El reciente fallecimiento de Francisco «Morochito» Rodríguez nos regresa a una época en que el boxeo era, con permiso del beisbol, una fuente de éxitos deportivos. Y Morochito un ídolo, una leyenda, desde sus victoriosos combates en los Juegos Olímpicos de México que lo llevaron a conquistar la medalla de oro: la primera en la historia olímpica venezolana.

Compartió la escena boxística nacional de la segunda mitad de la década de los sesenta con Carlos Hernández, el «Morocho», quien se convirtió en el primer campeón mundial venezolano en el boxeo profesional, en el peso welter junior o superligero. Morochito, que tuvo una muy exitosa trayectoria en el boxeo aficionado, campeón también en los Juegos Panamericanos de 1967 (Winnipeg, Canadá) y 1971 (Cali, Colombia), además de campeonatos latinoamericanos, centroamericanos y bolivarianos, nunca dio el salto al pugilismo rentado.

La victoria mundial de Morocho, en 1965, y el título olímpico de Morochito en 1968, antecedieron al apogeo del boxeo nacional que ocurriría en 1971 cuando cuatro pegadores nacionales alcanzaron el título mundial en sus respectivos pesos: Vicente Paul Rondón (semipesado), Alfredo Marcano (ligero junior), Antonio Gómez (pluma) y Betulio González (mosca). Marcano y Gómez, como el Morochito, habían nacido en Cumaná, de donde también procedían Pedro Gómez, hermano de Antonio, y Cruz “el Loco” Marcano, otras dos luminarias de los ensogados. La escuela cumanesa del entrenador Ely Montes, fallecido en 2008, también a la edad de 78 años como Morochito, fue una fábrica de campeones.

Morochito vio la luz en un hogar numeroso -eran 14 hermanos- y de escasos recursos, lo que lo obligó muy pronto a trabajar ayudando a su abuela en la venta de pescado, y siendo apenas un adolescente se subió a un ring por primera vez. Nunca recibió educación formal y solo aprendió a leer y escribir en una edad avanzada. La historia típica de esos boxeadores que se abrieron un espacio en la vida por su destreza, valentía y habilidad para dar y esquivar golpes, y por esa vía se ganaron el cariño de los venezolanos.

Rodríguez fue un oriental, como todos ellos, amiguero, ocurrente y siempre risueño, como lo recuerda el periodista Jesús Cova, quien por años entregó estupendas crónicas boxísticas en El Nacional. No olvida Cova que en aquel lejano 26 de octubre de 1968 fue la voz emocionada de Carlitos González, el célebre periodista y narrador deltano, la que puso a celebrar al país con su grito sostenido de: “Y ganó Morochitoooo”.

Tras bajarse de los rings, el campeón olímpico siguió ligado por muchos al boxeo como entrenador del Instituto Nacional de Deportes. Residenciado en Propatria, Rodríguez formó una familia con seis hijos junto con su esposa Carmen Sabina Blondell. Falleció esta semana en el Hospital Militar de Caracas, tras un grave deterioro de su salud.

Aunque otros dos boxeadores llegaron a finales olímpicas -Pedro Gamarro (1976) y Bernardo Piñango (1980)-, no ha sido posible repetir el oro que Francisco Rodríguez lució orgulloso colgando de su cuello. ¡Siempre campeón!

 


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