La oposición, acosada por problemas inherentes a la actividad política –divisiones internas, rivalidades entre egos más robustos que una catedral y desarticulación entre organizaciones y estrategias–, ha sumado una nueva fuente de conflictos: los problemas en torno a la empresa Monómeros, antes colombo-venezolana, y a partir de 2006, cuando Hugo Chávez desató su voracidad estatizadora en medio del incremento sostenido de los precios del petróleo, solo venezolana.

Poco después de que Juan Guaidó asumiera el interinato en 2019, alrededor de Monómeros, filial de Pdvsa y de Pequiven, comenzaron a circular rumores acerca de que la firma se había convertido en una plataforma para realizar negocios turbios que beneficiaban a algunos dirigentes opositores en el exilio. Esos corrillos fueron asumidos por la mayor parte de la oposición, como una estratagema del gobierno de Nicolás Maduro para desprestigiar al grupo de colaboradores de  Guaidó. La junta directiva de Monómeros, designada por la Asamblea Nacional elegida en 2015, presentaba balances positivos de la gestión de la exitosa fábrica asentada en Barranquilla, que le suministra abonos y fertilizantes a buena parte de Colombia.

Las dificultades de Monómeros estallaron cuando  su directora, Carmen Elisa Hernández, renunció alegando sus desacuerdos con los lineamientos  del gobierno de Guaidó y de la junta directiva. Hernández manifestó, además, su desacuerdo con que la Superintendencia de Sociedades de Colombia asumiera el control de la empresa con el objetivo de “protegerla”.  La comunicación de la directora renunciante encendió las alarmas porque no fue un mero trámite formal. Mucha gente pensó que los negocios opacos en torno a Monómeros eran mucho más que simples especies puestas a circular por el impresentable régimen de Maduro. Luego vinieron unas explosivas declaraciones públicas de Humberto Calderón Berti, exembajador de Guaidó en Colombia, en las que señalaba directamente a Leopoldo López y a Voluntad Popular de ser los verdaderos responsables del desastre de Monómeros. Esas acusaciones fueron ratificadas por Calderón Berti en un reciente programa de televisión con César Miguel Rondón. Le siguieron el distanciamiento de Julio Borges y Primero Justicia de la administración de la empresa, y la rectificación de Juan Guaidó, quien admitió las dificultades existentes, proponiendo su reestructuración.

Todo este pandemónium se desató en plena preparación para participar en los comicios regionales del 21 de noviembre. Maduro y su gente han celebrado el desaguisado. Maduro aprovechó para embestir a Guaidó con saña, como si su tránsito por Miraflores fuese un ejemplo de pulcritud y eficiencia; y al mismo tiempo atacar a Iván Duque,  uno de sus bocados favoritos.

Todo el desagradable episodio en torno de Monómeros ha servido para mostrar la precaria consistencia de los grupos que adversan al régimen. Las rivalidades intestinas. La fragilidad del proyecto liderado por Guaidó. La mezquindad que inspira los actos de cierta gente que se siente desplazada o ignorada. Desde luego que soy consciente de la existencia de logreros y arribistas, que quieren aprovechar el apoyo financiero internacional que recibe el equipo de Guaidó, con la finalidad de resolver su propia situación personal. También estoy convencido de que la corrupción y las prácticas inmorales no pueden ser permitidas por la oposición. Sería esta una muestra de complicidad inaceptable con el delito.

Sin embargo, creo que las denuncias y acusaciones han de ser formuladas sin convertirse en aliados de facto del gobierno más corrupto e inepto de Venezuela a lo largo de toda su historia. Siempre conviene recordar que este régimen quebró a Pdvsa y hoy los venezolanos no tienen gasolina ni gas, a pesar de ser la octava nación con más reservas de este commodity en el planeta. Que quebró a Sidor  y al resto de empresas de Guayana. Que hizo lo mismo con la Cantv, la Electricidad de Caracas, Pequiven y las centenas de empresas privadas que fueron estatizadas, encontrándose hoy arruinadas por el saqueo al que fueron sometidas.

En nombre de la transparencia y la verdad, siempre valores fundamentales, no es justo equiparar los errores, omisiones o abusos de un pequeño grupo de rufianes, si los hubiese, con la práctica persistente de un régimen que durante más de dos décadas ha propiciado el asalto a la riqueza nacional, con el respaldo de la dictadura cubana, china y rusa. Esta visión panorámica hay que conservarla para que los defectos, sin duda existentes, puedan corregirse sin entregarle granadas fragmentarias a un enemigo tan atroz como el gobierno de Maduro.

La otra lección que extraigo de la experiencia de Monómeros es que el Estado debe evitar poseer o gerenciar empresas, por atractivas que estas sean. La tentación de adueñarse y utilizar con fines particulares bienes públicos resulta demasiado grande. Monómeros no era posible, ni conveniente, venderla a un consorcio privado debido a las circunstancias en las cuales la Asamblea de 2015 y Guaidó asumieron el interinato. Sin embargo, el peligro de que los funcionarios adulteren la misión de una firma que debería ser privada siempre existe y hay que evitarla.

@trinomarquezc


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