Mucho se ha comentado con distinto tono e intención acerca de unas visitas nocturnas de altos personeros del régimen a la Universidad Central de Venezuela.

El primer episodio conocido  de esta historia ocurrió a finales de agosto cuando Delcy Rodríguez, vicepresidenta ejecutiva de la República, quien obtuvo su título de abogado en la UCV en 1993, hizo una incursión nocturna exploratoria de carácter provocativo, durante la cual mandó romper y violentar cerraduras y candados para ingresar al Aula Magna  para “inspeccionar” vaya usted a saber qué cosa. La nocturnidad se entiende toda vez que es de conocimiento general  -y de ella también- que quienes hoy usurpan el gobierno nacional no son  bien vistos en los predios ni de la UCV ni de ninguna de las  demás universidades autónomas que existen en el país.

El segundo episodio se registró hace pocos días cuando el propio “usurpador en jefe” acompañado por  Delcy y  la plana mayor del régimen repitió la incursión nocturna en un acto bochornoso de matonismo bolivariano muy propio del talante con que se maneja esta gente.

En esta segunda incursión Nicolás tuvo el  grosero gesto de sentar su voluminosa humanidad en el pupitre de un aula de clase mientras la “primera combatiente”  abogada ella, ocupaba el de al lado. No cometeremos aquí la tontería de traer a colación la pertinencia o no de la escena representada por un exchofer de autobús acomodado en un pupitre universitario. Lula da Silva, Lech Walesa y otros grandes estadistas no requirieron pasar por las aulas universitarias para haber podido ocupar con mayor o menor éxito los más relevantes cargos  electivos sus países. Pero el caso en comento se trató de un “bullying” donde quien se siente poderoso quiso refregar tal condición ante los  partícipes  naturales  del recinto que esa noche “no pudo vencer las sombras”.

Ha sido tradicional que las universidades autónomas, sedes donde se producen conocimientos y generan ideas, constituyan focos de debate propios de las libertades democráticas que por su misma naturaleza no agradan a los gobiernos autoritarios y  menos aún a los dictatoriales. Tal enfrentamiento existencial no es nuevo ni en Venezuela ni en el mundo pero la diferencia radica que en democracia se permite y estimula el debate, en dictadura se reprime. Por esa misma razón es que desde que se restableció la democracia en 1958, ese mismo año se consagró la autonomía universitaria  por Decreto Ley y posteriormente el Congreso de la República la ratificó por la Ley de Universidades de 1970. Curioso es constatar que la autonomía asume carácter constitucional con la carta magna de 1999 cuyo artículo 109 reza: “El Estado reconocerá la autonomía universitaria como principio y jerarquía que permite a los profesores, profesoras, estudiantes, egresados y egresadas de su comunidad dedicarse a la búsqueda del conocimiento…. las universidades autónomas se darán sus normas de gobierno, funcionamiento y administración eficiente de su patrimonio bajo el control y vigilancia que a tales efectos establezca la ley…se establece la inviolabilidad del recinto universitario”.

Es por esa razón que universidad y dictadura siempre han estado en cortocircuito antes y también ahora. La fórmula de hace cincuenta años para someterla era cerrarla; la fórmula moderna es ahogarla privándola de su presupuesto y ahora, ante la proximidad de una farsa electoral, se hace zumbándole unas migajas para lavarle la cara a su muy deteriorada planta física, otrora orgullo de la nación. Y pensar que Maduro ha tenido el brío de comparar ese deterioro con el del trágicamente recordado y desaparecido Retén de Catia al tiempo que anuncia la designación como “protectora” nada menos que a la ciudadana “todo uso” Jaqueline Faría, cuya promesa  emitida en 2005 de permitirnos bañar en el Guaire aún espera concreción.

Quien esto escribe, profesor de posgrado por más de veinte años en la UCV y casi cuarenta en la UCAB, siente dolor y vergüenza por los acontecimientos que aquí se comentan, entendiendo que tales penas pueden ser compartidas no solo por quienes hemos desarrollado una vida en el ambiente universitario sino por amplios sectores de la actividad nacional, ya sea que hayan pasado por aulas de educación superior o por aquellos que de una manera u otra se beneficiaron de ese maravilloso regalo que la democracia obsequió a Venezuela.

Por todo eso es que una afrenta proferida y ejecutada por quienes no aman ni la libertad ni el conocimiento nos hace evocar aquel histórico enfrentamiento acaecido en el paraninfo de la Universidad de Salamanca en octubre de 1936, cuando el ilustre rector Miguel de Unamuno increpó al dictador Franco diciéndole “venceréis pero no convenceréis” y el general Millan Astray, jefe de propaganda del generalísimo , le espepitó como respuesta la inmortal  imbecilidad:  “Muera la inteligencia!“.

@apsalgueiro1


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