Erase una vez en Venezuela
Érase una vez en Venezuela

Venezuela es nombre poético. Proviene de la afectuosa exclamación diminutiva del explorador italiano  Américo Vespucio cuando al divisar los palafitos sobre el lago de Maracaibo evocó a la grande Venecia. Esta, la pequeña, población laboriosa  de antigua data que prosperó a su manera durante el esplendor de la Menecracia y la decadencia de Menelandia  durante el siglo XX, acabó como gigantesco pantano deshabitado por falsas promesas del castrochavismo usurpador. Lo muestra en metáfora el docufilme Érase una vez en Venezuela Congo Mirador, ya en plataforma digital.

Admirar esta obra de la cineasta venezolana Anabel Rodríguez Ríos abre el memorioso espejo retrovisor y conduce hacia La herencia de la tribu. Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana (2009), honda investigación de la escritora Ana Teresa Torres que penetra los cimientos del militarismo venezolano combinando el  punto de vista histórico con el  psicológico en acucioso análisis desde el  tiempo de auténticos militares heroicos, aquellos que sacrificaron sus vidas y futuros con propósitos firmes: derrotar el colonialismo del imperio español para sembrar naciones de firme soberanía. En el caso venezolano las sucesivas batallas devastaron su verde territorio hasta convertirlo en desierto, el único  legado material  que el general Simón Bolívar pudo entregar a sus meritorios colegas, paisanos sobrevivientes de cruentas y triunfales campañas bélicas que liberaron a gran parte del surcontinente. Militares y sus proles, convertidos en terratenientes durante varias décadas que fusionaron la   prosperidad agropecuaria  y el  empoderamiento político, deformaron el  proceso  hacia un militarismo incrustado en la cotidianidad social. Fenómeno relativamente benigno, pues dirigido por civiles, pudo  reaccionar a tiempo contra intentos subversivos de la izquierda guerrillera fidelista  y las  propias derechas cuartelarías. Su  previa actuación clandestina antiperezjimenista fue factor determinante en la democratización del país a partir de 1958, eso por la sabia conducción presidencial  del estadista Rómulo Betancourt, su constructor ideológico junto al original partido Acción Democrática, tarea muy difícil pues el militarismo criollo es elemento primordial de su ADN. Y supo detenerlo por su claro conocimiento del monstruo  fascista de dos idénticas cabezas totalitarias que lucen opuestas pero se complementan: militarismo y comunismo, ahora unidos bajo la frase Revolución del siglo XXI.

Una interesante novela de doliente tono humorístico, en gran parte dialogada y casi un catálogo de vocablos y giros del habla criolla, Demoliendo la casa de los sueños (Penguin Random House, Grupo Editorial, España 2020) del narrador Américo Ramírez. Retrato literario de ese lapso transicional desde un cuerpo pretoriano, escolta de mandamás y  tiranos, que bajo una democracia representativa se convierte en “militarismo  civilista” por llamarlo de algún modo. Y cómo de institución básicamente reglamentada en fusión con la cotidianidad y sus vicios costumbristas –tráfico de influencias familiares, alcoholismo, bochinche, sectarismos clasistas– pasó a narcomafia bolivarista que contiene el motivo  de su ilegítima, larga permanencia en el poder absoluto.

Pues  fue precisamente  la nueva norma constitucional de 1999 vigente y en diaria violación, concebida  bajo el mando del resentido golpista camarada Hugo Chávez, la que le otorgó a todo soldado el derecho electoral sin permiso a militancia partidista, redacción de  tramposo gato encerrado  por su evidente contradicción porque si  a un país de genética tradición militarista  traducida en bandolerismos caudillistas, dictaduras netas y  presidencias autoritarias – salvo la  breve de  Don Rómulo Gallegos- se  concede a sus armados ese privilegio civil del voto, de inmediato lo transforma en partido político  de culto personalista extirpador de la civilidad.

Nada que ver, por ejemplo, con Estados Unidos, primera potencia armada cuya constitución fundacional civil rige al poder militar, ni el de Israel con servicio militar obligatorio por causas obvias donde los uniformados pueden votar pero su elección nunca ha sido decisiva. Sí lo es en Cubazuela, calco del modelo castrosoviético, a su vez legado por la KGB –Stalin– de actual versión en la Rusia Putinzarista

Junto a otras  acepciones Milizuela es. Y a pesar de los pesares Venezuela fue. Para recobrar su lírico  nombre de pila tendrá que renacer libre, imperfecta  y modificable como toda democracia en república constitucional civilizada.

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