Por los vientos que soplan o que por lo menos están acabando de soplar en el alto gobierno en estos tiempos de pandemia, los militares en “cargos ejecutivos” (por calificarlos de alguna manera) han entrado en una mala racha sin precedentes en este segundo período de “la usurpación”.

Fíjense, por ejemplo, en la manera sorpresiva como han dejado fuera de juego al inexpresivo general Manuel Quevedo, de cuya vida y milagros no se tenían noticias ciertas o notorias que hicieran pensar ni remotamente que llegaría al todopoderoso cargo de presidente de Petróleos de Venezuela, Pdvsa, siglas que, en este siglo de las siglas y del derroche de energías no renovables, hacen brillar de codicia los ojos y el corazón de cualquier miserable capitalista consolidado o en ciernes, aposentado ya sea en Estados Unidos, Rusia, China o en lo que queda en pie en este arruinado país que todavía se atreven a llamar Venezuela.

Pues bien, el citado general Quevedo (de larga y muy silenciosa carrera en la Guardia Nacional) ha sido despedido sin misericordia alguna por el máximo gerente de Miraflores en medio de una aguda escasez de gasolina y otros combustibles de urgente necesidad. Ha terminado su momento de fama, de la misma manera como llegó a tan importante cargo, de improviso y cuando nadie esperaba su salida. No deja deudos y sí muchas deudas, se va sin llantos y sin las acostumbradas pompas fúnebres, aunque es de esperar que le sea ofrecido un cargo compensatorio por tanta amargura padecida.

Lo cierto es que en las redes sociales, algunos tuiteros (de la oposición y del mismo chavismo) que se especializan en meter el dedo en la herida, no han tardado en lanzarle dardos envenenados y, por supuesto, chascarrillos de mal gusto como, por ejemplo, aseverar que es el único general que se ha ahogado en un tanque de gasolina vacío.

Y esto no es totalmente justo (todo hay que decirlo) porque al general Quevedo le entregaron una Pdvsa destartalada, arruinada y endeudada, con graves problemas de corrupción y, de paso, con inmensas fallas de funcionamiento en todos los órdenes que afectaban y hacían imposible rehabilitarla con simples operaciones de maquillaje. Valga decir que la complejidad del mal que afectaba al paciente lo obligaba a ser atendido por una junta médica de altísima calidad y no de un recién llegado inexperto y sin mucha capacidad de aprender.

Pero tal como reza el dicho, la culpa no es del ciego sino de quien le da el garrote, y en eso sí no hay escapatoria posible. A Quevedo lo pusieron allí a sabiendas de que no estaba a la altura para ese reto ni por su formación ni mucho menos por su talento.

En verdad no fue sino una muestra más del desprecio con que el chavismo, en toda la extensión de sus sucesivas etapas (algunas tímidas al inicio y otras francamente brutales) en el poder, ha manejado la industria petrolera; con el ánimo siniestro de utilizarla sin mediar una pizca de vergüenza, en función de su dominación y control político interno y (como si fuera una jinetera cubana) en la  diversificación y consolidación de sus alianzas internacionales… en nada beneficiosas para los venezolanos de a pie. Finalmente, a eso hemos llegado sin transporte colectivo y en cuarentena.

No se nos escapa que más allá del “caso Quevedo”, otros altos oficiales han quedado en el camino, como el estrafalario general eléctrico que en traje de “hombre rana” chapoteaba de lo lindo en la represa del Guri anunciando, como un pastor a sus fieles, que pronto “verían la luz”, hasta que, gracias a Dios, se le apagó la divina linterna.

Hoy un primo del ex mandatario Hugo Chávez, Asdrúbal Chávez, con relativa experiencia en Pdvsa pero relegado a la oscuridad por Maduro, vuelve para encabezar la industria petrolera. Ya veremos dijo un ciego, pero los deseos no empreñan, y menos en este inédito momento en que las viejas y poderosas compañías internacionales y los más importantes productores lloran mares de lágrimas  ante pérdidas inesperadas e incalculables en el tiempo.

En cuanto al nuevo ministro de Petróleo y Energía, Tareck el Aissami, que funge como el mono de la baraja en el enredado juego del poder en Miraflores –siempre disponible para ocupar cualquier cargo–, habrá que esperar un tiempito y nadie es capaz de adivinar cuánto durará. Lo que sí es bien cierto y a la vez un olvido adrede –solo por estos momentos– es que no acudieron rápidamente a las expropiaciones tan dañinas no solo para el país sino para el propio chavismo y su excrecencia, el madurismo.

El hambre, ese gigante deseoso de crecer, no les deja otra opción que la inmediata de no tocar las empresas y dejarlas funcionar pero controlando los precios de sus inventarios porque, alabado sea el Señor, en tiempos de hambre, la cesta CLAP hay que rellenarla con productos nacionales. Tarde piaron, pajaritos.


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