Trump y Biden se preparan para su primer cara a cara en Cleveland
Foto: Archivo

Los representantes de la antipolítica obtienen sus seguidores gracias al agresivo e intolerante mensaje que busca dividir a las sociedades y mantenerlas en estado de zozobra permanente. La manipulación de las emociones es una nota constante de esta manera de hacer política; es lo que se llama posverdad, definida por el Diccionario de la Real Academia Española como: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.

La mentira, por inverosímil que parezca, es creída por razones emocionales. Buen ejemplo de ello es lo que ocurre en Estados Unidos con la disputa electoral. De acuerdo con los hechos reportados, tanto por la prensa internacional como en las redes sociales, el triunfo de Joe Biden es inobjetable. Sin embargo, el presidente Donald Trump sostiene reiteradamente que fue él quien triunfó en las elecciones. Así lo afirmó en un tuit del 7 de noviembre: “Gané esta elección por mucho” (I won this election, by a lot). Los hechos objetivos contradicen esta afirmación, pero sus seguidores se aferran a la ilusión que le imponen sus deseos. (Como antecedente a este caso, tenemos la acusación que le formuló el mismo Donald Trump a Barack Obama de haber sido el fundador del Estado Islámico).

En este sentido, la prestigiosa revista The Economist lo dice con claridad: “En realidad no hay espacio para la duda. Joe Biden lo derrotó por casi 6 millones de votos, amasando 306 colegios electorales contra 232 del señor Trump. La realidad es extraña para el señor Trump, quien ha gritado fraude desde antes que el primer voto haya sido sufragado” (The Art of losing. Accepting a disappointing election result is a key part of democracy. Edición digital, 21.11.2020). Estamos ante un desencuentro entre ilusión y realidad; la manipulación de esta última desde el poder produce confusión y zozobra en la población.

Al mismo tiempo, se usa al Poder Judicial en un pretendido intento de cambiar los resultados electorales. Pese a que las demandas han sido desechadas abrumadoramente por los tribunales, el señor Rudy Giuliani afirma que los jueces dicen algo distinto a lo que realmente dicen. Ve (o quiere ver) algo diferente a los que ven los otros. Hay dos modos de percibir la realidad ante los mismos hechos, y uno de los dos es el equivocado.

Esto de admitir un mismo hecho de maneras diferentes ha sido explicado al estilo cervantino. En efecto, en el Capítulo 25 (I) don Quijote le dice a Sancho: “Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa”. Este pasaje es para Américo Castro el más significativo de toda la obra de Cervantes, porque plantea el tema de la relatividad de los juicios de valor en la interpretación de los hechos. De este modo, Castro señala que el Quijote es una contribución al tema de la interpretación de la realidad oscilante, es decir, la realidad es como cada cual la percibe. Son dos maneras de ver un mismo hecho: el realista y el ficcional.

La realidad así vista por cada cual lleva a otra reflexión. Quien se aferra a su opinión no estará dispuesto a cambiarla, independientemente del peso de los hechos. Ante un punto de vista cerrado es inútil la utilización de los argumentos. Y quienes más propensos están a no reconocer sus errores son los narcisos (los enamorados de sí mismos), como lo reflexiona Fernando Vallespín en un estudio sobre esta materia (La mentira os hará libres. Realidad y ficción en la democracia. Madrid, Galaxia Gutenberg, 2012, p. 108).

En el ambiente de polarización y autoritarismo que alimenta la posverdad, en lugar de hacer política sobre la base de la realidad, se apela a los deseos de la gente y se mantiene viva la ilusión. Algo muy distinto a lo que lo hizo Winston Churchill en la Segunda Guerra Mundial, cuando advirtió a la población de los sacrificios que le esperaba: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. De haberse aferrado a una política reñida con la realidad, los resultados habrían sido distintos.

La política de la posverdad busca dividir en lugar de unir, escudriña en los odios y resentimientos de la población para buscar apoyos a su vocación autoritaria. No son propuestas para el futuro, sino políticas de división e intolerancia. Aunque posverdad fue declarada palabra del año en 2016 por el Diccionario Oxford, la técnica era muy manoseada y fue utilizada con éxito, entre otros, por Vladimir Ilich Lenin, Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Mao Tse-tung y Fidel Castro.

Pero esta novela en cadena pronto llegará a su fin. Me encuentro entre quienes creen que Joe Biden se juramentará el próximo 20 de enero y que las instituciones estadounidenses resolverán la controversia. Asumirá el poder un político profesional, de larga experiencia, con participación activa en hechos políticos en América Latina, como ocurrió en el caso colombiano. En este sentido, los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana han destacado el fundamental papel del presidente electo en la ayuda de Estados Unidos para que sus gobiernos pudieran derrotar militarmente a la guerrilla colombiana, gracias al llamado Plan Colombia. Entonces no es un político que desconoce la situación de nuestra región. Las declaraciones de los expresidentes colombianos no pueden pasar inadvertidas.

El gobierno de Joe Biden no cambiará sustancialmente la política de su país con Venezuela, porque la misma es bipartidista, es decir, avalada por los demócratas y por los republicanos. Lo que quizás cambiará serán los modales y la retórica, al amparo del estilo de hombre moderado y decente que caracteriza al presidente electo. Una posición política mesurada que reconozca al otro puede contribuir a crear los consensos perdurables para realizar los cambios hacia la democracia. Los extremistas cuentan la historia a su manera cuando los moderados no ejercen oportunamente su papel.

Una vez que la disputa electoral de Estados Unidos quede resuelta, quedará una lección: la manipulación de la realidad para mover sentimientos e influir en la lucha política es una poderosa amenaza a la paz y a la estabilidad republicana. Controlar la mentira en política es uno de los retos de las sociedades democráticas de nuestros tiempos.

 

 


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