En una reciente conversación con un ilustre expresidente de un país latinoamericano me tocó revisar la significación de la Operación Gedeón para los observadores externos, hasta donde lo permitía ese galimatías de información que hay –y habrá siempre– en torno a un desaguisado histórico.

No creo que para esta hora alguien en la oposición o en el gobierno tiene una composición de lugar completa, con todos los elementos que lo integran, de lo que fue una iniciativa fallida que finalizó en un episodio rocambolesco. Para este momento es aún una cuesta empinada tratar de reconstruir y entender ese rompecabezas indescifrable de acciones, traiciones, alianzas, contratos, mecenazgos, mercenarismo, espionaje, zancadillas, todo dentro del cuadro de lo que fue su inspiración original y su caótico resultado final. Un contubernio impresentable de líderes emblemáticos con expertos extranjeros de dudosa reputación y capacidad, de políticos y de asesores de trayectoria con individuos de baja ralea y de cuestionada moralidad, nos dejan un mal sabor en la boca y levantan el interrogante de cómo estamos siendo vistos los venezolanos –régimen y oposición incluidos– desde los ojos de quienes interpretan nuestra dinámica en el lado externo de nuestras fronteras.

Para observadores de nuestra dinámica política como mi interlocutor, dos cosas son completamente claras. Una es que el régimen de Nicolás Maduro no es visto desde afuera como un gobierno equivocado en sus ejecutorias. Para cualquier analista de talla dentro de las democracias planetarias, en nuestro país el cuadro es mucho peor que el de una dictadura que mantiene secuestrados los derechos de nuestros ciudadanos. “El régimen está configurado por un conjunto corrupto y delincuencial de la peor estirpe cuyo futuro no es otro que el de rendir cuentas a las instancias nacionales e internacionales por todos los crímenes protagonizados hasta el momento y dentro de los cuales, la lista es larga”, me dijo el destacado personaje.

La otra tiene que ver con la unidad opositora. Es preciso tener conciencia plena –decía mi interlocutor– de que dentro de la oposición organizada al régimen totalitario y criminal existen deficiencias protuberantes imprescindibles de ser corregidas porque provocan la desconfianza creciente de aquellos interlocutores externos proclives a servir de apoyo y a colaborar en la difícil tarea de defenestrar a esta casta de criminales. Es imperativo organizarse de manera de presentar una cara única, monolítica e inquebrantable a quienes están dispuestos a jugárselas por la democracia venezolana y por el castigo a los violadores de todos los derechos.

Es su opinión que, a lo largo de los últimos meses, los ires y venires de los líderes opositores visibles han presentado, ante terceros, no solo una pluralidad de criterios –lo que sería razonable– sino desentendimientos importantes en cuanto a las formas de manejar el objetivo de la recuperación de la libertad. No solo ello es un elemento clave para provocar el desestímulo de la cooperación externa. Estas grietas configuran, no cabe duda, una poderosa debilidad de gran utilidad para la estrategia divisionista del régimen.

No habían transcurrido sino horas de este encuentro con este asesor de mucho calibre antes de que su último llamado de alerta se manifestara en el reciente episodio de traiciones dentro de las fuerzas opositoras a quien hoy debe ser la única fuerza aglutinadora de todos los que aspiran la vuelta a la democracia: Juan Guaidó. Una vez más, pudieran las fuerzas del régimen estar aupando este tipo de actuaciones y frotándose las manos con su ocurrencia.

Toca un mea culpa, no hay otra. Y un retorno inmediato a la sindéresis política.


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