Mientras la pandemia del coronavirus se expande peligrosamente por el mundo, Venezuela parece estar a buen recaudo. Hasta el momento de escribir estas líneas, con cerca de medio millón de personas diagnosticadas con este nuevo virus, y con más de 20.000 muertos, distintos líderes mundiales han expresado que ésta es la amenaza más seria que sus respectivos países han debido enfrentar desde la Segunda Guerra Mundial. Incluso para naciones económicamente desarrolladas, con sistemas sanitarios más o menos sofisticados, como Italia y España, este virus ha tenido efectos devastadores, que -en ambos países- ya suman más del triple de las víctimas mortales de los atentados a las torres gemelas ocurrido el fatídico 11 de septiembre de 2001. Dentro de lo que cabe, otros países, como Alemania, han logrado resistir y, a pesar de que allí ya se contabilizan a más de 30.000 personas contagiadas, su número de fallecidos escasamente supera el centenar y medio.

Teóricamente, a Venezuela llegó tarde este virus y, desde que llegó, ha sido bien controlado. Digo “teóricamente”, porque no creo que el país haya hecho un esfuerzo serio para detectar el número real de personas contagiadas, o de cuándo y cómo se contagiaron; tampoco creo que, después del despilfarro del dinero producido por la bonanza de los precios del petróleo, el país tuviera los recursos indispensables para haberlo averiguado. El ministro de Información, Jorge Rodríguez, y otros voceros del régimen, han ofrecido información a partir de una “encuesta nacional sobre el coronavirus en el sistema patria”, y sostienen que, hasta el momento de escribir estas líneas, habría 91 personas infectadas, y ningún fallecido. Pero nadie ha afirmado que se haya hecho exámenes médicos y de laboratorio, para detectar la presencia del virus en todas las personas que han presentado síntomas de dicha enfermedad, en todas las personas que hayan estado en contacto con personas infectadas, o en pacientes asintomáticos. Cuando se trata de la salud de las personas, las encuestas no valen; por eso, ¡cuesta creer la información del gobierno!

En cualquier caso, esas cifras nos colocan a la vanguardia de los países que están conteniendo más exitosamente esta pandemia. Si vamos a tomar esos datos en serio, lo estaríamos haciendo incluso mejor que en Alemania. Por supuesto, a falta de encuestas, para detectar la presencia del coronavirus en su población, Alemania ha realizado las pruebas de laboratorio requeridas, y ha contado con los recursos indispensables para tratar a las personas infectadas. Además, debe considerarse que en Alemania hay una amplia libertad de información, que permite contrastar los hechos y sus circunstancias, haciendo imposible que se pueda ocultar la verdad. Que se sepa, allí no hay periodistas, o médicos, que hayan sido detenidos por difundir información sobre la pandemia del coronavirus, ni hay páginas de Internet que hayan sido bloqueadas o censuradas por el mismo motivo. Por el contrario, en una tiranía es posible acomodar los hechos y los datos al capricho del que manda, pudiendo llegar a decretar que este es “el mar de la felicidad”. En su discurso de recepción del premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez recordaba a un déspota salvadoreño que hizo cubrir con papel rojo el alumbrado de las calles para combatir una epidemia de escarlatina; ahora, el chavismo prefiere maquillar las estadísticas. Pero así no se combate una pandemia.

El 23 de enero de 1982, la cadena de televisión CBS transmitió un documental titulado El enemigo que no se ha contado (The uncounted enemy), sugiriendo una conspiración en los más altos niveles del gobierno de Estados Unidos para suprimir y adulterar información clave relacionada con la guerra de Vietnam. Parafraseando el título de ese documental, en relación con la información oficial proporcionada por el gobierno de Venezuela sobre las víctimas del coronavirus, podríamos hablar de “Las víctimas que no cuentan”; esto es, de las personas contagiadas, e incluso de las víctimas fatales, que no forman parte de las estadísticas oficiales, ya sea por incapacidad de las autoridades para recabar datos fidedignos, por ignorancia de quienes tienen la tarea de recogerlos, o por la mala fe propia de las tiranías, empeñadas en describir un mundo de fantasía. Pero lo cierto es que, en esta Venezuela paupérrima, sin medicinas, sin suministro regular de agua y electricidad, ni siquiera los hermanos Rodríguez creen que estemos mejor que en Alemania.


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