Foto: Alfredo Cedeño

La lengua, el idioma, el universo mágico de la palabra, es un santuario al que entro siempre con supremo respeto. La armonía que se produce entre las letras es una epifanía a la que suelo adorar. Contrario a muchos puristas que desdeñan ciertas palabras por no tener cierta “altura”, suelo dedicarme a celebrarla sin consideraciones. Me parece tan sonora la palabra trapisonda, como me resuena en el paladar su compañera vergajo. A la postre, suelo sentir no poca pena por aquellos exquisitos que se escudan en sus aires de superioridad para no bajar a disfrutar las palabras en todos sus niveles.

Hay textos y autores que me son fundamentales, son parte del cuerpo de sacerdotes que ofician en este rito donde profeso. Y su manejo de las palabras ha sido insuperable. Shakespeare, aunque ajeno a mi lengua materna, es uno de ellos. Fue tan vasto su aporte que estudios contemporáneos revelan que el bardo de Stratford-upon-Avon creó más de 1.700 palabras. Su par en la lengua española, Miguel de Cervantes Saavedra, usó casi 23.000 voces en El Quijote. Y ya que le nombro, este personaje fue autor de no pocos enredos gracias a su manera de entender y ver las cosas.

Una de mis escenas favoritas en ese sentido es la descrita en el capítulo XXIX de la segunda parte, cuando el caballero y su escudero llegan a orillas del Ebro, luego de robarse una barca y lanzarse la corriente:

“Descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho:

— ¿Ves? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

— ¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? — dijo Sancho—. ¿No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

— Calla, Sancho —dijo don Quijote—; que, aunque parecen aceñas, no lo son; y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos.”

La maravilla del idioma es que muta y toma nuevos trajes al compás del tiempo. Es de un dinamismo que el propio Quijote hubiera querido tener para derribar los molinos. Los enredos son cosa de cada día. Me viene a la memoria la ocasión en que mis suegros estaban hablando en la sala de su casa. Ella sentada en su butaca estaba viendo el televisor, mientras él en la ventana del balcón escarbaba unas macetas; y comentó: Ahí está la gente de la fumigación. A lo cual ella respondió: Ay sí, chico, yo no sé cuándo van a pagar la pensión. Él nuevamente le dijo: Que no chica, que ahí están los de la fumigación. A lo que ella ripostó velozmente: ¡Ya te dije que todavía no han dicho nada de la pensión! Los que estábamos oyendo no podíamos contener las risas, y tuvo que intervenir una de las hijas y explicarles.

Otra situación similar ocurrió con un abuelo al que su hija oía que marcaba el teléfono y después de saludar decía: “Sí, como no, avenida Páez, El Paraíso, quinta Guadalupe… ¡Bueno pues, me volvió a colgar!”  Y la situación se repitió un par de veces, hasta que su heredera se acercó a preguntarle qué pasaba. “¡Nada, que estoy llamando al seguro para arreglar lo de mis pagos y cuando me piden la dirección y empiezo a dársela me cuelgan!”  Ella le pidió el número e hizo la llamada, cuando la atendieron escuchó: Seguro Social, subdirección…

Otro caso muy cercano lo viví con mi hijo, estaba él comenzando a hablar, tendría un año y algunos meses. Por supuesto que las cintas de video con las películas habituales las había por todos lados. Él las iba turnando en sus gustos, y en una ocasión el turno fue para Peter Pan. Un día que jugaba con unos amiguitos le escuché decir: “¡Eres un cabeza puerca!” Cuando terminaron de jugar, e iba a bañarlo, le pregunté por el cabeza puerca. ¿Dónde oíste eso hijo? ¡En Peter Pan, papá! Un rato más tarde me senté con él a ver la cinta hasta que llegamos al punto en que los hermanitos de Wendy pelean y uno le dice al otro: cabeza hueca…  Otro día fue con mentegato, y nuevamente averigüé sobre el termino: Ahí en el cuento ese. Nueva lectura, y encontré: mentecato…

Si bien es cierto que ciertas confusiones pueden resultar divertidas, hay otras que no dejan de ser trágicas. Tal vez es lo que ocurre con ciertos personajes que se dedican en estos días a mezclar cosas, o a entender lo que se les antoja. Me imagino algo así como: Mira que vamos de nuevo a la cosa esa de las negociaciones; y él otro responde: Ah sí, ya yo me bajé los pantalones. Otro que al decirle: Sabes algo del papel de trabajo de la comisión; y su respuesta rauda será: Claro a mí que me den no menos del cinco por ciento. Tampoco debe faltar aquel al que dicen: ¿Tú crees que podremos establecer acuerdos?; quien responderá: La verdad que no sé dónde puse los recuerdos.

¿Será que así podemos llegar a alguna parte? Qué buena falta tienen de siquiera darle un ligero repaso al diccionario, a lo mejor es que tienen miedo de intoxicarse.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

[email protected]

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!