Foto Monika Ruk

Los apremios de hoy radican en donde los peligros crecen, los enemigos hacen fiesta y la indecisión y la indiferencia, que no son sino indolencia disimulada, cobran víctimas inocentes. Los apremios gritan en los estómagos de tanta pobreza, en la carencia de vacunas, de hospitales, en la falta de servicios básicos. Los apremios quedan en estimular la decencia, la honestidad, la mística.

Los apremios quedan también en el combate contra la injusticia, la corrupción, la guerra y sus “perros”, con el perdón de los caninos. Los apremios apuntan hacia la lucha contra la falta de convicción de los mansos que somos mayoría, frente al exceso de ambición de los lobos que son tan solo una manada. Los apremios nos hacen señas desde los que no nos quieren y desde los nos quieren también. Es tiempo de definiciones. Los apremios gritan por la construcción de una nueva sensibilidad.

Los apremios obligan a producir, invertir, construir, alimentar, proteger para que aprenda el protegido a enseñar lo recibido. Los apremios radican en la carencia de respeto por los derechos humanos y en la desprotección del medio ambiente que ello sí que urge para que protejamos nuestra soberanía vital, la madre tierra. Los apremios faltan en el incremento sustancial en conciencia y recursos para la educación y la cultura y no para el indecoroso aumento en gasto militar.

Los apremios apuntan a la falta de líderes honestos con convencimiento del “nosotros” por encima de su invasivo yo. Los apremios no existen para la bondad o la avaricia sino para la sabiduría creadora. Los apremios se oyen en la punta de nuestras narices y están en el resplandor de la cultura productora de bienes colectivos y enriquecedores.

Los apremios no esperan y no están allí para la bondad o la mezquindad, sino para aprender de su sabiduría el valor de la paz que es el mayor de los apremios de este mundo, pues sin paz no habrá mundo o al menos el mundo que queremos.

El apremio que guía nuestros pasos es en definitiva el de la constitución de una República de y para ciudadanos que provea de riqueza a todos por igual, material y espiritualmente; prosperidad generosa y compartida bajo el requisito de la Democracia que no estorbe la libertad y el emprendimiento, sino que los constituya, defienda y promueva como requisito fundamental de su propia existencia.

Que nada se pierda, que todo se transforme, lo reitero en forma de espiritualidad, pues la realidad no es nada más lo que ocurre sino la persistencia de la voluntad creadora y el deseo de superación frente a lo corrosivo y absurdo. Mientras llueva el peligro.

 


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