‘Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales / jugando llamarán’

(GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER)

Hoy, mientras escribo, soy consciente de que el tiempo vuela –tempus fugit– y parece imposible, pero es un hecho consumado el veloz fluir de los días. Ha transcurrido ya la mitad del mes de mayo. A este lado del Atlántico, querida Venezuela, los españoles celebramos el Día de la Madre el primer domingo de mayo de todos los años. Este loco 2022 coincidió esa fecha con el día 1 de mayo, también la Fiesta del Trabajo o Día Internacional de los Trabajadores. Las madres ausentes son recordadas con nostalgia por los hijos que dejan en este mundo. Las madres que están presentes pasan un día similar a todos los demás días, solo que algunas disfrutan con la atención especial de sus vástagos que les regalan flores, libros u obsequios ese domingo.

Uno recuerda a su madre de muchas maneras. La madre es la bruja buena que nos protege y vigila todos los días (y todas las noches) y sabe qué nos pasa por la cabeza, sabe si estamos tocados por la flecha de Cupido, si nos va mal en la escuela, si estamos enfermos o tristes. Una madre se da cuenta de que algo no funciona bien en el cuerpecito de sus hijos antes que nadie. Yo recuerdo a mi madre por muchas cosas, entre otras, por sus frases y coletillas. Todas ellas repetidas una y otra vez incansablemente para mi bien y para el bien de mis hermanos también. Cada vez que se me perdía algo y lo contaba, mi madre me decía: «¿a que voy yo y lo encuentro?«. No era una pregunta ni una promesa. A mí me sonaba casi a un desafío. Mi madre quería que yo me esforzase un poco más. Si estaba jugando con algo que no debía, un jarrón de adorno de una estantería o una figurita de porcelana, tenía otra frase: «hasta que lo rompas no paras». Solía cumplirse: rompía la porcelana, paraba de jugar con la pieza y me quedaba mirando fijo los pedacitos con cara de susto. Llegaba mi madre la adivina y me daba un par de azotes que apenas me hacían daño. Me sentía mal porque tenía conciencia y me había portado como un idiota. No podía reprimirse y me soltaba: «¿qué te dije?«, «¿cómo puedes ser tan tonto?«. Ahora me hace gracia y me río recordándolo. Echo de menos oír la voz que me decía esas cosas.

Me vienen estos recuerdos a la cabeza estos días de mayo porque a alguien se le ha ocurrido recoger y guardar las típicas frases que dicen las madres a sus retoños. Ese alguien ha compartido esas sentencias en un cuadro en las redes sociales que yo he copiado en mi smartphone. He leído unas cuantas frases que coinciden con el código de mi madre. Creo que debe de haber una comunidad secreta de madres -como un grupo de Facebook o algo parecido- en la que se ponen de acuerdo para educarnos a todos. Y la magia funciona.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!