Esta es la misa. Del cielo negro. Hay iluminaciones y fulgor de la noche. Una luminiscencia fosforescente emana de los cementerios, bajo la luz de la luna. Subimos al Calvario para mirar las flores. Nadie las ve con claridad, sus cuevas son sombrías. Llega un poeta muerto que camina, no es un walking dead. Por eso hay correspondencias, que provienen de Hoffman, Gautier y Poe. Así habla el poeta:

Recuerda, alma, que esta dulce mañana de verano hemos contemplado: al torcer de un sendero una carroña infame sobre un lecho pleno de guijarros, con las piernas al aire, cual lubrica mujer, ardiente y sudando venenos, abría descuidada y cínica su vientre lleno todo de emanaciones. Irradiaba sobre esa podredumbre, el claro sol, como para cuisiner à point, y devolverlo por cien a la naturaleza, todo eso que, en conjunto, ella había reunido.

Y el cielo contemplaba la osamenta soberbia, lo mismo que una flor, al abrirse. Tan fuerte era el hedor que creíste fueses a desmayarte sobre la hierba. Las moscas zumbaban sobre ese vientre pútrido, del que salían negras tropas de larvas, que a lo largo de estos vivos jirones, como espeso líquido fluían. Tan igual que una ola subía o descendía, o se alzaba burbujeante; diríase que el cuerpo, de un vago soplo hinchado, multiplicándose vivía.

Detrás de los roquedos una perra nerviosa, con ojo irritado nos miraba, espiando el momento de quitarle al esqueleto el pedazo que había soltado. Las formas se borraban y no eran más que un sueño, un bosquejo lento en regresar a la tela olvidada, que el artista acaba solamente de memoria.

Mas a pesar de esconderse, el artista le recordó: ¡Serás, sin embargo, igual que esta inmundicia, o que a esta horrible infección, estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza! ¡Así serás tú, oh reina de las gracias después de los últimos sacramentos cuando vayas bajo la hierba y las flores aceitosas, a enmohecer sobre las osamentas! Entonces, oh mi hermosa, dirás a los gusanos que a besos te devorarán, que he guardado la esencia y la forma divina de mis amores descompuestos.

Estamos cerca de La comedia de la muerte, de Théophile Gautier, a quien con amor, veneración y profunda humildad, dedicó Baudelaire sus flores enfermizas. En esa obra, incluye Gautier un diálogo entre el cadáver de una mujer y el gusano que la está devorando.

Esta es la misa. Del cielo negro. Las ratas muerden a los niños, ora pro nobis. Los muertos comen basura. Ora pro nobis. Los hospitales se caen a pedazos. Ora pro nobis. En el cielo negro viven los elegidos. Ora pro nobis. Nuestra riqueza es la virtud. Ora pro nobis.

Oremus. La mujer entretanto con su boca de fresa, retorciéndose igual que una serpiente al fuego, y moldeando el seno en su férreo corsé, dirá estas palabras impregnadas de almizcle:

“Húmedo el labio tengo, y domino la ciencia de perder en el fondo de un lecho la conciencia remota. En mis senos triunfantes seco todos los llantos, y hago al viejo reír con la risa de un niño. Para quien me contempla desnuda, reemplazo a la luna y al sol, al cielo y las estrellas. Soy, mi querido sabio, tan docta en los deleites, cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos, o cuando a los mordiscos abandono mis pechos, tímidos, libertinos, delicados, robustos, que sobre estos colchones, de emoción desmayados impotentes los ángeles ¡por mí se perderán!”.

Y cuando toda la médula sorbió de mis huesos, y yo lánguidamente me volvía hacia ella para ofrecerle un beso de amor, ya no vi más que a otra de viscosos costados purulentos. En mi frío pavor yo cerré los dos ojos, y al abrirlos de nuevo en la vívida luz, en vez de la fuerte mujer que me abrazaba, vi temblando restos de esqueleto que, sobre una viga de hierro, gritaban por sí mismos pletóricos de sangre. Yo pude volar a la punta del dolor. Vi a los seres humanos que malvivían en esa tierra, chupados con chillidos por la metamorfosis del vampiro.

Esta fue la misa. Del cielo negro. Ite, missa est. Nos vade in pace.


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