Alguna vez leí un relato de Alberto Jiménez Ure en el que un hombre golpeaba a una mujer en la calle, ante la mirada de todos, sin que nadie hiciera nada. La abofeteaba y pateaba en el piso, una y otra vez, sin que esto ocasionara reacción alguna entre los presentes. El hombre, ya seguro de aquellos extremos de la indiferencia, decidió entonces bajarse la bragueta y orinar el cuerpo de la mujer. No hubo intervención alguna. Todo siguió su curso.

Supongo que imaginan hacia dónde voy.

Luego de conocerse la extradición de Alex Saab a Estados Unidos, Nicolás Maduro Moros, uno de los líderes de la dictadura de grupo que gobierna Venezuela, orinó lo siguiente: «Después evaluaremos qué va a pasar con esos diálogos, después evaluaremos. Por ahora, estamos indignados y protestando y enfrentando la injusticia, después veremos».

Esta declaración me condujo al relato de Jiménez Ure. Venezuela es esa pobre mujer a la que un bárbaro golpea, abofetea y humilla frente a la mirada indiferente de muchos. Es como si tuviéramos un vecino que golpea y defeca a su familia, y nos mantuviéramos indiferentes ante sus gritos, ante el sufrimiento, ante la crueldad.

Creo que para Nicolás Maduro y sus colaboradores ya no somos gente, ni pueblo, ni seres humanos. Somos rehenes públicos. En caso de que no se les dé lo que ellos piden, entonces torturan a sus rehenes. No sé si me explico, pero siento que la solución o alivio de nuestros problemas, y nuestro derecho a tener una vida digna, se ha convertido en un punto de negociación para el régimen. Como si dijeran: o me liberas a nuestro hombre, o se jode Venezuela.

La declaración de Maduro, analizándola bien, es de una crueldad obscena. Exhibe ya la deshumanización absoluta de él mismo como persona, pero también la de su clase política. Colocar a Alex Saab por encima del diálogo y del país entero, burlarse de las expectativas de los venezolanos y de la comunidad internacional, irrespetar la voluntad de mediación de los noruegos, me recuerda lo que dijo Salvador Espriu alguna vez: “A veces es necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero nunca un pueblo entero debe morir por un hombre”.

Cuando Maduro dice “después evaluaremos”, implica que los problemas urgentes de la sociedad venezolana no son importantes. Importante, para ellos, es indignarse y protestar. Es como si un médico tuviera ante sí a un paciente que sufre un ataque cardiaco, y dijera: “No puedo atenderlo porque justo en este momento me toca indignarme y protestar”. Y el paciente se muere.

Así que mientras ellos se indignan y protestan, millones de venezolanos sufren el país que ellos mismos han creado y que necesitan mantener como rehén para no perder su status quo. Mientras ellos se indignan y protestan, millones de venezolanos escuchan el rumor de sus tripas, o sortean el día a día de un país implacable y deshumanizado, azotado además por una pandemia y las plagas de sus mil problemas domésticos.

No quisiera repetir lo que todos ya saben. Cada venezolano es consciente de lo que implica estar dentro o fuera del país. Pero si enumeramos cada problema, o si cada venezolano realizara una lista de todo lo que padece a diario, resulta absurdo reconocer que todo esto ocurre mientras ellos se indignan y protestan.

Hay niños y ancianos muriendo por falta de asistencia médica mientras ellos se indignan y protestan. Hay gente muriendo, carajo, y la respuesta de ellos, ante esto, repito, es de una crueldad obscena: “Después veremos”.

¿Sabrán que cada segundo que se toman para indignarse y protestar representa un asunto de vida o muerte para millones de venezolanos? ¿Cuántos pacientes oncológicos o renales, cuántos infectados con covid mueren en Venezuela mientras ellos se dan el insólito lujo de creer que su indignación y protesta están por encima de la vida del ser humano?

Todas las vocerías del gobierno de Maduro culpan a las sanciones, culpan al imperialismo, culpan a los sectores de oposición. Ante este usual caletre, yo solo les digo: antes de las sanciones, en el hospital central de Valera, no había termómetro en la sala de emergencias para determinar cuánto de fiebre tenía mi hija. No había ni siquiera un pedazo de papel para que el médico de turno nos prescribiera el tratamiento. No había medicamentos en las farmacias.

El hueco en la carretera de la Urbanización Santa Ana, en el municipio Carvajal del estado Trujillo. ha estado allí por más de 20 años. Lo maquillan en campañas electorales, y luego surge de nuevo como un volcán que expone las entrañas de la corrupción y la desidia.

Así hay muchos huecos en la actualidad: huecos en los estómagos, huecos en los zapatos, huecos en la ropa, huecos en los bolsillos de los más necesitados, huecos en los techos de las escuelas y casas, huecos en la piel de los asesinados, huecos en el corazón de los emigrantes; casas huecas por abandono, universidades huecas, leyes huecas, militares huecos, y todos estos huecos se harán cada vez más profundos mientras ellos se indignan y protestan.

¿Se indignan y protestan por qué? Por un hombre. Solo por un hombre.


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