Andrés Manuel López Obrador

Su talante rijoso lleva al presidente a meterse con quienquiera que tenga una mirada crítica hacia él, sus políticas o su gobierno. Reprueba a la UNAMamarra navajas con España, boicotea la Cumbre de las Américas… La lista de los difamados e intimidades es larga: los neoliberales culpables de todos los males, los periodistas “que no se portan bien”, quienes estudiaron en el extranjero “donde solo aprenden a robar”, los abogados que trabajan para empresas extranjeras (“traidores a México”), las feministas que denuncian su conservadurismo, los padres de los niños con cáncer porque son usados por los golpistas, los ambientalistas que denuncian proyectos como el tramo 5 del Tren Maya.

Y ahora se agregan obispos y sacerdotes que denuncian que el país está bañado en sangre y le exigen —como lo hacen expertos, académicos, empresarios y medios de comunicación— que revise su cándida estrategia en materia de seguridad pública, y sigue con Carlos Alazraki, un publicista que ha incursionado en el periodismo con un estilo muy vulgar y provocador, a quien López Obrador llama “hitleriano”, una expresión muy áspera, más tratándose de un miembro de la comunidad judía que, siendo minoritaria en nuestro país, tiene un poder económico y un sentido gregario que la convierte en un factor de presión que ningún gobierno puede soslayar.

Todo esto habla del carácter autoritario del presidente y muestra lo profundo de sus resentimientos: es un hombre que odia, que no perdona, que es áspero con sus críticos, pero sumamente respetuoso con los criminales (no se atreve a decirle “Chapo” a Joaquín Guzmán Loera) y le pide a la gente que no considere como monstruos a los monstruos que secuestran, torturan y destazan seres humanos.

Ese afán de irse contra sus críticos muestra su creciente exasperación porque ya inició la cuenta regresiva de su mandato y la Cuarta Transformación no tiene con qué sustentar la idea delirante de que México vive “un momento estelar en su historia”.

Pero no es cualquier cosa meterse con la Iglesia Católica y decir que los sacerdotes “están muy apergollados por la oligarquía”, en un país en el que la inmensa mayoría de sus habitantes profesa esta religión y muchos se mantienen cercanos a sus pastores. Siempre ha existido un alto clero vinculado al poder económico y político y un bajo clero cercano al pueblo. Los sacerdotes asesinados pertenecían a ese ministerio.

Poco a poco van siendo más evidentes los trastornos que experimenta el presidente López Obrador, lo más reciente: su advertencia risible e imprudente de que si en Estados Unidos se condena a Julian Assange, iniciará una campaña para desmontar la Estatua de la Libertad, en Nueva York.

Las palabras de un presidente que cuando no habla para adular al pueblo o victimizarse, lo hace para embaucar, ofender o intimidar, tienen un peso y unas implicaciones que López Obrador desestima y nadie entre sus cercanos se atreve a advertírselo. Y lo más preocupante es que no hay forma de que rectifique su estrategia de seguridad ni su comportamiento, no la hay porque es un hombre enfermo.


 

Alfonso Zárate es presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

Artículo publicado en el diario El Universal de México

 


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