Comenzaba la década de los setenta del siglo pasado cuando el mundo dio un giro que pocos podían imaginarse en aquellos días. El orbe entero fue afectado de una u otra manera, Venezuela no fue la excepción. Nuestro país vivió su propia versión de la Cucarachita Martínez cuando, súbitamente, se encontró con un chorro de dinero entrando a las arcas nacionales cada día con mayor fuerza y cantidad. Todo había comenzado en el llamado Medio Oriente. En aquellos exóticos escenarios, territorio de cabras y camellos, arenales infinitos y pobreza proverbial, se produjo la llamada Guerra de Yom Kipur, nombre que dieron al conflicto bélico árabe-israelí que libró la coalición de países árabes, liderados por Egipto y Siria, contra Israel entre el 6 y el 25 de octubre de 1973.

El mundo occidental, con Estados Unidos a la cabeza, cerró filas con el Estado judío, y ello condujo a que los adoradores de Alá, el 16 de octubre de ese año, que formaban parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, además de Egipto, Siria y Túnez,  anunciaran que no exportarían más petróleo a aquellas naciones que habían apoyado a Israel. Los precios del hidrocarburo dieron un salto que ni un burro aguijoneado de tábano, fue así como el país entero comenzó, cual Cucarachita Martínez, quien había encontrado la moneda de plata barriendo el sótano de la cueva donde vivía, a ver qué hacía con semejante caudal. Bien lo relató Antonio Arráiz, la lista de pretendientes era inmensa, pero ella optó por Ratón Pérez, que fue el que le habló bonito. Venezuela, en irónico guiño a la historia original, escogió como presidente de la República en el momento de encontrarse con aquella inesperada bonanza petrolera a Carlos Andrés Pérez.

El cuento original dice que luego de casados Cucarachita Martínez y Ratón Pérez dieron un agasajo y en medio de las fiestas nupciales el novio cayó en una olla de chocolate hirviente. Cualquier parecido con la historia nacional, tal como señalaban las viejas novelas, es mera coincidencia. La Cucarachita se dedicó a llorar y sentir a Ratón Pérez, y hasta ahí llegó la historia de Arráiz, mientras que Venezuela, como buena viuda de estos tiempos se dedicó a buscarle reemplazo a Pérez. Todos saben lo que terminó ocurriendo, y todo el país ahora lo siente y lo llora, pero sin dejar de tener sus amores pasajeros. El país, como a la Cucarachita, cuando apenas había descubierto su riqueza, la han rondado todo tipo de vagabundos y aprovechadores, todos se han afanado en ofrecerle villas y castillas, todos se proclaman el partido ideal, no hay uno que diga las cosas con realidad.

La fila de pretendientes ha modificado sus ofertas y promesas según el viento que sople. Por ahora los aspirantes, todos, le ofrecen con insistencia digna de mejores causas las elecciones como nuevo Paraíso donde van a estar felices por los siglos de los siglos. Todos se han puesto sus mejores galas para anunciar con voz de toro en celo que solo las votaciones pueden hacer que hasta Ratón Pérez resucite.

El escenario político del planeta se ha convertido en una gran paila donde todos los miembros de las castas locales acuden a solazarse, mientras comparten recetas de los diferentes tipos de guisos que se pueden hacer. Y los “opositores criollos”, que suelen acudir regularmente allí, señalan que en las elecciones venideras será de donde vendrán los observadores que garantizarán unos comicios pulquérrimos. A la postre, en las próximas elecciones, Venezuela será el destino preferido de los fanáticos del turismo electoral que tanto abundan. Lo que habrá será una masacre electoral que se llevará a cabo bajo la mirada alcahueta, cuando no cómplice, de los miembros de las sectas políticas de distintos continentes. Sobran los eternos celestinos que le exigen a Venezuela se comprometa con cualquiera de los miembros de semejante reata de bestias. Hablan de los “expertos electorales” que velarán por el ejemplar desempeño del proceso. A ver, queridos animales, ¿cuántos especialistas en ciberseguridad hay en la misión de observadores electorales? La verdadera vigilancia está en aquellos capaces de establecer un conjunto de procedimientos y herramientas que protejan la información que se genere y procese en las máquinas electorales, así como de computadoras, servidores, dispositivos móviles, redes y sistemas electrónicos que estarán involucrados en las venideras elecciones.

Ya hablan de las auditorías que se llevarán a cabo, ¡Oooh!… Y todas se harán en mesas de La Lagunita, del San Ignacio y alguna de Chacao. Pero, ¿qué pasará en las barriadas más populares de las principales ciudades, y en los pueblos más lejanos? Quiero recordar que International Statistical Review, publicación del International Statistical Institute, fundado en 1885, la organización más antigua y con más prestigio en cuestiones estadísticas a escala mundial, publicó varios años atrás el trabajo: A Statistical Approach to Assess Referendum Results: the Venezuelan Recall Referendum 2004  (Un método estadístico para evaluar resultados de referéndum: el referéndum revocatorio venezolano 2004). En dicha investigación, para citar un ejemplo, utilizando la data suministrada por el propio Consejo Nacional Electoral (CNE), se encontraron centros electorales, con cinco mesas, en las cuales se producían sustanciales diferencias en los resultados de una y otra estación para votar. Y como me han dicho varias voces expertas en el área: “Es absolutamente imposible, desde el punto de vista matemático y estadístico, que tengas en el mismo sitio un escrutinio donde la oposición obtenía 60% y en otro 40%. ¡Eso si es una demostración de una irregularidad!, y es donde al aplicar lo que se conoce como un test de medias, se comprueban las anomalías. Y se dieron muchos centros de votación con cifras similares”.

¿Hay todavía quien se deje seducir por el coqueteo del voto? Lo que sí hay es un mar de pretendientes que siguen deslumbrados con la riqueza fácil del petróleo y no ven la hora de ponerle la mano a la gran ubre nacional.

© Alfredo Cedeño

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