Cada segundo un nuevo apocalipsis

No volveremos jamás a ser los mismos. Para los venezolanos, la nostalgia es un privilegio arqueológico, observamos nuestros destrozos materiales y morales como quien visita Pompeya, incrédulos, atónitos, cabizbajos, boquiabiertos: ¿esto es lo que quedó de Venezuela?

El chavismo nos devoró, no quedó piedra –patriótica– sobre piedra. Terminamos –tú y yo, también ella y él: nosotros– siendo un despojo de país, una reliquia atormentante que a cada palpitación, como un terremoto minúsculo pero devastador, produce una nueva grieta, un nuevo derrumbe.

Cada segundo que pasa en Venezuela, cada aliento y desaliento, es apocalíptico.

La negra desolación del escombro

Mirarnos a nosotros mismos es mirar escombros. Estamos calcinados por dentro, una negrura y achicharrada desolación nos entraña y circunda. Es tormentoso, nuestro espíritu está repleto de vestigios, basuras, carbones, morgues, cementerios. Muchos venezolanos aún arden, son incendios andantes. Aúllan mientras se rostizan. Es aterrador vernos. ¿Los ves o ya no volteas a los lados?

Quién no se está quemando (por dentro) muere de sed o enfermo. La debilidad es extenuante: ¡Coño! ¡Abran las ventanas del futuro! ¡Nos estamos asfixiando! ¡Estamos desahuciados de esperanza!

No es decadencia, no, ya decaímos y caímos por completo.

Objetos raros entre las ruinas

Claro, entre las cenizas también hay asombrosas pirámides, efigies y Partenones que quedaron de nuestra prehistoria (la vida antes del holocausto chavista): la música de Simón Díaz, la literatura de Gallegos, la arquitectura de Villanueva, la democracia de Betancourt, las hazañas de Bolívar, permanecen como admirados objetos raros entre las ruinas.

El chavismo lo prostituyó todo: la memoria, el heroísmo, la cultura, la política, todo. Quizá su daño más profundo e incurable haya sido al lenguaje, no solo por la hiel militarista que le impuso, sino por la vulgarización y el patético gusto.

El amado sucesor de Chávez, Maduro, es el payaso verbal de ese circo, pero no es el único.

Almas desdeñadas entre los matorrales del caos

Obviamente todos quisiéramos resolver esta masacre con los métodos más civilizados posibles: elecciones, diálogo, negociaciones; todos quisiéramos que la democracia imperara y pudiésemos dirimir conflictos a través de instituciones republicanas, pero es imposible, no quedó piedra sobre piedra, solo ruinas de la nación que hace siglos fuimos.

Sí, porque una destrucción de semejante envergadura solo puede ocurrir después de siglos, es imposible que algo así haya ocurrido en tan solo veinte años. Sin embargo, nuestro holocausto lo produjo el chavismo, esa peste, y sí fue posible. Vernos es identificar el exterminio de la nación.

Nos han desangrado, quedan almas yertas, desdeñadas entre matorrales del caos.

La llama ardiente del bravo pueblo

Los venezolanos huimos de nuestras propias lágrimas. No más, estamos secos. Todo está desierto y opaco. Deliramos con la libertad, pero reconocemos que es solo eso, un delirio. El hastío nos ha mimetizado en formas deshabitadas que deambulan, que –autómatas– hacen largas filas para lanzarse al abismo del día a día: ¿gasolina, comida, medicina, agua, luz? Eso existía en la prehistoria, no ahora.

Miramos con escepticismo nuestra fatalidad, el delirio de libertad nos vuelve a seducir, parece que ahora sí hay disposición de luchar como en su momento Bolívar o Sucre lo hicieron, parece que el hartazgo se cansa de sí mismo y resucita el aire en nuestro pecho, parece que viene una guerra para liberarnos. ¿Hizo falta esta ruina para entender que solo peleando se liberan las naciones?

¿Viendo dentro de nosotros mismos encontraremos, entre escombros, la llama ardiente del bravo pueblo? ¿Estará ahí?

La necesitaremos…

@tovarr


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