Dirigida por los “Daniels”, la película Todo en todas partes al mismo tiempo ha alcanzado el status de filme de culto de la generación millenial, desde su exitoso estreno en 2022.

La película cuenta la singular historia de una familia asiática que administra una lavandería, cuya normalidad se trastoca a partir de una serie de eventos: la notificación de divorcio que un marido debe entregar a su mujer, la afirmación lésbica de la hija de ellos ante su abuelo, más una deuda con el fisco que el negocio tiene que honrar con una representante de hacienda.

La cinta empieza con el ritmo tragicómico, excéntrico y kafkiano de una dramedia china de corte costumbrista, como la hemos visto tantas veces desde la época de Ang Lee con el Banquete de bodas y más recientemente en Crazy rich asians y The farewell, acopladas a la nueva política de Hollywood de la representatividad de minorías.

Sin embargo, conociendo a los directores de la desquiciada Swiss Army Man, el argumento del filme expande los límites de cualquier formato o corsé narrativo de la actualidad, para tomar unos atajos impredecibles.

El largometraje evoluciona en la mente trastornada de los personajes como una proyección fantástica de sus delirios, complejos, alucinaciones, sueños y pesadillas, dando cabida al surrealismo pop y caricaturesco que define el sello de los Daniels como nuevos autores del cine americano.

Así, la primera burbuja argumentativa del filme se rompe al mostrar el mundo paralelo de los protagonistas, donde se erigen en héroes y villanos desdoblados de su propio bucle, en una especie de guiño a los multiversos de la contemporaneidad de Marvel, pero ofreciéndoles una respuesta aún más barroca, desconcertante y absurda, si cabe.

Los Daniels, en el canon de los Avengers, serían como una mezcla entre el humor camp de James Gunn pasado por el tamiz melancólico de Taika Waititi, y las transposiciones temporales de unos hermanos Russo que revisitan las capas de sentido de Spider Man: No Way Home y Doctor Strange en el multiverso de la locura.

Frente a la asimilación industrial del fenómeno, se nos antoja que los Daniels quieren recuperar la esencia maldita de los géneros menores de antes, que van camino a estilizarse y solemnizarse para el mercado geek de los hípsters.

Por eso, Todo en todas partes al mismo tiempo afirma una gula cinéfila que en principio metaboliza cientos de referencias nostálgicas (de cameos y citas trendys), para luego implosionarlas en un vendaval de acciones desenfrenadas que culminan en un desenlace consolador y esperanzador.

De aquí se desprenden los aciertos y los traspiés del largometraje.

Por un lado, la película sale ilesa de su ejercicio de armar un collage con versiones alteradas de El Tigre y el Dragón, Ratatouille, In the Mood for Love, Being John Malkovich y las obras maestras de Jackie Chang, haciendo piruetas y coreografías de kung fu en decorados burocráticos, partiéndolos a la mitad.

Todo cabe, como en una instalación de la posmodernidad inocente e irónica de unos Tarantinos que adoran encontrar un norte creativo en la deconstrucción de la memoria audiovisual del siglo.

Por tanto, la película respira el aliento de un cine meta que abre caminos perceptivos en la autofagia y la canibalización de joyitas del dominio público, buscándoles una prolongación paródica que resuelva el conflicto de la trama.

En el subtexto, el filme habla del mismo status del cine actual que se consume en el placer de replantear un terreno conocido, dotándolo de un nuevo aspecto carnavalesco y espectacular, cerebral y complejo, que conecta con las ansiedades de la audiencia ilustrada en el seguimiento de series.

En efecto, las ramificaciones y derivaciones del arco dramático de partida suponen por igual el principal lastre del guion, al exagerar la nota de la duración y la redundancia de situaciones, que acaban por aplanarse y achatarse por culpa de las interferencias del libreto.

Se nota la mano de los productores, precisamente los hermanos Russo, que estiran sus historias hasta el infinito, con la mente puesta en su público, a expensas de la capacidad de síntesis, porque Todo en todas partes al mismo tiempo es una película de hora y media, que le imponen una hora más en sala de montaje para ampliar la experiencia con algo que escala en finales falsos, explicaciones innecesarias y amagos de poscréditos.

La noticia positiva es que la película aguanta el corte épico de los productores, gracias al oficio y el talento de los Daniels que hacen poesía y romanticismo de la teoría del caos.

Por ende, uno de los viajes del año, con su genuino amor por el freek y los gestos de humanidad que salvan o redimen a la civilización hiperfragmentada.

Tómense su tiempo para degustarla.

Ojalá que los boomers del Oscar la entiendan y la nominen, aunque sea en guion y edición.

Preocupación al cierre: que el chiste se decante por la receta de autoayuda que esconde una galleta de la suerte.


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