Diálogo venezolano, Noruega

Cuando veo la llegada de los Rodríguez a México para negociar el futuro de nuestro país, siempre me pregunto, estos hombres y sus acompañantes, ¿qué están defendiendo? Imposible que desconozcan lo que acontece en el país. No pueden ignorar, tapar, esconder las cada vez peores cifras de Encovi que sitúa el índice de pobreza en 94,2%, lo que significa que solo están a salvo de la miseria un porcentaje mínimo de venezolanos, menor al 6%. La matrícula escolar ha disminuido en 550.000 estudiantes, menos niños y jóvenes acuden a la escuela cada día, en lugar de aumentar como aspira cualquier sociedad. El PIB real se ha evaporado en 74%. Recordemos que el PIB refleja el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un territorio en un determinado periodo de tiempo. Se utiliza para medir la riqueza que genera un país. Es decir, producimos cada vez menos o en otras palabras nos empobrecemos.

Cómo bien lo señaló Luis Pedro España, dejamos de ser un país rico con mucha gente pobre para convertirnos en un país pobre.

Realidades que no se pueden tapar, ignorar o reinterpretar, es un hecho evidente que Venezuela se ha hundido en la pobreza después 20 años de dominio del socialismo del siglo XXI. Más de 5,5 millones de personas han huido tratando de encontrar cualquier esperanza que les otorguen países vecinos, aunque muchas veces la respuesta sea negativa quizás por las dificultades propias de esas sociedades o también por manifestaciones de xenofobia.

Frente a esta incuestionable realidad es difícil entender a Jorge y Héctor Rodríguez sobre lo que van a defender en México, cómo pueden argumentar en defensa de un proceso que abiertamente ha significado la destrucción del país. El salario mínimo del trabajador venezolano (3,5 dólares) es inferior a Haití y Cuba, los peores de América Latina. El indicador de pobreza se coloca tristemente al frente, superando a Honduras y Haití.

Es el saldo de 20 años de intentos de imponer el socialismo en Venezuela, que nos coloca en la categoría de Estado fallido, como aquel incapaz de resolver o atender las demandas básicas de una población.

Imposible entonces entender la visión y actuación de los defensores del régimen, tal como hace más de cuatrocientos años argumentaba Miguel de Cervantes a su amigo Sancho Panza:

Querido Sancho: compruebo con pesar cómo los palacios son ocupados por gañanes y las chozas por sabios. Nunca fui defensor de reyes, pero peores son aquellos que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo que saben que nunca les darán. País este, amado Sancho, que destronan reyes y coronan a piratas pensando que el oro del rey será repartido entre el pueblo sin saber que los piratas solo reparten entre piratas. Miguel de Cervantes.

Es posible que quienes defienden las desventuras de Maduro, Padrino y Cabello actúen como los piratas que reparten las riquezas y beneficios entre ellos, sin importarles asuntos tan graves como la situación de la infancia venezolana que muere por falta de atención en el principal hospital del país J. M. de los Ríos. En el mismo momento que se costea el bufete de Baltazar Garzón, quizás un rey pirata. No hay recursos para trasplantes de los niños enfermos, la mortalidad infantil por primera vez en 80 años crece vertiginosamente en 30%. Las madres reclaman: ¿Cuántos niños más deben morir? Sin piedad, se regalan más de 50 millones de dólares al pirata Garzón y al antro que dirige, cuya única función es encontrar los caminos para eludir la justicia.

En toda esta dolorosa y caótica situación cuya víctima es la infancia por la impiedad de los piratas que guardan el dinero entre ellos, nos surge el llamado a participar en elecciones que pueden demostrar que los Rodríguez son pocos, que Maduro está solo, que lo acompañan piratas, sus iguales, que reparten el oro y los beneficios entre ellos mismos. Por estas razones no encuentro ningún fundamento o convicción que justifique dejar de participar en un proceso electoral que puede mostrar que no somos indiferentes, que la miseria y el genocidio contra nuestra infancia la vivimos en toda su profundidad. No hay razón que explique que dejemos de hacer las cosas que pueden contribuir a terminar estas décadas de miseria, crueldad y destrucción de todo lo mejor que habíamos creado.

Como dijo muy bien Miguel de Cervantes hace más de cuatro siglos: “Los peores son aquellos que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo que saben que nunca les darán” y aquellos que nos infunden miedo para desmovilizarnos, entrar en la nada. Limitarnos a esperar mientras los más vulnerables pagan los platos rotos.

 

 


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