Una red de amigos y conocidos me invitan a participar en un boicot contra los vendedores y productores de huevos. Consideran que es la manera como los consumidores de “ñemas” puede frenar la especulación. Se quejan de que las 30 posturas que trae el cartón han multiplicado su valor en el mercado pese a que el dólar, la divisa referencial, bajó en los últimos días, que no existe razón alguna para que los precios del alimento sigan escalando. Me dieron ganas de apoyarlos y sentarme con un cartel frente al bodegón que los ofrece ecológicos y sin trazas de gluten, pero me acordé del socialismo del siglo XXI y el cartel lo hice contra el Plan de la Patria.

Durante veinte años en el nombre de Bolívar, Fidel Castro, Ezequiel Zamora, el Che Guevara y Juana la Avanzadora, el régimen instaurado con la Constitución aprobada con una minoría de votos el 16 de diciembre de 1999 ha demolido no solo el aparato productivo, sino también la cadena la comercialización, destruyó la industria petrolera, las empresas básicas, la red eléctrica nacional y la institucionalidad democrática. También volvió polvo cósmico el sistema público de salud y la educación pública y privada, convirtió las universidades en liceos mediocres, destruyó el parque automotor, la red de carreteras y autopistas y ha emprendido la desaparición de las selvas al sur del Orinoco. Acabó con las crías de ganado en el llano, los sembradíos de caña de azúcar en los valles de Aragua y el cultivo de flores y hortalizas en el piedemonte andino. Quizás el mejor ejemplo práctico de la teoría aplicada en Venezuela es el Sambil de Candelaria, expropiado-robado días antes de la inauguración, pero solo ha servido como depósito del detritus gubernamental: damnificados, colectivos y artículos producto del robo. ¿Cuántos empleos fueron destruidos?

Hoy nadie se acuerda de la cadena de radio y televisión en la que Nicolás Maduro, acompañado por su gabinete económico, entregó a un “emprendedor” 250 millones de dólares, que no eran 4 lochas entonces ni lo son ahora, para instalar un centro avícola en el estado Aragua y han transcurrido casi 6 años y nadie ha visto ni un cogote de pollo, aunque esa noche aseguró que iba a producir aves y huevos hasta para exportar a Rusia y Corea del Norte. La única pluma que vieron hasta ahora los televidentes fue la Mont Blanc con cápsula y anillo de oro que Maduro usó para firmar el cheque. Tampoco se escuchó a los productores avícolas cuando el yerno del intergaláctico bajó a la mitad el cartón de huevos sin preguntar costos, sin garantizar el subsidio de los insumos y sin saber cuántas vacunas necesita una gallina ponedora y a qué temperatura ambiente se siente más a gusto con el gallo. Quebró la mayoría de las granjas que quedaban.

En el proceso de apropiarse de los medios de producción el socialismo del siglo XXI fue mucho más ineficiente que su homólogo marxista-stalinista del siglo XX. No solo quebró las empresas privadas –desde kioscos de periódicos y chucherías hasta grandes laboratorios farmacéuticos– sino las públicas en su totalidad. No hay una que no tenga los libros en rojo. Todavía Elías Jaua y su lacayo Loyo siguen libres, aunque a sus bolsillos fueron a parar millones de dólares de hacendados extorsionados, primero, y expropiados, después. Las denuncias están en la Fiscalía, en los tribunales de tierras y en la Defensoría del Pueblo, pero mis amigos de las redes sociales quieren montar un boicot contra los productores avícolas, que no solo carecen de gasolina para transportarlos, sino que cada día los insumos son más difíciles de conseguir y, por tanto, más costosos.

Maduro y sus secuaces destruyeron el mercado y no lo sustituyó con nada. Prolifera la informalidad, la especulación, la viveza de la economía de guerra. Los productores no tienen cómo adquirir materia prima de manera segura y continua, mientras que los comerciantes se quedaron sin proveedores. Quienes más pierden son los consumidores, que sufren la escasez o pagan altos precios. Si hoy encuentran un producto a la venta, nadie les garantiza que podrán encontrarlo mañana. Vamos a decirlo de una vez, Venezuela es un país demolido –“desfaratado”, diría Aristóbulo Istúriz–, pero también el propio infierno socialista, que no lava ni presta la batea. Quienes ahora piden control de precios, de la manera que sea, con las hordas del Sundde o el boicot de los consumidores, se olvidan de que los controles fueron los polvos que trajeron estos lodos, esta mugre que ahoga. Nada que vender, expropiada la mercancía.


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