A fines del siglo XIX, en 1890 para los quisquillosos, Serguéi Maliutin, quien se ganaba el pan como pintor de un taller de artesanías en Abrámtsevo, al norte de Moscú, y gracias a su mecenas Savva Mámontov, recibió un juego de muñecas japonesas de madera, las cuales representaban los siete dioses de la fortuna o Shichi fukujin. En dicho conjunto el dios Fukurokuju contenía otras seis deidades.  Maliutin, quien diseñaba juguetes para niños, dibujó una reproducción del juguete al estilo ruso, y le fue encargado a Vasili Zviózdochkin que las tallara en madera, para luego ser pintadas por Maliutin.  Y así nacieron las Matrioskas, que con el comienzo del siglo XX, diez años más tarde, se inmortalizaron en la Exhibición Universal de París donde ganó la medalla de bronce.

Los vericuetos de la pieza fueron de todo tipo, pero cada vez se hizo más vigorosa, al punto de que la omnímoda revolución bolchevique no pudo con ella y terminó apropiándosela, como siempre han sabido hacer los revolucionarios a la hora de apoderarse de todo aquello producto del talento ajeno. Sus compañeros de continente e ideología, caimanes de un mismo pozo a los que terminaremos por ver dándose dentelladas una al otro, llegaron un poco después al escenario mundial de las revueltas, pero no por ello con menos hambre de rapiña. Sólo que su modo taimado y de innegable paciencia ha terminado otorgándole un papel muy peculiar en el escenario mundial, pero –y no lo olvidemos– a costa del talento ajeno.

China con docilidad, digna de cualquier novicia clarisa tejedora recluida en un claustro de Salamanca, aparentó rendirse ante el poder del capital malévolo e imperialista, quien haciendo honor a la frase que muchos endosan a papá Marx, pero de cuya paternidad no existe la más peregrina idea, cumplió con aquello de: “Un burgués, con tal de ganar una libra, vendería la soga con la que lo van a ahorcar”.  La generación de Wall Street y la globalización, de los beneficios por encima de todo, de las grandes fusiones y las absorciones hostiles, vieron en los chinos una máquina de producción y les entregaron todo el saber tecnológico que a Occidente le había costado siglos de investigación, ensayos, fracasos, triunfos, y su consiguiente inversión a cambio de una supuesta mano de obra barata. Horda de bobos cargados de dinero.

Se robaron todo lo que el talento de los gobiernos democráticos, con sus terribles defectos y sus gloriosos logros, fueron creando. ¿Se robaron, o más bien debo escribir que le regalaron? De nada valió que algunas voces solitarias denunciaran el trato criminal a niños, mujeres y ancianos en las gigantescas factorías que el gobierno chino puso a la disposición de la maquinaria mercantil occidental. En la medida que se pasaba de fabricar medias, franelas y calzoncillos, de una calidad infame, pero que hacía crecer los índices de beneficio; se fueron incrementando los proyectos que se les entregaba a los asiáticos. Y así fue como de pantaletas y camisetas se pasaron a componentes de televisores, luego computadoras, teléfonos móviles, carros y cuanto bien de consumo el ingenio democrático fue capaz de generar. Como bien saben ustedes todo esto fue acompañado de los planos, herramientas y manuales de procedimientos para su elaboración.  Y ellos fueron copiando todo aquel saber sin gastar un centavo, mientras se dedicaron a recrear sus propias versiones.

A la par de esto, una prensa borreguil, corta y poco seria en sus alcances de visión, se dedicó a ensalzar en cuanto escenario fue posible el milagro del gigante asiático. Cuesta muchísimo no escribir la palabra que merecen.

Todo esto condujo a un momento en que los sumisos amarillos sacaron las uñas y se dedicaron a mangonear a su real antojo a los blanquitos que le habían entregado todo lo que se podía entregar, hasta la honra… Sin embargo, eventualmente y de forma espasmódica, Occidente da alguna respuesta a las pretensiones hegemónicas de Oriente. Acaba de pasar, este miércoles 13 de marzo cuando la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó un proyecto de ley que podría prohibir TikTok en el país, en caso de que ByteDance, empresa a la que Raimundo y Segismundo señalan como propiedad del gobierno chino, no vende la aplicación a una entidad que satisfaga al gobierno estadounidense.

Al día siguiente Wang Wenbin, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, clamó: “El proyecto de ley aprobado por la Cámara de Representantes de Estados Unidos sitúa a este país en la vereda opuesta del principio de competencia leal y de las normas económicas y comerciales internacionales”. Como bien era de esperar, no hizo referencia alguna a que las aplicaciones estadounidenses están prohibidas en su honorable país; mucho menos habló del bloqueo a las redes sociales como Google, YouTube, X, Instagram y Meta; porque estas corporaciones cometen el sacrilegio de negarse a seguir las normas del gobierno chino sobre recopilación de datos y el tipo de contenido compartido.

Contemos las horas para ver a la sucesión de paniaguados que saldrán, en la mismísima prensa imperial occidental y cuanto medio imaginable exista, a condenar el “artero ataque” a las mansas y sufridas palomas asiáticas que pretendemos destruir con nuestra visión capitalista. Serán Matrioskas comunicacionales repitiéndose hasta el infinito. Ando buscando compradores de un ramillete de pendejos vacíos.

© Alfredo Cedeño

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