La historia política contemporánea registra que todos los cambios en Venezuela se han iniciado prioritariamente con medidas destinadas a mejorar las condiciones socioeconómicas de los militares. Después del 18 de octubre de 1945, la Junta Cívico Militar encabezada por el señor Rómulo Betancourt y con la participación del entonces mayor Carlos Delgado Chalbaud y el capitán Mario Vargas dictaron muchas resoluciones destinadas a garantizar los beneficios sociales y económicos a los oficiales y a la tropa. Igual ocurrió después del 24 de noviembre de 1948 y con decisiones que surgieron luego de los eventos del 23 de Enero de 1958. Y en general, durante los 40 años transcurridos desde que la Vaca Sagrada surcó la tranquilidad de los cielos caraqueños con el general Marcos Pérez Jiménez de pasajero, cada vez que en el país había ruido de sables, inmediatamente había una revisión del salario militar. Todos esos momentos políticos de Venezuela tuvieron la participación protagónica de los militares. Nada indica que cuando se presenten nuevamente esos eventos la Fuerza Armada Nacional quede de lado. El antes, el durante y el después de la transición política en el país pasa por Fuerte Tiuna.

Antes de continuar con el desarrollo, me gustaría graficar coloquialmente la situación socioeconómica de la mayoría de los militares activos y de los retirados.

Lisandro es el hijo de un alto miembro de las fuerzas armadas nacionales. Hasta 1998 su padre estuvo en el servicio activo. La buena vida que se da Lisandrito –así le dicen en la intimidad familiar– en Europa y Estados Unidos destaca por encima del resto de los hijos de la gran familia militar en Venezuela. El padre en algún momento formó parte del Alto Mando Militar de la democracia surgida después del 23 de Enero de 1958 y desde sus tiempos de general de brigada dejó de asistir a los hospitales militares, nunca solicitó algún préstamo al IPSFA o a depender de las medicinas del sistema de salud militar. El junior tiene buena vida, costosos restaurantes, colegios caros y exclusivos fuera del país, vacaciones a todo trapo, traders en las bolsas de Nueva York y Londres que le aseguran a los nietos y bisnietos del viejo Lisandro una estabilidad financiera sin sorpresas y apremios. Todo a costillas de las compras militares con corrupción, que permitieron la postración moral e institucional en Fuerte Tiuna y que le abrió paso a la llegada de la revolución bolivariana. El papá de Lisandro –de Lisandrito– nunca ha usado la pensión para hacer el mercado mensual, para pagar la electricidad y los servicios de las casas que le sirven de residencia en varios sitios, dentro y fuera de la nación que juró defender. Jamás se ha acercado a un Farmatodo para atender una emergencia de medicinas y desde hace mucho tiempo no compra un blue jean en los almacenes militares. Su ruta acostumbrada está entre Nueva York, Madrid y República Dominicana cuando hay necesidad de un bañito de playa con la familia y amigos cercanos. A Venezuela ni de refilón.

Por el contrario, Aníbal, también general de división, fue parte en algún momento de la junta superior de las fuerzas armadas nacionales, comandante general de una de las fuerzas; pasa las de Caín para sobrevivir en la tercera edad. Depende por completo de la pensión y de los apoyos que regularmente le envían los hijos desde el exterior, migrantes forzados por la difícil situación económica del país. Es, como la gran mayoría de los militares retirados en Venezuela, un náufrago del otrora lujoso Titanic de la previsión social de los uniformados criollos en el que navegaron hasta 1998. Aníbal, aferrado a los principios y valores que se remachaban en los institutos de formación profesional desde que se franqueaba la prevención para el ingreso como cadete, pasó a la honrosa situación de retiro esperanzado de vivir de la pensión y del soporte de aquel ostentoso trasatlántico socioeconómico, cuyos espacios disponían de hospitales militares, medicinas a la mano y oportunas, círculos militares, bonos, aumentos regulares, retroactivos, pensión homologada y depositada oportunamente, préstamos personales para vehículos e inmobiliarios, hasta que le tocara dar el inevitable salto del tordito con toque de silencio y agrupación de parada en el cementerio. La tabula rasa del socialismo del siglo XXI y de la revolución bolivariana tiene a nuestro respetable y admirado Aníbal, como a todos los militares retirados, en la nada honrosa situación de mamandini. Es padrino de bautismo de Lisandrito y a diferencia de su compadre, el cotidiano peregrinar todos los meses a retirar una medicina que nunca está en el inventario del IPSFA, solo lo pone a esperar sin sorpresas la muerte, vestido con el uniforme número 1 de la indigencia y la depauperación. Entre él y el viejo Lisandro, la diferencia estriba en la dignidad que siempre levantó como bandera. Pero ya ustedes deben de saber que nuestro carnicero de confianza después de haber pesado y entregado los pollos y la carne de segunda que se solicita, no acepta un cheque con cargo a los depósitos de dignidad, de honor y de conciencia que se hayan atesorado a lo largo de la vida personal e institucional. Ambos generales, ya en las postrimerías de la vida terrena, son la viva e ilustrada expresión del cuadro que preside nuestras bodegas en los pueblos del interior: yo vendí a crédito (con los valores y principios), y yo vendí al contado (con la corrupción).

Y ahora con este contexto es bueno hacer algunas precisiones militares difícilmente rebatibles a la luz de la historia. Primero, los militares estarán de primer chicharrón en la transición y en el cambio político de Venezuela. Segundo, solo un cambio político traerá una modificación en el actual panorama socioeconómico de los uniformados. Tercero, a estas alturas es de una inutilidad olímpica y una extravagancia ociosa hacer solicitudes ante los organismos oficiales para diligenciar peticiones sobre los problemas socioeconómicos de los militares. El IPSFA, el IORFAN, el ministerio del poder popular para la defensa, el tribunal supremo de justicia y la comandancia en jefe harán de oídos sordos ante cualquier recurso, petición, demanda o solicitud que se haga para mejorar el actual esquema. Y cuarto y último, toda esa nulidad, ese freno de mano y demás retardos forman parte de un diseño político desde los tiempos del teniente coronel Hugo Chávez para generar control social en el gremio castrense. El de la tabula rasa de la fusión cívico militar iniciada a partir de 1998 que deja como una pizarra vacía toda la historia anterior de la institucionalidad militar con los beneficios socioeconómicos – la gallina de los huevos de oro de la previsión – que es la base de todos los reclamos que se hacen cada cierto tiempo.

Todo esto impone la necesidad de pasar a una etapa distinta de reclamos por parte de los militares retirados. A una fase donde los Aníbal se hagan presentes y los Lisandro brillarán por ausencia obvia. Hay que cambiar el recurso por el evento público y la presión de calle. Es la hora de la imaginación y de dejar el miedo a la protesta por el cumplimiento de los derechos aporreados y conculcados. De cambiar el menudo por la morocota como en el Cantaclaro de Rómulo Gallegos. Es eso de presionar de una manera distinta con resultados, o continuar ladrándole a la luna todos los meses esperando un retroactivo que nunca va a llegar, un aumento que se diluye con la inflación, el funcionamiento de un hospital militar que va despareciendo en eficiencia, la medicina que no aparece, los bonos y las primas que ya son parte de los mitos cuarteleros, unos almacenes militares que parecen la 5ta avenida de Nueva York y el funcionamiento de un seguro cuyo horizonte de quiebra es una realidad desde hace bastante tiempo.

Mientras haya necesidades, como las hay en este momento en los cuarteles y en especial entre los militares retirados y en todos los venezolanos, habrá descontento y molestias que obligan a los reclamos que deben trascender al nariceamiento del control social que acusan fuertemente los Aníbal que son mayoría, y que ignoran los Lisandro que están buchones de lo lindo.

Si los militares retirados quieren cambios en su situación socioeconómica deben presionar también para alcanzar el cambio político en Venezuela.

 


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