Soy socialcristiano de formación y de convicción. Mi formación proviene primigeniamente del Colegio La Salle, donde me formé en las ideas básicas d la Doctrina Social de la Iglesia de la mano del Hermano Felipe Peñaloza. Luego, en la UCV me incorporé a la Juventud Demócrata Cristiana, aunque nunca me inscribí en Copei. No tengo fibra ni aptitudes que se asocian al político profesional, siendo la academia el centro de mi vocación y profesión. Estamos hablando de mediados de los años sesenta.  Copei  para ese entonces era un partido en ascenso, con cuadros políticos bien formados, profesionales y técnicos  de excelente nivel y una juventud vigorosa y aguerrida. Cuando se escriba la historia sin las pasiones que da el paso del tiempo, se valorará la relevancia de Copei  y su juventud para la consolidación de la república civil. La promisoria juventud de Acción Democrática se había separado del partido para formar el MIR, asumiendo la insurrección armada y acompañando entonces a los también valiosos cuadros juveniles del Partido Comunista. Lo cierto es que los jóvenes socialcristianos dieron la batalla en los liceos y universidades  bastante solos, en la defensa de la nueva institucionalidad que se abría al país a partir del año 1958.

En mi experiencia  socialcristiana el ejemplo de  dos hombres, que a su vez fueron mis profesores en mis estudios de Derecho, resultaron cruciales: Rafael Caldera, el líder indiscutido del partido, para nosotros el modelo por excelencia de lo que debía ser un dirigente político, y Arístides Calvani, que en ese entonces no militaba en el partido, quien  irradiaba una suerte de fuerza moral que empapaba fuertemente a los jóvenes en esos difíciles años de combate político.

Del partido Copei de ese entonces  resaltan  unos rasgos que dieron peculiaridad a su impronta en la historia de los partidos de nuestra modernidad. Primero que todo señalaría  el esfuerzo del partido por lograr unos acuerdos básicos entre las fuerzas políticas, una necesaria convivencia que permitiera la sobrevivencia y en definitiva el fortalecimiento de la experiencia democrática  todavía muy frágil en la evolución política del país. La excesiva pugnacidad, el llamado “canibalismo político”, fueron conductas nunca respaldadas por el partido, promotor de la unión  por encima de las naturales diferencias, en torno a los postulados de la Constitución aprobada consensualmente el año 1961. Un segundo rasgo característico del partido lo constituyó la solidez de la estructura de su liderazgo, algo excepcional en la trayectoria de los partidos venezolanos, pues si bien el peso de Caldera no dejó nunca de ser  relevante, no  lo fue a costa del atropello ni del ostracismo de aquellos que en algún momento podrían adversar algún aspecto de su dirección. Luis Herrera Campins , el segundo líder en importancia en la historia del partido, ha dado testimonio escrito de la armonía y la búsqueda del consenso entre la dirigencia durante  el paso de Caldera por veinte años consecutivos como secretario general de la organización. Un tercer aspecto que resaltaría es la pálida separación, más bien comunión,  entre el independiente  y el militante del partido. Puedo dar fe, y me consta que muchos como yo también, de la solidaridad y camaradería en la asunción de tareas políticas entre los socialcristianos, tuviesen o no inscritos en el partido. Asumí diversas responsabilidades, tanto en la formación, como en la representación internacional  y otras tareas que en cualquier partido se entenderían como coto cerrado de los militantes, sin que nunca se me preguntara  si estaba inscrito en Copei.  Por último, es de mencionar la preocupación doctrinaria, y por ende la formación de sus cuadros, principalmente sus cuadros juveniles, que desde su nacimiento constituyó una nota relevante de la vida de la organización. En su instituto de formación, el Ifedec, prestigiado por el impulso y ejemplo  que le dieron sus primeros directores, Arístides Calvani y  Enrique Pérez Olivares, bebían de las fuentes doctrinarias  jóvenes  llegados de la amplia geografía nacional, además de los cuadros llegados de toda Latinoamérica, muchos de los cuales pasaron a cumplir un rol relevante en la vida política de sus respectivos países.  Temas de gran actualidad, como la participación, la descentralización,  el protagonismo de la sociedad civil, el pluralismo político y social, la economía al servicio del hombre,  la relevancia de los valores de la solidaridad y la subsidiariedad, fueron propuestas originales de los socialcristianos, ya desde la década de los sesenta, que culminaron en la convocatoria  de un gran congreso ideológico “para la democracia nueva”, que tuvo lugar en Caracas el año 1986.

Ese Copei que conocí y del cual siempre me sentí orgulloso como independiente socialcristiano, ya no existe; hoy no es ni la sombra, ni siquiera un pobre remedo del otrora gran partido político que alguna vez fue. No me corresponde, y menos en estas cortas líneas, además de que carezco de la objetividad para hacerlo,  adentrarme en las causas de su decadencia.  Las obras humanas nacen en la historia, pero también mueren en la historia. Las instituciones, como obra humana que son, no son eternas, pero  me sentiría orgulloso si el legado de un partido como Copei  se hubiese prolongado un período más largo, como creo lo merecía el ensayo democrático venezolano, hoy destruido salvajemente por el régimen dictatorial que nos gobierna.


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