Las experiencias totalitarias de novísimo cuño, siendo la venezolana precursora de una distinta y eficaz  modalidad,  agotan sus mejores esfuerzos por destruir, fragmentar y dispersar, negando la complejidad de toda condición humana y tejido social.  Es lo que le permite al poder establecido, reensamblar y manipular la más elemental convivencia para dar o intentar darle un sentido interesado, recreándola con una grotesca simplicidad.

La división a todo trance para imperar se ha materializado con la real y creciente segmentación del territorio nacional,  fiel a la dinámica de una mafioeconomía flexible y sagaz, o el vulgar e imitable asalto a la identidad caraqueña, alterando arbitrariamente los símbolos de una remota tradición,  tal como puede hacer con los nacionales de acuerdo con la potestad reglamentaria concedida por la Ley de Bandera, Himno y Escudo de 2006.  Un reducido y exclusivo referente central, funge como el único intérprete de los acontecimientos, favorecido por la censura y el bloqueo informativo, profundizando en la sociedad de ágrafos y delatores a la que definitivamente aspira.

Proyecto transcontinental, no se entiende la (pre)fabricación del socialismo del siglo XXI, desinhibido y galopante, sin la reinvención constante de las diferencias que contribuyan a la conveniente dislocación de nuestras sociedades, o al febril descubrimiento de los nacionalismos donde no los hay, cabalgando sobre una democracia participatoria que nunca será representativa y, mucho menos, decisoria. Hay situaciones estratégicamente radicalizadas, como la de los mapuches en Chile,  o tentadas, como la de nuestras comunidades indígenas que no, por casualidad, han sido abaleadas por resistirse al saqueo de las riquezas naturales, en una aventura fascista que requiere del perverso y militante concurso de antropólogos y psicólogos sociales.

Ideal para los proyectistas, una América Latina de cincuenta y hasta cien nacionalidades, incomunicada por sus numerosos idiomas, presta a cualesquiera separatismos, confederación de confederaciones que tenga la fuerza por único hilo conductor, pretendiendo defenderse del asedio y la ofensiva occidentales, no dibuja una mera distopía, yendo más lejos de 1998 de Francisco Herrera Luque. Todo resentimiento por motivo de credo, raza, género, estrato social o, incluso, constitución corporal, es el combustible necesario para una lucha que no es ni será de clases, considerada como un reduccionismo entre los rezanderos de Marx.

La esquina caliente, en el centro de Caracas

Los activistas de avanzada edad de lo que se conoció como «la esquina caliente», cercana al Capitolio Federal de Caracas, defensores a  ultranza del chavismo,creerán todavía que la catástrofe humanitaria se debe al malvado imperio que le ha dado escenario y estelaridad a Miguel Cabrera. No obstante, no dejan de celebrar que 3.000 veces se repitan otras 3.000 veces más, en un extraordinario instante de unificación de los venezolanos que, así, desafían el afán divisorio del régimen.

@luisbarraganj


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