A este vocablo de alegre aspecto y  contenido dramático, ya de uso universal, lo define un moderno diccionario digital como “la mezcla confusa de diferentes elementos” y posee sinónimos a granel. Quien practica la repostería casera o profesional sabe que para obtener correctas muestras de sopa, salsa y sobre todo un impecable pastel, debe escapar a esa tentación, seguir la receta primaria, combinar ingredientes con sumo cuidado y darse permiso de algún ligero toque personal que no altere su esencia. En música, el ejecutante instrumental y vocal del auténtico jazz clásico, usan el mishmash como herramienta creativa, salen de un tema para improvisar libremente pero conservando entre cuerdas la melodía original, punto de partida que culmina en una lógica partitura finalizada con la frase inicial al pie de sus notas y letras.

En política, si es democrática, el mishmash espontáneo, casual o voluntario, deriva en zaperoco y acaba en caos suicida cuando los partidos sin ideología ni razones de fondo buscan imponer su ego desde una dirigencia personalista o grupal que rompe sus propias reglas del juego serio. De organización con propósitos claros y metodología firme basados en el texto constitucional que sustenta su existencia misma, pasa al plano del cainismo, divisiones, desconfianza popular y desaparece de facto aunque insista en sobrevivir con su sigla natal y posteriores etiquetas.

Por obra y desgracia de suprapoderes actuales, primero desde el bien estructurado y progresivo totalitarismo neosovietista de foco hemisférica occidental en la Cuba fidelista (No Alineados, Foro de Sao Paulo, Grupo de Puebla), seguido en fusión devastadora por mafias injerencistas del narcoterrorismo transnacional y teocracias islámicas, en un lapso de veinte años desapareció del mapamundi el Estado de Derecho constitucional venezolano. Eso bajo la mirada de un Estados Unidos temeroso de volver a su fama de imperio bélico intervencionista contra las autocracias de izquierdas y derechas. En cambio la Rusia neozarista, sin vergüenza, con y sin cortinas, avanza en su tenaz intento destructivo de las democracias mundiales mediante un competente espionaje, hoy de perfección tecnológica, asesino de  gobiernos y gentes no adictos a su comunista red imperial.

Así, la indiferencia, contradicciones, debilidad, errores y pasiva complicidad de las Américas forjan un  trágico amasijo presente resumido en el  agónico desastre de Cubazuela para evidenciar hasta dónde venció el mishmash internacional y se incrustó en la cuarentona tradición demócrata del sistema partidista venezolano instalando con abiertos y disimulados organismos, este fenómeno demoledor de la libertad individual y colectiva.

Llegó la hora y el minutero cuenta en reverso. Es innecesaria una nueva consulta porque es evidente que 90% de la población victimizada rechaza al régimen. Si no se detiene cuanto antes y como sea el militarizado y avisado fraude de las votaciones sin elección de las parlamentarias castrochavistas, el futuro centro y surcontinental americano quedan sellados con este modelo nefasto. Y lo más que pueden lograr Henrique Capriles con su show de furia sobreactuada cuyo populismo no convence, junto a sus iguales y  parecidos, frontales y ocultos, es integrar a la minoría presuntamente opositora en una Asamblea ilegítima, usurpadora, pues saben muy bien que esas butacas no resucitan sus ya perdidos prestigios ni promueven el apoyo de la mayoritaria sociedad apolítica. Y si no lo saben, pues no merecen el calificativo de dirigentes y menos el de líderes.

Los insobornables de limpia trayectoria, fóbicos del  mishmash, pueden ser verdaderos dirigentes libertarios y triunfar como líderes para beneficio local y regional si unen fuerzas que lucen contrarias pero pueden complementarse provisionalmente por emergencia. El incendio voraz requiere bomberos que no pisen mangueras.

Quienes por oportunismo acceden al juego sucio quedan registrados como protagonistas en los archivos del suceso criminal con inocultables delitos politiqueros de lesa humanidad que, por sus fatales consecuencias para la sobreviviente población, tampoco prescriben.

 


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