Si el investigador y columnista Joel Kotkin tiene razón, el mundo actual se parece más al descrito por Samuel Huntington en 1993, en su libro El choque de civilizaciones, que al optimista del Fin de la Historia de Fukuyama o del triunfo permanente del orden neoliberal global de Thomas Friedman.

Muchos análisis de la geopolítica coinciden en destacar una visión cada vez más alejada del mundo unipolar y más cercana a la multipolaridad. Hay voces, incluso, que insisten en lo que llaman el colapso de la cultura de Occidente. No sorprende, desde luego, que la fe en las leyes y en las instituciones, en los valores culturales, la libertad, el acceso a la información veraz y otras fortalezas de la democracia haya disminuido en todo el mundo. Se hace evidente con solo mirar un mapa con la distribución de democracias y autoritarismos. La democracia liberal, sin embargo, ha dado muestras de su capacidad de recuperación y renovación.

La presencia de China en este cuadro, así como la conciencia de su poder y de su capacidad de influencia, se hacen cada vez más significativas. Bastaría observar, solo a modo de ejemplo, el trabajo de penetración china en África, no limitado, como propagandísticamente se anuncia, a la cooperación y al impulso económico, sino claramente orientado a propalar su sistema de gobierno centralizado, autoritario y de partido único.

Durante muchas décadas, el compromiso de China con el mundo fue en gran medida económico. Hoy en día, su diplomacia va mucho más allá. Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de Qué piensa China y La era de la intranquilidad, concluye que mientras la mayoría de los líderes y formuladores de políticas occidentales intentan preservar el orden internacional basado en reglas, los estrategas chinos definen cada vez más su objetivo como la supervivencia en un mundo sin orden. Siguiendo este modelo, China ha tratado de hacer de su relativo aislamiento una virtud y de aprovechar una creciente tendencia global hacia la no alineación entre las potencias medias y las economías emergentes. Su participación ha dejado de limitarse a la condición de consumidor y socio económico para comenzar a presentarse como pacificador, actor de primer orden en el ámbito de las relaciones diplomáticas e incluso militares. La China actual busca depender menos de otros, pero, paralelamente, que otros dependan más de ella. En el pasado, Occidente luchó para que China aceptara sus reglas; ahora, China está decidida a imponer las suyas.

La perspectiva china es compartida por muchos países, especialmente en el Sur global, donde la postura occidental de defender un orden basado en reglas ha perdido algo de credibilidad. Entre esos países están los cinco integrantes del BRICS, más los postulados para ser parte de la organización en 2024 y los que han manifestado un interés inicial por incorporarse. Paralelamente muchos países en Occidente dudan de la capacidad de China para lograr sus objetivos. Corea del Sur se está acercando a Estados Unidos, Filipinas está desarrollando relaciones más estrechas con Washington, los países africanos han mostrado su disgusto por lo que consideran comportamiento colonial de Beijing, numerosos de los países interesados en fortalecer sus vínculos con China buscan simultáneamente mantener y fortalecer sus compromisos con los Estados Unidos y Europa.

¿Cómo quedan América Latina y en particular Venezuela en este cuadro? Resulta claro que en un mundo que ha cambiado y que sigue cambiando no bastan las soluciones y las salidas inmediatistas. Se impone pensar con visión de largo plazo, calibrando las propias fortalezas y paralelamente la validez y la solidez de las alianzas. La suma de los viejos problemas con los nuevos, marcados por una peligrosa presencia de factores no democráticos, obliga claramente a apostar por la construcción de instituciones dignas de confianza y de una economía sólida, levantada por los ciudadanos y al servicio de los ciudadanos, con garantías para un efectivo ejercicio democrático y alejada de la anarquía, los autoritarismos y las formas del populismo generador de inestabilidad.

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