En 1980, cuando se conmemoró el sesquicentenario de la muerte de Simón Bolívar, Venezuela vivía un ambiente de gran entusiasmo. Si bien la idea de la “Gran Venezuela” había entrado en una fase de cuestionamiento, todavía se vivía el espejismo de un país en “vías de desarrollo”. El término como tal resulta interesante en sí mismo: más que un país en vías de superar la pobreza y las exclusiones, se privilegiaba un vago indicador económico. Siguiendo posiciones muy en boga, no se discutía, por ejemplo, o no al menos en el pensamiento dominante, a qué tipo de “desarrollo” se aspiraba. ¿Una industrialización? ¿Un “desarrollo convencional”? ¿Otro de tipo sostenible? ¿Una sociedad económicamente próspera pero con justicia social?

Esa Venezuela de los petrodólares y de la ilusión de armonía y de riqueza inconmensurable había entrado en el lento pero inexorable y agónico túnel del declive. La crisis venía, pero no se lograba presentir. “Ta barato. Dame dos”, se escuchaba decir con frecuencia. Esa actitud consumista caracterizaba la prosperidad de ciertos grupos socioeconómicos.

La conmemoración del sesquicentenario de la muerte de Bolívar antecedió a dos importantes celebraciones como fueron el bicentenario de Andrés Bello en 1981 y del propio Bolívar en 1983. El gobierno de Venezuela logró cumplir un amplio programa de actividades, como eventos artísticos centrados en esas efemérides, congresos, publicaciones y reediciones de obras importantes (como las obras completas de Bello, la colección de documentos para la vida de Bolívar de José Félix Blanco y Ramón Azpurua y las memorias del general Daniel F. O’Leary, entre otras). Viéndolo desde la distancia de los años, en aquella coyuntura del mercado petrolero mundial quizá faltó un asertivo ejercicio de reflexión sobre las realidades y el futuro del país que hubiera permitido un ajuste en el proyecto histórico. Algo parecido, aunque solo enfocado en el tema del Estado, se hizo más tarde con la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado.

Las dos décadas que median entre el bicentenario del inicio de la independencia (2010) y el de la muerte de Bolívar (2030) nos debieron haber servido, quizá ahora con mayor razón, para repensarnos como país, hacia dentro y hacia fuera. Ese debió ser el sentido de los bicentenarios (Biord Castillo 2018). Consumida esa primera década entre los vaivenes de la política y difíciles condiciones en diversos ámbitos, nos queda todavía la segunda de ellas para repensar el país y las causas más profundas de los conflictos que subyacen a la difícil situación de polarización, enfrentamiento, pauperización y falta de entendimiento que vivimos los venezolanos.

Lo más inadecuado sería reducir la conmemoración del bicentenario de la muerte del Libertador a un mero discurso laudatorio y a una actitud ditirámbica, simplistamente ditirámbica, que repita la huera veneración a Bolívar que ya analizó Germán Carrera Damas (1969) y que muchos pensadores antes y, sobre todo, después han evaluado.

El uso y el abuso de Bolívar parece hacerse sin vergüenza ni respeto en un país que lleva su nombre y que ha llegado al absurdo de repetir el apelativo en la denominación de estados, municipios, instituciones diversas sean civiles o militares (muchas de ellas focos de corrupción y ejemplos palmarios de actitudes poco éticas y por tanto antibolivarianas en esencia), parques y plazas, avenidas, aeropuertos, universidades, escuelas e instituciones diversas. Con tanta mescolanza se tiende a confundir al Bolívar histórico con el Bolívar símbolo. Ojalá que, como homenaje al bicentenario de su muerte, podamos separar nítidamente el uno del otro e incluso distinguir entre el Bolívar necesario y el Bolívar mampara.

El Bolívar mampara es aquel que ha sido usado de manera indebida y poco escrupulosa a lo largo de la historia de Venezuela y de América Latina incluso para justificar ideologías y proyectos políticos. Invocar al Libertador ha funcionado como una carta de presentación y recomendación. Nadie que hable de Bolívar podría ser tenido como incorrecto, mal intencionado o abusador. Su uso, sin embargo, puede esconder tanto premeditación y alevosía como ignorancia derivada de un sostenido culto hierático a la figura de Bolívar y de los próceres de la independencia, en general. Tal empleo “oficialista” del Libertador se inscribe dentro de un discurso nacionalista ad hoc que a la vez, como caras de una misma moneda, puede tener aspectos positivos y otros en exceso negativos, rayanos en chauvinismo y en actitudes fundamentalistas y xenofóbicas.

El Bolívar necesario (Biord 1983), en cambio, es aquel derivado de un verdadero análisis y una adecuada ponderación de su obra y de su pensamiento. El uso de frases descontextualizadas conlleva a interpretaciones limitadas y anacrónicas. Algunas de esas frases lucen excelentes, como “moral y luces son nuestras primeras necesidades”, “un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción” o “el talento sin probidad es un azote”. Otras, por el contrario, resultan más circunstanciales, como “Para el logro del triunfo siempre ha sido indispensable pasar por la senda de los sacrificios”; “Como amo la libertad, tengo sentimientos nobles y liberales; y si suelo ser severo, es solamente con aquellos que pretenden destruirnos”; “Formemos una patria a toda costa y todo lo demás será tolerable”; “No podemos tener traidores en las filas, de lo contrario perderíamos la patria”; “El sistema de gobierno perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”.

El pensamiento de Bolívar debe entenderse en su contexto y de acuerdo a las condiciones históricas. Se debe tener en cuenta, asimismo, que era un hombre de acción con una extraordinaria capacidad reflexiva, pero no un analista ni un intelectual en el sentido amplio del término. Rescatar al Bolívar necesario es urgente y ese rescate debe sustituir a la manipulación de su figura, de sus ideas y de su legado. Entre otros aspectos, el proyecto de la unión latinoamericana es uno de los más rescatables del pensamiento de Bolívar y, al mismo tiempo, uno de los que más resistencia ha encontrado tanto ayer como hoy por parte de las élites y grupos de poder de cada país.

El 17 de diciembre de 2020, cuarenta años después de la conmemoración del sesquicentenario de su muerte, se ha abierto la década jubilar que nos conducirá al bicentenario de su tránsito a la eternidad. “Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”, exclamó en su última proclama.

Hoy Venezuela, centrándonos en esta parte del mundo hispanoamericano, vive como nunca el efecto de los “partidos” cuya cese pedía el Libertador. No se trata, sin embargo, de los partidos políticos como organizaciones democráticas, sino los grupos que dividen a una sociedad e impiden su entendimiento para bien de la república y sus habitantes.

190 años nos separan del momento final del Libertador en Santa Marta y diez, solo diez, del jubileo del bicentenario de aquel día infausto para la República de Colombia que, con clarividencia y la ilusión de la unidad, fundó Bolívar para integrar pueblos cada vez más hermanos, como luego lo ratificaría con la convocatoria del Congreso de Panamá. Ojalá podamos conmemorar el bicentenario de la muerte de Bolívar contemplando la muerte definitiva del uso indiscriminado de su herencia histórica y simbólica, enterrando la oprobiosa práctica de usarla no solo a beneficio de inventario sino también de forma sesgada y acomodaticia insultando de esa manera su memoria y el debido respeto al símbolo que representa para todos los venezolanos, sin excepción.

Quizá sea interesante estudiar no solo las diversas imágenes o representaciones de Bolívar en la historiografía, sino las asumidas de forma explícita o no por políticos y gobernantes que han acudido a su prestigio para justificar e impulsar sus proyectos, desde Páez y Guzmán en el siglo XIX hasta Chávez y el chavismo en el siglo XXI, sin olvidar a Gómez, a López Contreras, a Pérez Jiménez ni a los gobiernos del Pacto de Puntofijo.

Entre otras tareas pendientes se impone revisar, entre iniciativas del último medio siglo, el proyecto de la Semana de Estudios Bolivarianos, las Sociedades Bolivarianas Estudiantiles, la idea de la Cátedra Bolivariana como materia obligatoria del plan de estudios del bachillerato y su relación con esa extraña materia de Instrucción Premilitar, así como la permeación, solapamiento e interpenetración de ideas militaristas a través de esas actividades docentes, como parecerían sugerirlo actividades políticas en el seno la Fuerzas Armadas (como el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200) y, posteriormente, las llamadas escuelas bolivarianas y la exaltación del culto vacío y estéril a Bolívar. Se trata este último del culto para el pueblo, como señaló Carrera Damas, de un discurso elaborado al peor estilo conocido como ad usum delphini.

Otra tarea pendiente de gran utilidad es estudiar al Bolívar histórico desde una perspectiva comparada. Esto tendría una especial importancia para los venezolanos. Nos ayudaría no solo a entender mejor su vida y su obra en el contexto iberoamericano, sino también nuestra propia historia como manera de entender al país profundo, tanto en la social como en lo cultural.

Ya que nos aproximamos a la conmemoración del bicentenario de la muerte de Bolívar, debemos procurar que cese por siempre el abuso de su figura, del uso del Libertador como escudo y bandera para promover proyectos que, si bien pudieran incluir postulados de reivindicación social, su finalidad desemboca en la justificación del poder ejercido de manera excluyente. Hemos de aspirar a que muera el Bolívar mampara.

Como reto y, a la vez como homenaje a su memoria, debemos dejar descansar en paz a Bolívar. El Libertador no puede invocarse para dividir sino para unir e integrar. Dicho en sus propias palabras, el poderoso símbolo que ha llegado a ser Bolívar ha de servir para que “cesen los partidos y se consolide la unión”, la unión de los venezolanos y la integración sin excusas ni intereses mezquinos y parciales de los países latinoamericanos, en especial de aquellos más próximos no solo por la geografía sino por la historia, sus sociedades y culturas.

La Colombia de Bolívar y de tantos otros soñadores nos sigue apelando dos siglos después. Olvidémonos de los huesos que ansían reposar en la oscura bóveda del Panteón Nacional, materia inerte sin poder. Volvamos al manantial de su obra y, sobre todo, de sus escritos. No hagamos de Bolívar un signo acomodaticio de significados restringidos, sino un símbolo pleno de significados para construir un futuro digno, incluyente, justo y panamericano.

Referencias

Biord, Horacio. 1983. Aproximaciones al Bolívar necesario. Anthropos (Revista del Instituto Superior Salesiano de Filosofía y Educación, Los Teques, estado Miranda) Nº 7: 13-22

Biord Castillo, H. 2018. Sentido y alcance de los bicentenarios de la Independencia. Notitarde (Valencia, estado Carabobo, marzo 07), http://www.notitarde.com/sentido-alcance-los-bicentenarios-la-independencia/

Carrera Damas, Germán. 1969. El culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Facultad de Humanidades y Educación. Instituto de Antropología e Historia.

 

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