A medida que se profundiza la crisis política, social y económica más aguda de nuestra historia republicana sin visualizarse certidumbre alguna, hemos derivado en un país que transcurre su diario acontecer en un estado de crispación de nervios y acusaciones que lo han convertido en la capital mundial de la intolerancia, donde la pirotécnica verbal no cesa, sobre todo entre las diferentes facciones del campo opositor.

Esta situación ha recrudecido a partir del surgimiento de la minimesa de diálogo improvisada por la tiranía, los señalamientos son de todo calibre, con los infalibles argumentos “te lo dije”, “el que no hace le hacen”, “suma y no restes”, “eres pagado por el G-2 cubano”.  Toda una sarta de simplicidades que no interesan a 80% de la población, cuya única preocupación es la comida diaria para su familia, lo que ha motivado la estampida del éxodo más brutal de la historia continental de las Américas.

El régimen dictatorial ha dado un paso en falso con esta caricatura de encuentro nacional. Primero, demuestra ante la comunidad internacional su extrema fragilidad; segundo, demuestra su talante autoritario al patear y descalificar toda posibilidad de diálogo con las fuerzas políticas que representan lo que queda de república; y en tercer lugar, monta un burdo teatro con los actores políticos que avalaron la estafa del 20 de mayo de 2018. A estos últimos los juzgará la historia porque la tiranía ha sido desenmascarada por la opinión popular.

Al instalar oficialmente la sátira del monólogo desde Miraflores se pretende imponer una farsa fraguada en La Habana, contraria al diálogo, solo con el interés de seguir ganando tiempo utilizando toda suerte de carambolas. El castrismo conoce perfectamente que la elección universal, legítima y transparente es la kriptonita que lleva a la tumba a las dictaduras, para muestra Daniel Ortega cuando perdió el poder frente a Violeta Chamorro, o a Pinochet al perder el plebiscito en 1989 que determinó el retorno a la democracia en Chile hasta el presente.

Por lo tanto, los que violan la Constitución y destruyen a Venezuela despachan el asunto llamándolo los desatinos de la democracia burguesa, excusa suficiente para aplicar su apotegma “el fin justifica los medios”, y de esta manera como corsarios lanzarse al pillaje de las riquezas de una nación, labradas con esfuerzo y sudor de generaciones desde el siglo XIX, convidando a ese festín a la chulocracia del Foro de Sao Paulo, los gobiernos del Alba y los gobiernos que usurpan nuestra soberanía nacional diariamente representados en Cuba, China y Rusia.

Su última maniobra de incorporarse a la Asamblea Nacional ilegalmente, pues estos diputados perdieron sus cargos al abandonarlos según el artículo 191 de la Constitución para irse a la estafa de constituyente, pone a prueba a la Asamblea Nacional y a Juan Guaidó como presidente interino, quien no debe esperar reconocimiento alguno de quienes han pretendido destruir el único poder legítimo que existe en el orden constitucional actual.

Lo cierto del caso es que la República vive tiempos cruciales, debiendo quienes representan la esperanza visualizar la ruta que conduzca a la reconquista de la democracia; de no concretarse en las barriadas y comarcas rurales del país, cunde la incertidumbre y la inconformidad, circunstancias que pudieran derivar en desenlaces imprevistos ante la inacción del poder.


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