, si puedo revelar que la figura del Gran Premio Nobel de literatura colombiano sobrevuela las páginas de Manuel Domingo. Nuestro autor tuvo una relación privilegiada con don Gabriel, y vivió momentos únicos con el más ilustre hijo de Aracataca, episodios que ahora tenemos la fortuna de conocer con la óptica oblicua de la anécdota, pero de veracidad cercana.

Otra de muchas cosas que debo apuntar es la notable, y muy notoria pesquisa de lugares, situaciones, antecedentes históricos de épocas convulsas del siglo pasado. A ratos la narración pareciera hecha de instantáneas monumentales, frescos en los que se pintan episodios fundamentales de la infamia del colonialismo en África y detalles desgarradores de genocidios y de crímenes políticos que enfangan las devaluadas pretensiones hegemónicas de las grandes potencias. Como ejemplo bastaría citar la carnicería humana perpetrada en el Congo Belga.

En tramos interconectados con un ritmo narrativo muy ágil, Manuel Domingo va regalándonos una exposición visual de tradiciones que van de la magia de las grandes religiones animistas africanas ya afincadas en nuestro continente, a tradiciones chamánicas de gran calado y vigencia antropológica actual.

De nuevo debo insistir en que es ardua la tarea de enfocar una obra literaria como la que nos ocupa ahora, de niveles sinfónicos por sus recursos instrumentales diversos; inevitablemente incurriré en alguna zancadilla al lector. Pero conste que no pretendo revelar las claves de quienes deben recorrer terrenos minados de suspenso, de secretos, de misterios de identidades dobles, para enunciar tan solo algunos componentes de una novela que como Mundo raro se asoma a emociones que se comportan como juncos, enredándose en un tronco madre político, ramas de las que penden amores, erotismo, y transgresiones que trazan destinos insospechados. No tengo ningún empacho en reconocer que el capítulo donde se narran encuentros carnales me recordaron algunas páginas de Trópico de Cáncer de Henry Miller o de sus escarceos de alcoba con Anaís Nin. Con la diferencia clara de que el purísimo atrevimiento de algunas escenas de provocadora carnalidad llevan el desparpajo y la inocencia de los paraísos sensuales de las tierras y de los mares caribes, donde podrían haberse localizado muy bien los prados y lagos de la primera pareja del mundo mítico religioso; solo que disiento, antes de la famosa provocadora manzana, siempre he creído que un mejor fruto seductor debe de serlo un mango.

La novela sucinta, no a la manera de los relatos largos que los franceses llaman roman y romance los italianos, de Manuel Domingo, contiene para mí un guiño profesional hacia el mundo de las embajadas. Y traduce muy bien el clima que prevalece frente a acontecimientos extremos, sucesos que acaban por definir también una carrera que no solo no justifica la imagen de frivolidad que representa para muchos la diplomacia, si no que narra la rutina de los representantes de países que también se enfrentan a hechos pedestres, accidentes, asonadas, emergencias, sin el glamour zafio de las espurias crónicas sociales.

A mi en lo personal me toca directamente la alusión al mundo diplomático, por el oficio que ejerzo desde hace décadas, y por la carga viajera tan intensa que comprende la novela de Manuel Domingo, viajero impenitente también él mismo. He tenido la fortuna de habitar por dentro algunas de sus páginas, y lo digo así porque he trabajado en muchos de los escenarios donde transcurren sus historias: en el subcontinente indio, en Nepal, en el Ceylán donde vivió Neruda. Y durante un sexenio en Brasil, en el norte de África, y en el Caribe.

Un Mundo raro de Manuel Domingo Rojas tiene una virtud rotunda que aprecio enormemente. Vuelve ameno lo que conlleva por necesidad una cierta carga de aridez. Su texto enlaza abundante y precisa información histórica y política, propia de un libro de ensayos y a la vez que aporta datos incontestables,  encaminándonos por vericuetos de pasiones humanas bajas y altas, sin prejuicios morales que aleccionen a sus personajes de riqueza intelectual y emocional.

Así como Lawrence Durrel pintó la Alejandría de Egipto con su Cuarteto de Alejandría, Carlos Fuentes a la Ciudad de México en La región más transparente y Malcom Lowry a Cuernavaca, con Bajo el Volcán, Mundo raro» de Manuel Domingo Rojas gravita, sin abuso, de uno de los enclaves más bellos del mundo, la Cartagena de Indias de Blas de Lezo, ese héroe tuerto, manco y cojo que el portentoso artista plástico Alejandro Obregón emularía en correrías y aventuras cartageneras de alta prosapia bohemia.

El volumen que tenemos en las manos es incluso un viaje inmaterial, espiritual, que desprende aromas éticos y penetra en nuestras reflexiones sobre la injusticia de los hombres y de los dioses; deja la huella que marca destinos ajenos. Fábulas rigurosas como ésta enmiendan a la fatalidad, dan vida propia a los anhelos más hondos de sus malhadados personajes. Y aunque prevalece un profundo trasfondo de denuncia social y de reproche existencial ante los fracasos emocionales, en el fondo, siempre en el fondo literario, este Mundo raro deja de ser extraño: nos descifra también y ya no será nunca, una rara novela.


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