Es triste, pero es real: el venezolano es motivo de su propia destrucción, de su desgaste y hasta de su fatídica condición, por el hecho de ser permisivo, complaciente y sumiso ante una situación insostenible, ante un escenario inviable y un estilo de vida basado en la miseria, la humillación y la pobreza, un estilo que consume y se perpetra; mientras otros están allí, en la cúspide del poder, en la élite de izquierda convencional, lucrándose y oprimiendo, unos haciéndose llamar gobierno y otros “oposición”, cuando en verdad es un régimen junto con sus aliados.

En Venezuela, a la costumbre se le permitió obtener el rango de obligación y es consecuencia de ello la gran aceptación que hoy se le da a todo lo absurdo y anormal que acontece en el país, a lo insólito e incoherente que sucede y a los escenarios absurdos que se presentan en el día día, a la condición que nos somete y al vivir en una sociedad que se comporta como muchedumbre y que a veces pareciera que jamás aspira a más o a algo mejor, que se conforma con las migajas que el opresor le ofrece, las migajas que les da para medio sobrevivir y poder mantener el mínimo de cordura, por cierto, mi cordura, paciencia y capacidad de aguante hace tiempo que la he perdido.

Es una tortura y califica como abuso psicológico la situación que enfrenta el occidente del país, específicamente Táchira y Zulia, pues allí se vive algo inhumano. Siempre se está a oscuras y las condiciones para vivir son mínimas, son estados que están en la completa miseria, sin combustible, sin siquiera poseer servicios básicos como el agua potable, el gas doméstico y la energía eléctrica, siendo esta última la causante de desespero, terror y un sinfín de emociones que arropa a esta vulnerable población, y es triste, es muy lamentable que estos estados que siempre han luchado y han mantenido una coyuntura de libertad, ahora solamente se enfoquen en la alegría, agradecimiento y felicidad que manifiestan al tener energia eléctrica por un par de horas al día, por tener agua potable cada dos dias y por recibir el gas doméstico cada tres meses; es de lamentar haber llegado a esto, haber permitido el ser adoctrinados durante años para ahora venir a aceptar estas condiciones y pensar-creer que estamos en normalidad o que todo lo que vemos y vivimos es relativamente normal. Y todo esto influye en las nuevas generaciones, las que solo han visto socialismo y cero libertades, las que no han visto más allá de lo que la tragedia llamada socialismo del siglo XXI les ha mostrado u ofrecido. Es triste y todo indica que irá para más, que iremos a peor.

El apaciguamiento y callar han sido siempre sinónimo de destrucción y el mantenerse bajo el lema de “falta poco”, “le quedan pocas horas al régimen”, “ahora sí saldremos de Maduro”, y todas estas falacias fundadas en solo escuchar lo que se quiere oír, ha sido fatal, también sinónimo de destrucción, pues este tráfico de esperanza reiterado y consecuente no ha sido más que una ventaja para quien oprime y una falsa ilusión para el oprimido.

Venezuela necesita una transformación, que dependerá solo y únicamente de sus ciudadanos, de tener otra mentalidad, de enfocarse en lo distinto, en aspirar y ver más allá de lo que hoy se tiene enfrente, en avanzar por cuenta propia y no esperar nada de nadie, en dejar a un lado la costumbre, el conformismo, el apaciguamiento y la sumisión, en dejar a un lado la adoración hacia cualquier cara nueva que se le cruza por el frente a decirles que es la salvación.

Hoy la razón, el raciocinio y el razonamiento se hacen esencial, esencial en una sociedad vulnerable, triste, doblegada y acostumbrada, que solo podrá cambiar, transformarse y vencer al enemigo, mediante su propia actitud y desempeño, dejando de ser motivo de destrucción y abriendo paso a lo nuevo, las mejoras, lo bueno, lo necesario y justo.

 


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