El individualismo del hombre por sobrevivir y su organización en sociedad constituyen en último análisis el principio fundamental sobre el cual Adam Smith fundamenta la “Riqueza de las naciones”, la fabricación de bienes y servicios, el sostenimiento del trabajador, el mantenimiento del capital constante (como lo llamaría Lenin) invertido para el proceso de producción.  “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre –según Federico Engels– es la condición básica y fundamental de toda la vida humana”, de la experiencia acumulada en el tiempo para la construcción del conocimiento científico con el cual en la posmodernidad la división internacional del trabajo permite realizar el desempeño individual no en la fábrica tradicional, sino en la casa, en su propia oficina, es decir en la libertad de la propia autodeterminación mediante la posesión y uso de los medios de producción.

Es preciso recordar que en la teorías de los sistemas, la libertad es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Sin embargo, la libertad de mercado, en las formas que se manifiestan en el mundo globalizado, superan los límites que quedaron evidenciados por Adam Smith, la definición de los valores del intercambio de mercancías, el proteccionismo visible en la balanza comercial, para representar el espejo, el reflejo del capitalismo en las diversas dimensiones evolutivas de las escuelas de Chicago o de Viena, y los diferentes pensamientos de Schumpeter, Rostow, Stiglitz u otros quienes han intentado desempeñar sus esfuerzos para perfeccionar el quehacer del hombre, las posibles modalidades de su escogencia para conseguir niveles siempre más avanzados de desarrollo, de convivencia, de civilización.

No obstante, la posesión de los medios de producción por parte del Estado, en un sistema económico del así dicho socialismo científico, permanece como ilusión que permitiría una distribución de la plusvalía producida. Pregonada en el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, transforma las expectativas de superación en una permanente condición de sumisión. Se afirma: “La clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede emanciparse de la clase que lo explota y oprime sin emancipar al propio tiempo, y para siempre, a toda la sociedad de la explotación, de la opresión y de las luchas de clases”.

Es un sentido de la libertad que en la historia de la humanidad nunca ha sido realizado, ni en el socialismo real de Europa Oriental y Rusia, ni en ciertos lineamientos aproximados de sociedades capitalistas o con la participación del Estado en una economía de mercado, tampoco en el modelo cubano o chino, de partido único, de centralización del poder, de autoritarismo ejercido por un grupo ajeno a las prácticas de la democracia social y política, todos sumamente ineficaces para la solución de los problemas elementales de la vida humana.

El socialismo de los grandes pensadores, de Proudón, de Rousseau, de los forjadores de las teorías que iluminan los senderos de la evolución del quehacer del hombre, no es compatible con la autocracia ni con la oligocracia, es antitético con la dictadura de un partido único y la imposición de un pensamiento único. Pero, como afirmaba el maestro Maza Zavala, “es un exponente de la libertad de la conciencia del ser humano en sus ascensos a la cumbre, de la auténtica igualdad, de la solidaridad, del dominio sobre las fuentes del bienestar y la seguridad, de la concordancia con la naturaleza”.

Ya Smith había propuesto el problema de la libertad de las actividades de producción y del comercio, y que ellas no eran competencia del Estado: pero afirmaba que el Estado  debe tener “injerencia de protección para que otros no lleven a cabo una invasión, cuidar aquellas actividades productivas y comerciales de personas que las pongan en peligro y mantener infraestructuras públicas para el comercio, con el mantenimiento de estas a través del pago de una tasa que involucre a quienes hacen uso de estas; en síntesis, el papel del Estado es permitir la vigencia de este libre mercado sin su intervención”.

De su parte Marx, en la introducción de la Economía política, había reconocido que antes de ser distribuida, la riqueza debe ser producida. Pero, como ha sido evidenciado por las condiciones de pobreza a las cuales ha sido reducido el pueblo venezolano, esta exigencia no ha sido cumplida por el gobierno bolivariano. Tampoco el capitalismo precedentemente aplicado se había ajustado al modelo liberal, al de los clásicos que concibieron la sociedad capitalista como una en que el poder resulta de la confluencia en lo social, de la sociedad de los sujetos económicos que no pueden influir individualmente en la dinámica del mercado. En las sociedades de hoy, profundamente marcadas por la globalización, el capitalismo y el socialismo parecen poco eficientes como modelos de producción, no obstante confluyen, compiten y se confrontan en el mercado mundial en el cual transfieren sus capacidades tecnológicas, su modelo de sociedad, sus áreas de influencia, su ejercicio del poder, su visión del Estado, sus conceptos de libertad.

En Venezuela, desequilibrios constantes han inducido un estatus de incertidumbre que bajo los patrones del modelo político social comunista predominante han producido las condiciones de crisis que requieren el cambio. No se trata solo de un cambio político formal inherente a la forma y funcionalidad del Estado, sino en nuestra opinión, de la oportunidad para debatir y definir los paradigmas económicos, sociales y éticos en los cuales las libertades individuales y colectivas constituyen los linderos de la identidad y soberanía de la nación. Así que la superación de la crisis requiere una aproximación estratégica para la creación de la riqueza nacional a través del hacer de los ciudadanos que se manifiesta, de una forma u otra, en el mercado interno y externo a través de la recuperación e innovación del sistema productivo, y que se puede implementar en la interrelaciones internacionales.

Es evidente que con el crecimiento del mercado global, ninguna nación se puede permitir el lujo de apoyar su estrategia única y exclusivamente en el buen estado de la economía doméstica, o aun peor, cuando esta no existe. Los gobernantes  tienen que desarrollar políticas capaces de orientar sus esfuerzos diarios al crecimiento de la economía nacional, que se manifiesta en el mercado, en la disponibilidad de bienes y servicios, y que por esto se transforma en símbolo del nivel de libertad del cual concretamente dispone la población. El mercado no es simplemente la expresión de la demanda y de la oferta de bienes y servicios, pues representa también el pasaje de la esfera ideológica y teórica a los esquemas operativos, a la reglamentación administrativa y jurídica. En la situación del país, presupone como condición esencial la renovación de la clase de la gerencia y la influencia determinante de un nuevo equilibrio de las fuerzas y de los factores económicos y sociales.

En Problemas de la economía exterior de Venezuela, ya en 1962, Domingo Maza Zavala precisaba, en el análisis de los ingresos del país, lo siguiente: “a) El mercado interno es pequeño en relación con el mercado exterior;  b) La productividad en la industria de exportación es sustancialmente más elevada que en las demás actividades; c) La productividad nacional crece a un ritmo más alto que el del mercado nacional; d) Ciertos recursos indispensables no pueden ser obtenidos dentro del país, sino mediante el intercambio”.

Pero estos indicadores técnicos no venían asimilados por la gerencia política ni han hecho parte sistémica del proyecto de país que ha visto estabilizar sus características en la renta petrolera bajo un diferente intervencionismo de Estado, tanto en la cuarta república como en el sistema social comunista bolivariano: esto con una sustancial diferencia, en la primera, así como había previsto el maestro Maza Zavala, crecían las empresas que no lograban exportar debido al bajo nivel de competitividad internacional de los productos; en el segundo, independientemente de las expropiaciones improductivas realizadas por el régimen, la política monetaria inducía una concreta insostenibilidad del mercado, debido a factores de competitividad también relacionados con la política cambiaria y el valor de la moneda: de las 12.000 empresas que existían hoy en día quedan 2.500.

Puntualmente, el profesor Maza Zavala, en 1984, denunciaba: “Venezuela, una economía dependiente” e indicaba los condicionamientos de la dependencia tecnológica y financiera. A estos hoy en día se unen la dependencia alimentaria, la dependencia sanitaria, la dependencia energética, la dependencia política.

Las consecuencias inducidas las vive directa o indirectamente cada venezolano. Quienes proponen el cambio, en su mayoría piensan que una recuperación se puede realizar trasformando la sociedad rentista en una productiva pregonando el modelo del desarrollo sostenible. Todavía deben ser individuados los puntos fuertes y puntos débiles de la nación, los grupos estratégicos y la estructura competitiva global, las oportunidades y amenazas externas e internas. El impulso estratégico nacional requiere el desarrollo de políticas de inversiones sectoriales, de grupos de industriales nacionales, de una cartera industrial nacional, de políticas comerciales nacionales, de políticas macroeconómicas nacionales, de la infraestructura prioritaria y de la renovación y adecuación del marco institucional. Es un reto global que requiere esfuerzos y sacrificios. La función estabilizadora de la reducción de la deuda externa es, sin duda, un estímulo que propicia la recuperación. Pero es nuestra opinión que en el cálculo de la deuda interna del Estado se debe incluir la descapitalización de Pdvsa, de la Corporación Venezolana de Guayana, del Banco Central de Venezuela. Me permito hacer solo una referencia: el ex presidente de Pdvsa Luis Giusti afirma que se necesitan 20.000 millones de dólares al año por 7 años para reportar el estándar de producción de la empresa petrolera al nivel de 1999. Ahora los cálculos más recientes para dicha recuperación requieren inversiones de 25.000 millones de dólares por 10 años para que se llegue a un estándar de producción de 3.000.000 de barriles diarios.

Como elemento subjetivo y principal se debe tomar en la debida consideración que el Estado queda constituido por  los ciudadanos quienes configuran la noción  del ser del hombre y su humanismo para perseguir el “Bien Común” a través del trabajo, en el respeto y aplicación de las normas vigentes para conseguir las finalidades definidas para el desarrollo del proyecto de país en la identidad y soberanía que lo debe distinguir y que asume valor en medida correspondiente a la práctica de las libertades individuales y colectivas.

Para el cambio de una sociedad rentista en una industrial en el tiempo y el espacio es necesario considerar que los fenómenos del crecimiento asumen progresivamente el ritmo y la fisionomía de la evolución de la tecnología, de la innovación y competitividad del sistema productivo, y que la velocidad de las comunicaciones empuja hasta límites de implosión que pueden inducir los gobernantes a tomar medidas excepcionales en nombre de la razón de Estado: son condiciones que establecen una interrelación entre los ciudadanos y el Estado por la cual se modifica la estática conformista precedente para pregonar la evolución del nuevo desarrollo y el  crecimiento del país.

Las distorsiones del mercado derivadas por la política monetaria aplicada y por la especulación hicieron olvidar el bien común a los gobernantes venezolanos: sin el consecuente sentido de responsabilidad, no se han detenido a ponderar debidamente las correlaciones que se establecen en la administración pública entre la justicia, la ética, la economía y la política, sino que aprovechando del sistema de centralismo democrático instaurado, han tutelado los intereses de los grupos del poder constituido, desatendiendo el Estado de Derecho y las necesidades de la población.

En los límites de nuestro conocimiento, es correcta interpretación entender el concepto de “Razón de Estado” como motivo causal y como causa final, es decir, el por qué y el para qué de las decisiones que se toman. Pero no siempre se explicitan en función de la racionalidad del crecimiento social y económico, sino que limitan la misma diferenciación política: por ejemplo, se niega la afirmación de la libertad del pensamiento porque es propiamente una creación razonada y razonable del espíritu humano, y no se respetan los principios lógicos de la razón tanto en lo jurídico como en lo moral, también si en algunas circunstancias el bien colectivo presenta un estatus de necesidad para el cual podría tener cabida una aplicación que supere las leyes o normas vigentes en cuanto las acciones consecuentes sean motivos y razones de Estado.

Cuando se inventan argumentos sofistas en el intento de motivar válidamente actos de iniquidad para justificar fines personales o partidistas, se vulnera profundamente la naturaleza propia del Estado, el Estado de Derecho, los derechos humanos, los principios fundamentales de las libertades definidas en cualquier Constitución democrática y que permean nuestra Constitución. En lo político, las acciones dirigidas a la constante afirmación de la  continuidad del ejercicio del poder anulan la división y el mutuo control de las instituciones constitutivas del Estado de Derecho: en particular, se ha nombrado incostitucionalmente una asamblea constituyente sin definir la fecha de vencimiento de sus funciones, con la pretensa de inhibir la Asamblea Nacional para apropiarse de sus prerrogativas institucionales, es decir, la formulación y aprobación de leyes.

Sustantivamente, se produce un vacío del Poder Legislativo en la misma configuración del Estado soberano, asumiendo que la traslación producida tenga la capacidad de recuperar la credibilidad perdida, por ejemplo, con los acreedores internacionales: se queda solo la presunción de que una ficción jurídica pueda transformar la realidad económica, como aparentemente logra hacerlo con las postulaciones políticas de una oposición que continúa siendo cómplice vinculada por una servidumbre voluntaria y corrupta de algunos de sus componentes.

En esta visión, los derechos humanos trascienden el Estado que, en cuanto ente político, no tiene una representatividad metafísica, es decir, una vida propia, ni el  alma ni la libertad propia del ser del hombre, de modo que su valor y perfección  deriva solo y exclusivamente por identificarse con los ciudadanos que conforman la nación a través de la  homogenización que otorga el derecho, el reconocimiento mutuo de la diversidad, la organización de la sociedad y el nivel de civilización conseguido en el curso de la historia.

La adecuación creciente y progresiva del mercado internacional a la continua evolución de las tecnologías evidencian la insuficiencia del comportamiento del Estado tradicional para enfrentar los retos impuestos por la globalización, máxime cuando, para permanecer en el poder, se persigue el intento de construir una sociedad cerrada, se margina la oposición y se empuja un antihistórico aislamiento económico y social, también a través de la eliminación de la información mediante distorsiones perpetradas adrede para desinformar y asegurar el control de los ciudadanos.

De modo que para transformar una sociedad rentista en una productiva nace entre otros aspectos la necesidad de “cómo preparar el Estado para las transformaciones globales en la capacidad de gobernar”. Esta observación de Yehezkel Drol (1996) no es solo una cualificación del ejercicio interno del poder, sino también una adecuación a las instancias evolutivas de las relaciones internacionales, ya que “por primera vez en la historia, la acción humana tiene el conocimiento y la capacidad de ejercer influencia sobre fenómenos globales, críticos para la supervivencia, a través de estructuras supraestatales que lleguen a la gobernabilidad regional y mundial en la búsqueda de un Bien Común Mundial”.

La cercanía aparente de las culturas presenta todavía elementos sumamente distintos que permiten lograr entendimientos sobre la significación de la guerra, la pobreza, la economía, la visión de la vida, la funcionalidad del Estado y su gobernanza, e inducen los gobiernos a la práctica de una mutua vigilancia para el respeto de los derechos humanos, para la lucha a la promoción o complicidad con el terrorismo, el narcotráfico, el lavado de dinero, la corrupción, siempre en la salvaguarda de la identidad nacional, soberanía, área de influencia y autonomía dirigida a la protección de la población.

Hasta ahora ningún intento de “tercera vía” ha tenido éxito, ni se ha encontrado un punto intermedio entre el liberalismo absoluto, marcado por Estados Unidos, y el socialismo científico, llevado adelante por el régimen soviético y chino. Las políticas derivadas por las confrontaciones ideológicas han sido superadas por la dialéctica desarrollada por un pluralismo cultural que ha conseguido un acercamiento de los extremismos ideológicos que es funcional con una interacción entre los Estados, debido al reconocimiento de la economía de mercado realizado por Rusia y China: las relaciones se han reducido al negocio, y no se identifican con la libertad individual y colectiva debido a los incumplimientos de los compromisos asumidos en materia de derechos humanos, políticos y civiles; se determinan sanciones por parte de las naciones democráticas del mundo occidental, al mismo tiempo que se mantienen importantes relaciones comerciales; la transferencia de tecnología y de inversiones productivas continúan hasta explotar las ventajas comparativas y competitivas ofrecidas por la división internacional del trabajo.

No obstante, la diferente práctica geopolítica tiende a ampliar la respectiva área de influencia, de modo que no debemos sorprendernos si Venezuela, por su posición estratégica y por sus riquezas naturales viene utilizada como terreno de confrontación y de conquista. Esto ha sido posible por escogencia política que ha puesto en tela de juicio las capacidades de gerencia de la nación venezolana que, sin una contraposición ideológica y programática, sin tener un conocimiento adecuado ha escogido el capitalismo de Estado como identificación y metodología  de la conducción del Estado.

La suficiencia de Estados Unidos hacia los acontecimientos internos no ha considerado los peligros potenciales que podían representar la metodología expansionista del centralismo democrático, elevado a sistema del intervencionismo de Rusia y China: se ha desestabilizado la región y la aparente cohesión de las fuerzas democráticas; ahora el Departamento de Estado admite que Venezuela se ha vuelto en un problema del contexto global de las relaciones internacionales.

Pues no hacemos algún esfuerzo intelectual en reconocer que en la ribera atlántica de Suramérica, el gobierno de Venezuela, en los últimos veinte años, en el afán de llevar adelante un proyecto político social comunista derivado de la estrategia formulada por la izquierda internacional del Foro de Sao Paulo de 1990, ha sido insensible a las instancias de renovación tecnológica y del sistema productivo, no ha utilizado los ingresos petroleros para inducir el progreso del nivel de la vida de la población venezolana, al contrario, ha aumentado sensiblemente el nivel de la pobreza y ha promovido una falsa ilusión de libertad y de democracia con elecciones electrónicas, técnicamente manejables.

Independientemente de los conocidos resultados electorales, las relaciones entre gobierno y oposición no han tenido por objeto el bienestar del país, los valores libertarios que caracterizan la historia de su independencia, más bien el ejercicio del poder fundamentado sobre el negocio, sobre el uso instrumental, la complicidad con las fuerzas políticas que se identifican como oposición, empeñada en presuntos diálogos, sin que se resolviera alguno de los graves problemas económicos y sociales que agobian el país.

Es una condición producida por la estrategia de una gerencia dirigida a la afirmación del proyecto político social comunista bolivariano, cuya inadecuada gestión de la política monetaria y fiscal ha alejado la hipótesis de desarrollo sustentable y ha destruido el sistema productivo del país (solo piensen en las condiciones productivas de Pdvsa y de las empresas de las CVG y la incompetitividad inducida en el sector privado), se ha mermado la voluntad de lucha de las fuerzas democráticas que han creído que la libertad se pudiese conquistar con el ejercicio del voto y se ha trasformado la vida de los venezolanos  en una agonía que se ha prolongado en el tiempo. Desde los errores de la cuarta república, en una constante involución, Venezuela ha llegado a los epílogos evidenciados. Permítanme una sola referencia para los que consideran que estoy equivocado: en 1950 Venezuela era la tercera economía del mundo, en 2019 se encuentra en el último lugar del ranking mundial.

Cuando no existe la voluntad de renunciar a parte de los propios postulados, cada instancia dialógica, en nuestra apreciación geopolítica, viene anulada y viene reducida a un juego de las partes al cual se prestan los actores internos e internacionales involucrados en intereses subalternos para la solución de los graves problemas que sufren los ciudadanos y, por consiguiente, el diálogo pierde su funcionalismo propedéutico para encontrar un camino que concretamente tuviese la posibilidad de llevar el país en paz, fuera de la crisis a la cual ha sido inducido en lo económico, lo político y lo social. Como Churchill ha recordado, “la libertad es tal si en su estructuración se implica la satisfacción de las necesidades primarias” y, en Venezuela, viene condicionada por la exorbitante corrupción intelectual y material que pervive en sectores y componentes importantes del gobierno y de la oposición.

Con la impunidad de los corruptos que han saqueado el país, se ha continuado un juego de las partes que ha puesto en el mismo nivel ético y político a los ciudadanos que han respetado el derecho y aquellos que lo han atropellado. Recordamos que en la Fundamentación de la metafísica de la costumbre Kant “presupone la libertad como propiedad de la voluntad de todos los seres racionales, si queremos pensar un ser como racional y con consciencia de su casualidad de las acciones, es decir, dotado de voluntad”.

Pero este concepto de liberalismo igualitario es insuficiente para enfrentar las diversidades que se presentan por las dimensiones de la presunta igualdad moral y sus consecuencias económicas y sociales.

La comunidad internacional ha percibido el fenómeno “socialista” que ha vivido y vive el pueblo venezolano: el sacrificio al cual ha sido sometido ha sido útil para emitir juicios de valor y constituir parámetros que le han permitido relevar y distinguir la responsabilidad subjetiva de aquella inducida como ficción del planteamiento político utilizado para ganar tiempo y para traer beneficios económicos inconfesables con la transformación determinada por el narcotráfico.  Al mismo tiempo, se han puesto en evidencia las complicidades estratégicas de adhesión o cuanto menos de apoyo al proceso político social comunista bolivariano que visiblemente niega las libertades fundamentales pregonadas por la Organización de Estados Americanos y por la ONU.

En la actualidad –con las excepciones de las proposiciones conocidas en defensa de los derechos humanos– solo en la proposición política se ofrece una alternativa sustentable que permita reconquistar la independencia y la soberanía, y las perspectivas para tipificar el desarrollo del cambio de una sociedad rentista en una productiva se afirma como compromiso de trabajo para la oportunidad de encontrar en el mercado la posibilidad de conquistar la perdida libertad.

Todavía mucho camino debe ser recorrido antes que se produzca la aceptación de valores comunes que identifiquen el desarrollo con la visión de un Estado en el cual conviven y se respetan las diferentes ideologías, en las cuales se califican tanto las relaciones internas de las estructuras políticas, económicas y sociales, como las relaciones intercurrentes con las otras naciones en el mutuo respeto e identidad.

Creo que para solucionar la crisis que vive el país, la gerencia de la política todavía debe entender que es necesario crear una zona de intersección entre política y economía, entre Estado y mercado, que exige una atención especial en el plano conceptual porque estrictamente vinculada a los valores individuales y colectivos de libertad, a la extensión de la democracia real en un contexto en el cual el Estado está perdiendo en general importancia para la economía debido a la disminución de las relaciones directas que son sustituidas por las que se realizan entre economías. En el espacio del poder trasnacional, el Estado es para el mercado un actor más entre otros muchos y se ve sobrepujado por el poder de los competidores económicos.

Sin embargo, el que la economía privada se haga cargo de tareas estatales no significa que estas se podrán desempeñar como tareas políticas.  La “no política” es más bien su forma habitual de percepción y de actuación, como quiera que domine el cálculo económico. Por lo tanto, lo político se convierte bajo la dirección escénica de la economía en lo “subpolítico”, o, más exactamente, en la consecuencia asociada de las estrategias mundiales de mercado que someten la “libertad individual y colectiva” a sus exigencias de ampliar sus áreas de influencia.

Bertrand Russell afirmaba: “La disconformidad de los gobiernos, su presunta autoridad social intenta imponerse a la necesidad de la sociedad civil”. Es este un factor que no es solo de producción y distribución, sino de transformación de las relaciones sociales en lo económico, institucional, cultural y político en el sentido de la excelencia que viene impuesto por las nuevas tecnologías del conocimiento.

El maestro Domingo Maza Zavala (a quien he tenido el privilegio de tener como mentor y guía de mi aprendizaje y al cual, en el recuerdo que hoy celebramos, expreso mi gratitud y reconocimiento), en su formación ortodoxa de socialista y democrático convencido, afirmaba que “el capitalismo es un sistema generador de plusvalía, de excedente económico, sobre la base de la dependencia de la fuerza de trabajo con respecto al capital y la apropiación al valor creado por aquello al proceso de producción”.  No obstante, me ha empujado y apreciado en demostrar que la tecnología no es un simple medio para elevar la productividad, sino como una fuerza liberadora que penetra las relaciones humanas y determina un nuevo modo de crear riqueza y de hacerla servir a la satisfacción de las necesidades materiales, espirituales, éticas y estéticas del ser humano, es decir, se ha transformado en una categoría básica que incorpora en el sistema productivo su propia plusvalía que, con la adecuación de las disposiciones jurídicas y administrativas, puede devolver a los factores tradicionales del capital y el trabajo con el mismo porcentaje recibido.

El principio de equidad inspira la ecuación científica (0 = f(K, T, L)t por la cual la producción es la función del capital, tecnología y trabajo en el tiempo: es decir, que la distribución de la plusvalía anula o cuanto menos reduce sensiblemente la razón de la lucha de clase porque los emprendedores y los trabajadores tienen como interés común el funcionamiento y la competitividad del sistema productivo, que de este modo se transforma en propulsor del sistema de libertades que se expanden en el mercado.

Mayor responsabilidad deriva para los países productores de energía y por esto, como indicaba el profesor Maza Zavala, Venezuela podría ser el primero en experimentar la nueva visión de la economía, máxime en las inversiones del sector público orientadas a la recuperación del nivel de vida de los venezolanos.

Siempre el hombre es el protagonista. Al ser del hombre y al deber ser, Heidegger agregaba el “ser allí”, es decir, su responsabilidad. Maza Zavala la asumía con plenitud, aceptando y manifestando en su vida los preceptos de Ulpiano: “Honeste vivere, alterum no laedere, sui quique tribuere”, vivir con honestidad, no hacer daño a los demás, tomar lo que debe ser recibido por su propio desempeño. Esta es la herencia que con su vida de ciudadano ejemplar nos ha dejado, que aceptamos  y difundimos en nuestras tareas de la fundación, de docentes, de investigadores, de hombres que intentan formar la gerencia futura del país.

Dado que el pensamiento único ha quitado los ideales y ha transformado la libertad de juicio en servidumbre voluntaria, se ha creado una sociedad dependiente del poder constituido para el cual su devenir está ligado al control de un seudosistema democrático que sirve solo de pantalla a la dictadura. No es un exabrupto la afirmación de Nicolai Hartmann: “Detrás del fenómeno existe siempre la cosa en sí, que es conocida con ello y por medio de ello”. Así que al pensamiento único contraponemos el grito de los negros de Alabama: “We want freedom”, ¡Queremos la libertad! Es un grito de dolor, de sufrimiento, de lucha, de conquista, de emancipación, de civilización: en el siglo XXI Venezuela no puede ni debe ser colonia de nadie.


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