Mi país sufre, mi país se desangra, mi país se consume y lo que siento es una gran impotencia, una rabia que supera todo lo que puedo experimentar porque, aunque sé que aún quedamos venezolanos comprometidos con un cambio, que queremos luchar y trabajar por mejorar; hay otros que les da igual lo que les suceda a tantas personas que sufren en este momento. Son individuos que, aun viendo como su país agoniza y con él tantas historias de vida, tantos nombres, sencillamente no se mueve una fibra de su ser. ¡Increíble!

En un inentendible exceso de fanatismo, existen para asombro de todos, quienes todavía apoyan a sus propios verdugos, a sus victimarios, a esos individuos que han secuestrado el poder y han intentado asesinar la esperanza de un mejor porvenir, la posibilidad de vivir una vida, no sin problemas, pero sí con el derecho de crecer y superarnos en nuestro propio suelo, en este paisaje que conocemos y en el que deberíamos poder vivir y lograr alcanzar nuestra plenitud. Luego de más de 23 años, creen en promesas, en una retórica burda que les repite con palabras vacías mentiras que sus mentes aceptan a sabiendas de que su día a día les grita con vehemencia lo falso de cada una de esas frases, porque la verdad no se puede ocultar, las mentiras tienen, definitivamente, patas cortas.

Venezuela necesita gente que quiera rescatarla, personas comprometidas con reconstruir el país sin importar intereses económicos, colores políticos, lineamientos absurdos partidistas o figuras caducas e ideologías retrógradas. Venezuela necesita amor, sentido de pertenencia y un deseo sincero de en conjunto salir adelante y vivir lo que un país tan hermoso y maravilloso necesita y merece.

Basta de discursos estériles, basta de intereses individuales, de divergencia de objetivos cuando el único norte debe ser rescatar a Venezuela, cuando la única meta debe ser sacar al país del neo oscurantismo impuesto por este régimen, rescatar a un pueblo en el que la muerte espera en los hospitales abandonados por la desidia gubernamental, en el que nuestros niños crecen desnutridos y sin esperanzas, sin acceso a una educación para formar ciudadanos que sumen y que aporten a un futuro promisorio. Una nación en la que llegar a la tercera edad es una prematura condena a morir lentamente un día a la vez. Un país en que las despedidas son la constante, en la que las familias se rompen en pedazos y se diseminan por lugares remotos a sabiendas de que, posiblemente, jamás se vuelvan a ver. Venezuela merece ser feliz, usted merece ser feliz.

Hoy, más que nunca, Venezuela necesita a su gente, lo necesita a usted que me lee. Es momento de madurar, de evolucionar y eso comienza en casa, en nuestra cotidianidad, en lo que somos, lo que hacemos, cómo actuamos con otras personas; es ese mea culpa necesario, ese cambio imperativo en nuestras propias miserias. Basta de ser mediocres, basta de ser sólo sombras; como siempre suelo decir, no hay manera que el país cambie mientras nosotros no lo hagamos individualmente, mientras no tengamos valores, mientras que no exista sinceridad, transparencia, respeto, amor. Mientras no seamos buenas personas para con todos.

A mí me duele el país… ¿A usted?

Es hora de cambiar.

Tw e IG @fmpinilla 


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