Para cualquier venezolano, desde mediados del siglo pasado e incluyendo estas dos décadas del convulso siglo XXI, la figura de un hombre de estatura mediana y forma menuda, bajo un sombrero negro y con bigotes constituye, un referente de devoción y de sincera fe , una virtud teologal compleja que se basa en la confianza de que somos escuchados por el Padre Celestial y que nuestras angustias y agobios son atendidos cuando nuestra capacidad humana cae rendida ante el peso de la realidad que aplasta y demuestra lo minúsculos y débiles que somos frente a la adversidad.

José Gregorio Hernández es un símbolo de unidad para el país, para una sociedad que lamentablemente no ha dejado de estar asolada por el hambre, la opresión y la perdida de caridad cristiana que vivió el buen beato de los pobres.

José Gregorio el médico, el docente, el virtuoso, el ciudadano ejemplar, el consuelo del enfermo, supo esperar con paciencia, otra virtud de la vida de los héroes y los santos, su momento justo para ser beatificado; rendirle culto público y en determinados lugares hasta esperar su justa canonización no pudo constituir la demostración más patente de que los tiempos de Dios nuestro Señor son perfectos, su beatificación ocurre en el momento en el cual la fe, esa virtud tan manoseada por tantos fariseos, pero que reviste la esperanza y confianza del buen cristiano, se ha convertido en la única garantía tangible de que esta pandemia homicida no nos arrancará a nadie más de nuestro entorno. Su tránsito hacia la beatificación coincide con  este difícil momento que atraviesa la humanidad y  en lo particular una Venezuela, absolutamente desasistida y semejante a aquella en la cual, armado de un termómetro, un reloj y un pañuelo de seda, escuchaba los dolores y aflicciones de los cuerpos de los pobres de siempre, los huérfanos de la sociedad, aquellos quienes siempre están a la intemperie.

La santidad de José Gregorio, no es cercana a las de las imágenes contemplativas que vemos en las iglesias, ya que no vestía hábitos, es el único seglar y además científico, que ocupa los altares de esta atormentada Venezuela. Junto a la gloria sempiterna, ubicua, misericordiosa y omnipotente de Dios se encuentra la Madre María de San José, la Madre Candelaria de San José, la Madre Carmen Rediles y ahora el para todos santo José Gregorio Hernández de los pobres, la vida de santidad la vivió en intensidad este científico, haciendo caridad cristiana entre aquellos que tienen prohibido enfermarse, entre quienes la indiferencia del poderoso es cosa común, en esa grey desesperada y adolorida donde siempre estuvo la estampita, borrosa y enjugada de lágrimas y sudores del familiar de un paciente o del propio enfermo.

No hay hogar en Venezuela, en el cual no se invoque una plegaria sencilla o un ¡Ay José Gregorio Hernández, concédele la salud!, el vínculo de fervor entre el pueblo y su santo es inherente a la fragilidad humana, a la temporalidad de nuestras existencias y al hecho propio de lo prescindibles que como seres somos.

Quizás estas debilidades afloran ante un hecho como esta pandemia homicida, que coincide justo en un lapso de cien años con la gripe española, frente a la cual los médicos Risques, Rangel, Dominice y Hernández, se enfrentaron con gallardía en los predios del nosocomio de la época el Hospital Vargas.

De Hernández el científico hay que hablar, docente e investigador Universitario, quien por primera vez trajera a esta país rural de la Venezuela de 1900 el primer microscopio, un docente extraordinario y estricto, de una inquebrantable fe y temor a Dios, pero sin caer jamás en los fundamentalismos fanáticos, que tan lejanos están de la verdadera vocación católica. Cuentan historias apócrifas que en un pasillo de la Universidad fue inquirido por un grupo de estudiantes sobre las teorías de Charles Darwin, muy defendidas por su amigo Rísquez, el buen profesor y hoy beato, a lo que respondió que él se identificaba como creacionista, y ante la incorporación del colega y amigo Rísquez  al Ágora que se desarrollaba en la Universidad, el buen Hernández contestó: “creo que las teorías creacionistas o evolucionistas, no deben de ser discutidas en el plano de las academias de la medicina, pues a mis pacientes los atiendo con la convicción de que son obra de Dios”, de esta manera separaba lo humano y académico del plano espiritual, demostrando que el respeto y la coherencia, sin fundamentalismos ni extremismos religiosos son el compás ético de todo buen católico y académico.

De manera oportuna y con puntualidad y disciplina propia del cristiano, atendía a sus pobres, en su casa de habitación compartida con su hermana Isolina, a quien solía llamar “hermanita” y quien desde luego humanamente reclamaba los afanes que suponía tener una casa convertida en hospital, desde el momento en que los pobres de José Gregorio entorpecían las tareas de Isolina, este se encargó en lo personal y bajo el silencio, la obediencia y serenidad que confiere la santidad, a barrer los corredores de la casa, así como mandar a construir una entrada independiente para atender a esos sus pobres enfermos.

Su fama como médico le llevaron a ser galeno de los presidentes Crespo, Andueza Palacios, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Gil Fortul y Márquez Bustillos, realizó estudios de especialización en París, la ciudad que recibía el adjetivo de ser el cerebro del mundo, igualmente era tal su inquietud espiritual y el llamado a la vida sacerdotal, que intentó en vano vestir los hábitos de los Cartujos, pero los esfuerzos físico y las inclemencias del clima, hicieron que fuera rechazado, al llegar a Caracas intentó de nuevo hacerse sacerdote, pero un grupo de estudiantes y su amigo Rísquez hicieron que desistiera, bajo el argumento de que la docencia es un apostolado, nada más cercano a lo que vivimos los profesores y maestros de esta azotada Venezuela.

Su rectitud lo llevó siempre a atender al prójimo, cuentan que Juancho Gómez, gobernador de Caracas y hermano del benemérito, enfermó gravemente y un edecán le fue a buscar a su casa, desde luego al terminar el tratamiento luego  de tres visitas, su hermana Isolina, mostrando su natural curiosidad, le preguntó por los honorarios, pues había salvado al hermano del hombre del poder, la respuesta fue la de un santo, Juancho Gómez es un ser humano como tú y como yo, débil, frágil, enfermo y en esos momentos el poder no vale de nada, le indicó que había visitado tres veces al político y había cobrado cinco bolívares por cada visita, es decir quince bolívares.

En 1919, cesaron las hostilidades de la I Guerra Mundial y  José Gregorio había ofrecido su vida si esta guerra cesaba, y justo la mañana en que la noticia aparecía en los medios de comunicación entregaba la vida al ser atropellado por un automóvil, por cierto  de los muy escasos en Caracas.

Había muerto entonces un santo, miles acompañaron al sepelio del médico de los pobres, desde allí, su fama primero como siervo de Dios y luego como venerable, han trascendido las fronteras del país, el milagro que le lleva a los altares se consuma en haberle salvado la vida a una niña de diez años quien fuera víctima de un disparo en la cabeza, su intervención de pronóstico reservado la condenarían a la incapacidad, la pérdida del lenguaje o de la memoria, sin embargo la fe, esa virtual teologal imprescindible y más en estos mustios momentos, hacia el médico de los pobres logró una milagrosa recuperación.

Yazuri Solórzano, es la prueba viviente del milagro del Beato de los enfermos y los pobres en Venezuela, en estos tiempos líquidos y bajo la distancia impuesta por la pandemia, el acto será virtual, pero lo que jamás se podrá hacer virtual es el fervor y la imitación de la caridad cristiana del médico de los pobres.

Que esta buena nueva, de la beatificación de José Gregorio Hernández sea amalgama de unión para este pueblo fracturado, nos inspire siempre a ofrendar más caridad que vanidad, y sobre todo nos convierta en verdaderos hijos de Dios y nos inspire al socorro y auxilio del hermano.

Más caridad y menos vanidad, más misericordia y menos espectáculo y más coherencia entre lo que se profesa y la manera en la cual se vive, pues el mandamiento es amarnos los unos a los otros, atender al enfermo y al afligido y nunca jamás calumniar, una vida santa, una práctica católica con propósito.

Finalmente, la paciencia que todo lo alcanza, como bien lo decía la Santa de Ávila, nos llevan con la alegría propia y limpia del cristiano a celebrar en medio del horror, el miedo y la fragilidad de nuestra existencia este ascenso en el camino de Santidad del Doctor José Gregorio Hernández, hoy más que nunca necesitamos que visite nuestros hogares, mantenga alejada esta peste homicida y permita que el Espíritu Santo, toque los corazones que debe tocar para que las vacunas lleguen a todos en este país.

Desde la gloria de Dios, intercede por tu pueblo José Gregorio, ampara a tus colegas y cúranos de tanto credo del odio, insufla misericordia, temor a Dios y rectitud en este tu país que hoy más que nunca necesita un médico para nuestra alma atormentada.  Quiera el señor escuchar los ruegos que suben tumultuosos al cielo, y Santa María del Carmelo, devoción personal del Beato de todo un país, permitan que estos tiempos de oscuridad, llanto y despedida no lleguen a tocar a nuestras familias y conceda la salud a todos nuestros enfermos y también la tan ansiada libertad.

“Un hombre auténtico tiene como ideal moral hacer el bien.”

Beato José Gregorio Hernández

 


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