Un dato no menor del naufragio venezolano es el cine que no se ve sino por los caminos verdes o los dispositivos de streaming. La pelea por las pantallas es un tema de larga data en lo que al cine independiente, alejado del mainstream se refiere, y los Netflix, Amazon y AppleTV de este mundo han venido en su ayuda.

Florian von Donnersmarck se dio a conocer al mundo en 2006 con una película que dio mucho que hablar.  La vida de los otros era un título inmejorable para la descripción entomológica que la película hacía de un personaje deleznable: un operativo de la Stasi de la Alemania Democrática, encargado de espiar a los demás. Tenía un final electrizante, en el que la víctima despreciaba a su ex verdugo con una frase lapidaria: “Pensar que algún día ustedes nos gobernaron”. Más allá de su trama, lo que hacía a la película apasionante era la forma en que la trama hurgaba en la intimidad de los personajes, los confrontaba a un poder omnímodo que, sin embargo, se disolvía ante la historia.

Pues el buenazo de Donnersmarck, tras una pasantía de relativo éxito por Hollywood (El turista con Johnny Depp y Angelina Jolie) ha vuelto a sus andadas, esta vez redoblando la apuesta. Su nuevo filme se llama No mires atrás y en 3 horas abarca 30 y pocos años de la historia alemana. No elige las décadas en vano, van desde la consolidación del nazismo hasta la construcción del Muro de Berlín. La historia se arma en torno a una pareja, ella diseñadora, él pintor, que viven su infancia bajo Hitler, sufren la guerra y luego quedan del lado infeliz del muro. Pero las cosas no ocurren en cualquier ciudad, ocurren en Dresden, la ciudad destruida por un imperdonable bombardeo aliado y esa ciudad arrasada es una buena metáfora de las vidas transcurridas en dictadura. Porque el villano del caso es un exitoso ginecólogo involucrado en el programa de eliminación de las personas con alguna minusvalía mental o física, cuyo sentido de la oportunidad lo lleva a reciclarse primero con los comunistas y luego del lado afortunado.

Este salto al pasado conlleva una gimnasia supresora nada fácil de ejecutar. Se trata del “no mirar atrás” del título, que de alguna forma recuerda la frase del desprecio frente al ex poderoso de La vida de los otros. Porque aunque se intente ignorarlo, el pasado permanece ahí, vivo y acusador. El cambio de punto de vista es interesante. Si La vida… narraba la historia desde el punto de vista del intruso respaldado por el poder del Estado, No mires hacia atrás narra la vida de un verdugo atrapado por la dinámica del mal. Sus delitos para el Estado lo obligan, con el cambio de circunstancias a tapar su pasado, pero ese movimiento no es gratuito, una vez que la semilla del mal ha sido plantada, ese germen autoritario no puede sino traer más y más desgracia. Y esa historia personal, de alguien que solo puede vivir si ejerce el poder sobre los demás, es también la historia de la Alemania bífida de la posguerra. No hay defensa posible frente a una máquina de matar que no admite escrúpulo alguno. Salvo la posibilidad de atisbar a la belleza y dejar que la historia, en su desarrollo se encargue de los malvados.

Es discutible el final de ambigua felicidad que la película propone. Por un lado los jóvenes esposos, favorecidos por el éxito artístico de él, pueden seguir con sus vidas y engendrar un hijo. Por el otro, la sombra ominosa del pasado planea sobre el villano que desató una ola de perversión que duró treinta años.

El talento de Donnersmarck está en ese final inesperado. En la búsqueda de una nota musical que obsesionaba a la primera víctima al punto de llevarla al manicomio y de ahí a la muerte. Porque en la cosmovisión de la película, es el arte el que permite un salto fuera de un mundo regido por un poder que solo puede traer maldición y peste. La redención puede estar en una pintura o en una sola nota musical, siempre y cuando ese pétalo de belleza, pueda surgir libre. De ahí la ferocidad con la cual la trama ataca el arte nazi o el realismo socialista. Porque sus dictámenes no son más que manifestaciones de ese poder que es capaz de suprimir a los más débiles y erigir a los uniformados en héroes. De ahí que la falsa pista del título, ese no mirar para atrás sea un camino que no lleva a ninguna parte. Es el rescate de la mirada, y por lo tanto la vuelta al pasado, cristalizado en una nota desesperada lo que puede rescatarnos. Con este movimiento la película logra un salto cuántico: hacer de lo que comienza como una historia de maldad, contrapuesta al amor perseguido, termine como una reflexión mayor sobre el poder, sus peripecias siempre nefastas y la posibilidad de esquivarlo.

 


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