Para una imaginaria discípula

 

Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que me atribuyo, también quiero que os lo atribuyáis,

pues cada átomo que me pertenece también os pertenece a vosotros.

Vago e invito a vagar a mi alma.

Walt Whitman

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Sé curiosa. La vida está llena de misterios, y constantemente nos afronta renovados retos. No los esquives. El mundo del saber es oceánico y sorprendente. Interrógalo, y asume como si fuese un axioma que toda casualidad tiene su causa.

No seas rígida. Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre. Problematiza todo, sé crítica y autocrítica por principio. Rechaza los argumentos de autoridad. Nada tiene final, pues todo final termina siendo un volver a empezar.

Construye y sigue tu propio camino. No permitas que nadie, absolutamente nadie, lo trace por ti. Haz de los versos del poeta una consigna: Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar.

Rechaza la intolerancia. La verdad en este mundo no es de nadie ni a nadie pertenece. Hay muchas maneras de buscarla, y todo tenemos el derecho de intentarlo por el sendero que decidamos proseguir. Graba con fuego en tu frente el apotegma atribuido a Voltaire: Yo estoy en contra de lo que tú dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.

Sé libre. Aprecia y defiende por encima de todas las cosas tu libertad. Pronuncia como si fueran tuyas, las hermosísimas palabras que Cervantes pone en boca de don Quijote: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

Vibra con tu corazón. Ten siempre presente las muy citadas palabras atribuidas a Goethe: El corazón tiene sus razones que la razón no conoce. Somos mente y razón, pero más que eso somos sentimiento, y el Amor es el sentimiento más sublime que poseemos. ¡Nunca olvides lo que eso debe significar para tí!, y por supuesto, para todos nosotros, los seres humanos. Ibn Arabi, el maestro sufí, estampó estas bellas palabras sobre la primacía del Amor:

Mi corazón tenía múltiples pasiones, pero el descubrimiento de tu Amor ha hecho de ellas una sola…

Dejo a los hombres su tierra y su creencia,

puesto que te has convertido en mi país y mi religión.

Sé buena, nunca te arrepentirás. Medita con los monitos chinos. Gandhi, esa alma grande y noble, los consideraba sus gurús. No olvides su profunda simbología: Evita oír el mal, evita decir el mal, evita ver el mal.

Sé humilde. La sabiduría del Tao Te Ching se impone una vez más: el hombre virtuoso no persigue reconocimiento alguno. El que carece de virtud siempre busca los elogios.

Adáptate a los cambios sin pesar. Heráclito ha proclamado una gran verdad: Todo cambia. No nos bañamos dos veces en el mismo río. No obstante, no confundas cambio con revolución. En nombre de esta palabreja la historia está llena de cadáveres, sufrimiento y víctimas inocentes. Tiene razón esa gran mujer que fue Simone Weil: No es la religión, sino la revolución lo que es el opio del pueblo.

Te repito, mantente abierta a cambiar el mundo, pero no te afanes en querer transformarlo dogmáticamente, de acuerdo con tus ideas y convicciones. En nombre de la construcción del hombre nuevo  se han erigido las más sangrientas inquisiciones, y se ha perseguido con saña, torturado y asesinado a tantos hombres y mujeres (allí están las pobres brujas para demostrarlo), por problematizar las «verdades» establecidas. Benditos sean los herejes, pues con su sacrificio, han contribuido como pocos a mejorar nuestro mundo.

No seas ajena al dolor del prójimo, siente sus necesidades como si fueran tuyas, y procura, en lo que a bien puedas, ayudar en satisfacerlas; en otras palabras, sé fraterna y solidaria, ama a tu prójimo como a ti misma. Cuando participes de un conflicto donde entren en contradicción el derecho y la justicia, no dudes ni un momento en ponerte del lado de la justicia. El derecho es un instrumento, no un valor en sí mismo, mientras que la justicia es un valor trascendente, que cual lucero iluminado, debe guiar nuestras acciones.

Cultiva valores y siéntete segura con tus convicciones, las que te dicta tu conciencia. En esta época posmoderna, excesivamente relativista y amoral, la ética se ha tornado en una disciplina fundamental para cada uno de nosotros. Ya lo dijo Voltaire: La moral nace de Dios como la luz, y las supersticiones solo son tinieblas.

Procura pues mantener serena tu conciencia. Oye la límpida voz que de ella brota y tu vida será un remanso de paz. El tribunal de nuestra conciencia es un juez severo de quien no podemos escapar. Cuando pretendemos huir de ella, como nos lo recuerda Kant, nos persigue como una sombra, tanto cuando estamos despiertos como dormidos, pues en el sueño también hace oír su voz, dura y terrible, si la perturbamos con malas acciones y pensamientos malévolos, y sobre todo cuando infligimos intencional daño a nuestro prójimo.

No te des por satisfecha por lo que ves. La vista es un sentimiento engañoso y limitado. Lo que convencionalmente llamamos vida solo constituye una parte infinitesimal de la verdadera vida. Haz tuyas las palabras que Eurípides pone en boca de uno de sus personajes: ¿Acaso no será que esto que llamamos vida es la muerte, y aquello que llamamos muerte es la verdadera vida?

El cuerpo envejece, no así necesariamente, a menos que tú lo dispongas, tu espíritu, tu alma. Lo ha dicho Attar, poeta sufí: El alma se oculta en el cuerpo y tú estás oculta en el alma. No confundas cuerpo con alma. Esto te lo resalto, pues dolorosamente muchos seres humanos envejecen simultáneamente con su cuerpo y con su alma, muriendo en vida, perdiéndose así la batalla por una existencia digna y plena. No te imaginas como me emociono con tu voluntad de levantarte siempre de las caídas y los golpes que nos da la vida. Ese ejemplo que tú me das me compele a seguir adelante, como dice el poeta, por encima de las tumbas. Muchos ejemplos nos muestra la historia de seres humanos cargados de años pero jóvenes de espíritu. Uno en particular me viene a la memoria: Bertrand Russell, el afamado filósofo y matemático inglés, cercano a la centuria de vida, batallando quijotescamente por las más nobles causas del ser humano.

Estoy entrando a los años otoñales de mi corta vida. ¡Por Dios, la vida es muy corta para ser pequeña! No te imaginas (o intuyo que si te lo imaginas, pues fuiste mi alumna), como disfruto de mis clases, como leo con avidez los últimos libros, como intento comprender las nuevas escuelas y tendencias del pensamiento (no solo del pensamiento político), como aprendo de las nuevas generaciones (pues el profesor aprende también de sus alumnos), como vibro con sus preguntas y sus equivocaciones (por cierto, ¡defiende tu derecho a equivocarte!), y, por qué no decirlo, como estoy disfrutando contigo, tanto o hasta más que cuando contaba con 20 años de edad, la poesía y estos mismos pensamientos.

No puedo dejar de entrar en un tema difícil, pues está lleno de incertidumbre e interrogantes que a nuestra mente racional no le es fácil comprender. La mente, para comenzar, debemos mantenerla abierta a todo tipo de experiencias, sensoriales y extrasensoriales. Lo dice Heráclito: Si uno no espera lo inesperado, nunca lo encontrará. Intento explicarme: Cuando uno menos piensa, alguien o algo importante se nos atraviesa, para bien o para mal en el camino de nuestra vida, y se nos impone como un imperativo. La filosofía oriental trata de explicar estos fenómenos bajo la ley del karma. Lo cierto es  que la rueda del destino tiene para cada uno de nosotros un camino trazado, que gracias a nuestra libertad y perfeccionamiento espiritual podemos superar, pero en ningún caso evitar confrontar. Estamos pues condenados a ser libres para caer en el abismo o salir airoso de las dificultades.

Por supuesto que somos adultos, y por ello intentamos superar con éxito las pruebas que nos imponen, tanto la etapa de la niñez como de la adolescencia. Pero eso no significa valorar en sus justos términos que fuimos niños. No te ruborices en sentirlo, más bien proclama a los cuatro vientos el encanto de haber sido niña, pues de esta manera evitas el pesimismo y siempre te maravillarás  de los recónditos misterios de la vida, como por ejemplo, para mí, la emocionante sensación de haberte conocido.

No puedo escabullirme de tratar un tema medular, el de la realidad y las ilusiones. Parece mentira, pero resulta cierto muchas veces que el sentido común es el menos común de los sentidos. Basta echar un vistazo al desorden de nuestro mundo humano para comprobarlo. Tanto que nos golpea y nos atropella, haciendo, la verdad sea dicha, difícil el arte de la convivencia humana. El problema está en que intentamos escapar de tantas pesadillas y estrés, a través de las ilusiones (para no hablar del escape de la droga).Trato de explicarme nuevamente: Las ilusiones no son otra cosa que una forma de alienación, un escape del sentido espiritual de la vida. Nuestra humanidad, el hecho de ser seres humanos comporta una compleja fusión, cierto que temporal (para los que creemos en el sentido trascendente de la vida, y con todo respeto por las diversas manifestaciones del inmanentismo), donde cierto que hay una dimensión espiritual, pero entremezclada con carne, huesos, sangre, nervios, humores… que nos enfrenta con una permanente encrucijada entre la idealidad y la realidad, donde tientan las ilusiones. Unas frases del joven Marx, el padre del materialismo dialéctico por cierto, ha constituido para mí, querida amiga, una fuente sensata de meditación, pues me obliga a pisar tierra, a no caer en ilusiones, y a sentir con orgullo el olor de la hierba y el barro bajo mis pies. Dice, en traducción libre así: La exigencia de renunciar a las ilusiones sobre su condición es la exigencia de abandonar una condición que necesita de ilusiones… La crítica ha arrancado de la cadena las flores imaginarias, no para que el hombre lleve la cadena sin fantasías ni consuelo, sino para que se sacuda la cadena y escoja la flor viva. Dicho en términos más sencillos, la lucha por la liberación humana y la existencia auténtica, es decir, sin ilusiones.

No te quiero acorralar, querida amiga, en abstrusas abstracciones, que a mí mismo muchas veces me confunden. Volvamos a un plano más sencillo, en esta suerte de meditación de la filosofía de la vida para hablar de un tema relevante, la virtud para mí por excelencia, que debe regir  nuestra actitud cotidiana frente a la vida, y que no es otra que la moderación. En otras palabras, intenta hacer de la moderación la reina de las virtudes cotidianas. Lo que el sabio Tao Te Ching enfatiza para el gobierno de los hombres, que ya es bastante, vale para todos los órdenes de la vida: Para gobernar a los hombres y servir al Cielo, no hay mejor virtud que la moderación. Solo con la moderación  se puede estar preparado para afrontar los acontecimientos. (qué distinto a lo que estamos viviendo en Venezuela…).

No nos confundamos, no propugno el ascetismo (es una decisión de cada quien), ni mucho menos la mojigatería. Es una gran mentira el decir que la moderación y la templanza están reñidas con el disfrute placentero de la vida. Por el contrario, pienso que algo de bohemia reconforta nuestras vidas. Si te gusta danzar, danza, si te gusta cantar, canta, si te gusta beber, bebe…y que mayor disfrute que la admiración de la belleza femenina… La sociedad sana es la sociedad que libera las represiones y desinhibe al ser humano.

In Vino Veritas es una sabia sentencia de los antiguos romanos. Unos versos de Omar Jayyam me reconfortan con el placer, en mi caso moderado, de disfrutar en buena compañía de unas copas de buen vino, o del dulce néctar de la bebida escocesa que tanto nos gusta a los venezolanos:

Se dijo que el castigo del bebedor es el fuego del infierno;

cosa falsa y una mentira, que el corazón del sabio rechaza.

Si es verdad que, tanto el que ama cuanto el que bebe, terminan en la llama,

pues mañana el cielo quedará limpio y desierto como la palma de la mano.

Y ya que te mueves, al igual que yo, en el mundo académico, un consejo te voy a dar: Huye de los dogmáticos y de los eclécticos. Los primeros son más fáciles de identificar, pues se nos plantan de frente; al contrario de los segundos, verdadera plaga intelectual, por sinuosos y acomodaticios. La sentencia del historiador John Lukacs que a continuación te cito, es grandiosa como una catedral: Una verdad a medias es peor que una mentira, pues no tiene en ningún caso cincuenta por ciento de verdad; es la mezcla de una verdad y una mentira al ciento por ciento… La vida no es constante: está llena de negro y de blanco, de frío y calor, todos al ciento por ciento, los unos creciendo mientras otros se reducen.

Por el contrario, presta atención a los escépticos, así te caigan antipáticos, pues es verdad que a veces más enredan que resuelven los problemas. Son por lo general hombres sinceros y rigurosos, que se resisten a seguir el montón, la verdad consagrada. El mundo progresa, en buena medida, gracias a los escépticos, dado su raro don de ridiculizar  e ironizar con las supuestas verdades, esas que no son otra cosa que gravosas mentiras, que justifican ese monumental fraude que los ingleses llaman establishment.

Trata de no atarte, de buenas a primeras, con escuelas, muchas veces producto de la moda intelectual del momento. Recuerdo que cuando comencé mi vida académica en los años setenta estaba de moda el estructuralismo, bajo cuyo prisma, con una jerga complicada y fastidiosa, se pretendían explicar todos los fenómenos de la vida. Cuando pasó la moda sentía que me había quedado sin herramientas intelectuales para comprender la realidad. Pero las escuelas más peligrosas, en cualquier orden de la vida, son las sectarias, herméticas y excluyentes, de las que está llena la humanidad. Yo recomiendo abrir la mente y el corazón, más en el difícil mundo espiritual, a todas las escuelas y a todos los pensamientos. Aborrece el pensamiento único, esa deleznable plaga que tanto daño está haciendo a nuestro país, pero también los cánones religiosos, el ritualismo y toda suerte de ortodoxias establecidas, cualquiera sea el campo del saber. Admira los profetas y desprecia los sacerdotes. Aquellos avivan las ideas, estos las marchitan. Estoy de acuerdo con Kierkegaard: La verdad pura es solo de Dios, lo que nos ha sido dado es la búsqueda de la verdad.

¡Enorgullécete de ser mujer! La ciencia ha demostrado iguales capacidades, destrezas y facultades, incluida la inteligencia, entre los dos sexos. De mi experiencia te puedo enfatizar dos cosas: primero, he tenido buenos estudiantes indiferentemente del sexo, con una ligera inclinación a ser más aplicadas las mujeres que los hombres; y segundo, entre mis pensadores favoritos, el más sugerente  es una mujer, la brillante filósofa de la política, Hannah Arendt. Además, y aparte del aflorar de excelsas poetisas, no existiría la más bella expresión de la palabra, que es la poesía, pues esta se nutre fundamentalmente de la mujer, a través del amor, el desamor, la ausencia, la melancolía…El único campo donde los hombres superan a las mujeres(con el perdón de las grandes heroínas de la historia)es el campo militar, pero ello, en mi opinión constituye más un baldón que un mérito, por fundamentalmente dos razones(aunque se podrían citar más, pero no quiero extenderme en un tema que me produce escalofrío): Primero, el arte de matar seres humanos es un arte cruel, del cual nadie debería ufanarse; y segundo, nuestra experiencia con el militarismo (en toda América Latina) ha sido nefasta en despotismo, arbitrariedad y violación masiva de los más elementales derechos humanos.

No puedo terminar esta suerte de meditación, que ya se está haciendo larga y fastidiosa, sin implorar al Señor porque proteja, conserve y enriquezca la llama divina que anida dentro de tu alma, con el clamor porque siempre tengas presente que tu prójimo también tiene alma y una llama divina.

Y, por supuesto, last but not least, vive intensamente, no importa que sea un lugar común repetirlo, cada momento como si fuese el último de tu vida.

Comencé estas líneas invocando un poeta, Walt Whitman, y no podía terminarlas sin invocar a otro, tan querido para mí como aquel, nuestro Jorge Luis Borges: Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético.

 


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