Danza abierta, Cuba. Foto Roland Streuli

En la búsqueda de sí misma, la danza latinoamericana ha reinterpretado mitos, asimilado influencias y enfrentado contradicciones. En su deseo de trascendencia, ha querido superar localismos, al tiempo que queriendo ser auténtica, ha olvidado con frecuencia la condición esencialmente universal del arte.

América Latina ha sido un territorio signado por el desarrollo de expresiones de la danza escénica indagadoras de rasgos propios, proyectados al mundo. Estas, han sido consideradas como una potencialidad más de las muchas atribuidas a la región. En un reconocerse, primero, como un conglomerado de culturas semejantes en medio de su diversidad, y en un proyectarse, después, como la suma de realidades y de sentires no siempre coincidentes, se encuentra probablemente el punto de partida para el logro de la tan anhelada danza latinoamericana.

Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín de Buenos Aires, Argentina. Foto. Roland Streuli

La quimera permanece y el ritual alrededor de una danza continental común se mantiene. Caracas la invocó colectivamente hace 30 años, a través de un gran convite alrededor de las tendencias contemporáneas en boga en ese tiempo. La Temporada Latinoamericana de Danza realizada por primera vez del 15 al 23 de noviembre de 1991, propició la información y el conocimiento entre hacedores, una importante carencia en esos momentos. La Temporada como proyecto constituía inicialmente un acierto, ya que ofrecía la posibilidad de conocimiento y reconocimiento entre pares.

Nueve países, incluyendo Venezuela, dieron cuenta de las particularidades de sus movimientos, a comienzos de los años noventa, dejando en claro posibilidades y recursos, exhibiendo hallazgos y evidenciando limitaciones. El panorama quedó claro una vez finalizado el evento. México (Antares), Cuba (Danza abierta), Argentina (Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín),Chile (La Séptima Compañía), Costa Rica (Diquis Tiquis), Colombia (Gaudere), Ecuador (Frente de Danza Independiente) y Bolivia (Dragadanza), mostraron evidencias en materia de conceptualización y escuela, resultado, según los casos, de influencias determinantes provenientes de Estados Unidos y Europa, o surgida del deseo de mirarse a sí mismos y hacerse de un método y su consecuente estética, a través de esa introspección.

Igualmente, nueve fueron las compañías venezolanas, procedentes exclusivamente de la capital, las que representaron al país en la Temporada Latinoamericana. Danzahoy, Coreoarte, Acción Colectiva, el Taller de Danza de Caracas, Contradanza, Axis, Neodanza, Macrodanza, y el Festival de Jóvenes Coreógrafos, ratificaron un estado de cosas quizás muy específico del contexto de la danza nacional de la época: apoyo oficial y notables niveles de compromiso en la creación.

Antares, México. Foto.Roland Streuli

La Temporada Latinoamericana de Danza, de carácter bienal, extendió su presencia hasta 1997. Un ciclo corto que cumplió con su cometido de ser reflejo multiplicador de las identidades de la danza contemporánea continental.

Aprehender la danza de América Latina como un todo, resulta todavía hoy una empresa compleja. Sin embargo, no son difíciles de identificar dos situaciones en común que unen sus distintas expresiones, justo en la tercera década del siglo XXI: la incesante búsqueda de su propio rostro, que seguramente no es único, y el aislamiento, que en plena era de exceso de información, se mantiene.


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