El 30 de julio de 1812, pocas horas antes de su arresto, Francisco de Miranda depositó un baúl colmado de escritos en una fragata con dirección a Curazao. El contenido de dichos papeles incluía su visión conceptual de lo que debía ser Hispanoamérica, madurada a lo largo de décadas de viajes, revoluciones y liderazgo político. Colombeia es el título que el venezolano dio a aquellas páginas, en donde plantea una federación de Estados que incluía a todos los países bajo dominio español, es decir, desde Cabo de Hornos hasta el río Misisipi. Esta república estaría liderada por dos “Incas”, nombre que se le daba al emperador del antiguo Imperio Inca. Estos serían escogidos democráticamente y serían las figuras principales de una compleja maraña burocrática que combinaba elementos precolombinos y romanos. El objetivo de este «Incanato»: llevar a la América española a ser el centro del orden político y económico mundial.

Mucho se ha escrito acerca de Francisco de Miranda y sus facetas como militar, político, revolucionario, y estudioso. No podría ser de otra manera, el recorrido que llevó a cabo a lo largo de su carrera de estrategias lo convirtió en una de las mentes más lúcidas de su tiempo. Sin embargo, la visión que “el Precursor” tenía para la América hispana, de cuya independencia fue uno de los primeros artífices, ha quedado en una esquina polvorienta de la historia. El ambicioso proyecto, titulado en 1798 “Proyecto de Constitución para las Colonias Hispanoamericanas” (a partir de 1801 “Proyecto de Gobierno Federal”), fue el resultado de años de reflexión, viajes, conversaciones, victorias y derrotas que llevaron a Miranda a la conclusión de que el mejor orden posible para las heterogéneas colonias era la unión política. Esta cohesión, ardua e improbable, tendría como resultado una fuerza económica capaz de competir con las potencias europeas y dejaría atrás el fracaso financiero vivido  durante la época colonial.

La base política serían los Cabildos y las Asambleas Provinciales, los ciudadanos con derecho al voto serían los hombres terratenientes mayores de 21 años. Miranda escogió el título de Inca para el ejecutivo de esta república, haciendo alusión al más grande de los imperios precolombinos. El puesto estaría ocupado por uno o dos hombres. En caso de ser dos, uno de ellos recorrería el imperio manteniendo el orden, como se veían obligados a hacer los reyes medievales, mientras que el otro tendría su residencia en la capital. Esta estaría ubicada en el istmo de Panamá y llevaría el nombre de Colón.

De la teoría a la práctica

Miranda no creía que la emancipación americana debiera darse en forma de una revolución de las masas. Para el esto llevaría al caos y complicaría la concretización de un futuro orden republicano. Con esto en mente escribe en 1799: “Dos grandes ejemplos tenemos delante de los ojos: la revolución americana y la francesa. Imitemos discretamente la primera; evitemos con sumo cuidado los fatales efectos de la segunda“.

Por esta razón “el Precursor” acude a distintos diplomáticos europeos para presentarles su proyecto político de una América liberada. El primer destinatario es William Pitt, primer ministro británico, quien rechaza la propuesta. Ese mismo año John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, leería el proyecto sin poder dar una ayuda concisa. En 1812 lleva esta idea a la comisión encargada de elaborar la Constitución de la República de Venezuela, en donde se le rechaza rotundamente. Las élites criollas tenían planteamientos locales de poder, la unidad hispanoamericana no era algo plausible ni deseado.

Años más tarde, luego de la muerte de Miranda en 1816, observaríamos cómo fallaba el más célebre de los intentos de unir a varios países hispanoamericanos: la Gran Colombia, muerta antes de nacer. Las mismas fallas estructurales que llevaron a su decadencia hubiesen probablemente acabado con el proyecto federal mirandino en caso de haberse llevado a cabo: falta de vías de comunicación efectivas, distintos intereses políticos de las élites criollas provinciales, el conflicto entre federalismo y centralismo, la heterogeneidad social y el potencial de conflicto que esto acarrea, entre otros. A estos problemas se le hubiese sumado la complicación de plantearle a otras culturas precolombinas como las mesoamericanas, tan complejas y desarrolladas como la incaica, que adoptaran aquel nuevo orden.

Miranda en La Carraca y Colombia en el baúl

Luego de este largo recorrido de propuestas denegadas, “el americano más universal” corre con la terrible suerte de caer encarcelado. Esto ocurre porque, temiendo una brutal derrota y la inútil muerte de centenares de sus hombres, capitula en San Mateo frente a los españoles en 1812, lo cual Bolívar interpreta como una traición. Miranda sería entregado poco después a los realistas. Su encarcelamiento es aún más trágico cuando se toma en cuenta la universalidad del preso, su intelecto y la dedicación incansable que tuvo por la libertad. Paralelamente, Colombeia navegaba hacia Curazao y posteriormente hacia Inglaterra. El documento sobreviviría distintas vicisitudes a través de mar y tierra hasta llegar a manos de Lord Bathurst, ministro de Guerra y Marina del Reino Unido. Allí permaneció hasta el año 1922, cuando el gobierno venezolano de Juan Vicente Gómez se encarga de hacer regresar el archivo a Venezuela.

Miranda, menos romántico que pragmático, más militar y estadista que soñador, veía en la unión la posibilidad de llevar a Hispanoamérica al centro del orden político y económico mundial. No lo planteaba como una idea platónica, sino como algo alcanzable por medio de la estructura y el orden. Comprendía el potencial, hasta entonces desperdiciado, de las riquezas naturales que brindaba el continente. Sin embargo, las circunstancias eran infértiles. Su proyecto iba en contra de una marea incontrolable de distintos planteamientos conceptuales para las repúblicas que empezaban a nacer.

Aunque su propuesta nunca se llevó a cabo, la mano que la escribió fue la que señaló el norte en la etapa crepuscular de la independencia americana. Las guerras independentistas atravesaron su turbulento camino y la unión hispanoamericana nunca se despojó de ese aura utópico. Este fue el objetivo del Precursor, racionalista empedernido, quien a través de su arquitectura estatal y republicana intentó materializar quimeras.


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