Scala de Milán

Desde los mismos inicios de la pandemia actual los distintos sectores de la cultura y las artes cayeron en cuenta de un presente complejo y un futuro incierto para ellos. Paralizada casi por completo su actividad natural, vinieron la confrontación con la realidad, la toma de previsiones y la planificación de estrategias de sobrevivencia para encarar el porvenir.

En medio de la cuarentena y el resguardo surgieron de inmediato iniciativas para hacerse presentes dentro de la preocupante coyuntura, y  al tiempo intentar garantizar su existencia venidera. Reactivamente, instituciones emblema del hecho cultural universal -editoriales, museos y teatros principalmente- decidieron expandir sus audiencias, tradicionalmente selectas y minoritarias, aprovechando los ilimitados alcances que posibilitan las redes sociales. Así, llegan ahora diariamente a millones de personas algunos de sus productos preexistentes más preciados, bajo los formatos de libros, exposiciones, conciertos musicales y obras escénicas.

Los procesos de comunicación del arte por los momentos han dejado de ser una vivencia personal directa de quien crea una obra y de quien se aproxima a ella, para tornarse una experiencia colectiva virtual. La mirada en cada caso es necesariamente distinta, al igual que diferentes los tiempos de contemplación y los modos de interacción de los públicos con el hecho creativo.

Esta situación se da con mucho mayor énfasis en las llamadas artes vivas, en las que la comparecencia en el lugar de representación de quien interpreta resulta esencial a su naturaleza. El caso de la danza escénica ofrece aún mayor complejidad, por ser el cuerpo su instrumento expresivo fundamental. Cuerpo que debe ser fortalecido físicamente de continuo y estimulado emocional e intelectualmente, a fin de lograr entre ambos requerimientos una conjunción creativa trascendente.

Metropolitan Opera House

Tal vez por eso el medio de la danza -bailarines, coreógrafos, maestros, directores y gestores de la danza- y sus instituciones hayan estado entre los primeros en asumir el problema planteado ante la crisis e insistir en nuevos modos de funcionamiento en lo inmediato y, sobre todo, en el futuro más cercano.

Ante la imposibilidad de presentar espectáculos en vivo por tiempo indefinido, grandes teatros del mundo y sus compañías de danza han optado por un trabajo de divulgación masiva de algunas de sus producciones más significativas, como una alternativa de entretenimiento dirigidas a las audiencias confinadas en sus casas, que lleva implícita también una finalidad didáctica.

Al igual que en las redes abundan clases en línea de diverso tipo, estructuración en impacto, dirigidas a profesionales, estudiantes y aficionados, así como videos caseros que muestran las habilidades creativas de los bailarines en su encierro.

Palacio de Bellas Artes de México

Adicionalmente, en países europeos como Francia, Alemania, España e Italia, así como países latinoamericanos tales como México, Cuba, y Costa Rica, han surgido voces individuales e institucionales -incluidas algunas desde sus propios gobiernos- que no solo se muestran inquietas, sino también  proactivas al momento de querer configurar desde ya los pensamientos y los mapas alternativo, tanto en lo creativo, lo formativo y lo divulgativo, para el arte de la danza mundial en los tiempos por venir, luego de la pandemia, de crisis económica y social.

En este sentido, la advertencia, así como la preocupación contenida en ella, hecha recientemente por Roger Salas, crítico de danza del diario El País de España, es pertinente: “Seamos serios. Este confinamiento es para los bailarines una tragedia doble o triple, según se mire. Por un lado lo laboral, por otro lo creativo y en tercer (o primer) lugar, su cuerpo. Estar en plena forma. Ya quince días sin clase es una tragedia inconcebible. El coronavirus puede también cambiar  dramáticamente carreras y destinos. Un tema para debatir”.


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